Esa certeza la comparten investigadores, personalidades de la política y los cubanos que profundizan en la historia de su país para poner en contexto lo ocurrido el 20 de mayo de 1902, cuando en apariencias finalizaba la ocupación militar de Estados Unidos en la isla caribeña, estableciéndose gobierno y constitución nuevos.
El acto simbólico de izamiento en solitario de la enseña nacional cubana en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana, hace hoy 121 años, significaba un engañoso amago de independencia para una nación que había derramado la sangre de sus hijos contra el colonialismo español desde 1968.
La historia posterior confirmaría que ese día la isla se convirtió en “una república secuestrada por el imperialismo norteamericano al que se le consultaba cada paso hasta 1959”, como afirmara en una ocasión el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel.
Con el cese de la guerra cubano-hispano-norteamericana, Washington mantuvo sus tropas en la nación antillana y preparó la farsa política de instauración de una república que sirviera a sus intereses.
La Enmienda Platt, impuesta a la carta magna de la isla, dejaría claro que el ocupante se quedaría por mucho tiempo. En uno de sus apéndices aseguraba el dominio absoluto de Estados Unidos sobre Cuba bajo amenaza del uso de la fuerza para mantener la ocupación castrense.
La Ley establecía el derecho de la potencia usurpadora a intervenir militarmente en el país cuando lo considerara pertinente y obligaba al arrendamiento de terrenos para estaciones navales norteamericanas y carboneras, de ahí la base naval en Guantánamo que permanece contra la voluntad del pueblo cubano.
La isla caribeña solo podía establecer tratados o convenios con el gobierno estadounidense, y se le prohibía adquirir deudas públicas.
El saliente gobernador militar norteamericano, Leonard Wood, lo dijo bien claro: “a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es la anexión (…). Es bien evidente que está absolutamente en nuestras manos (…)”.
Aquel martes 20 de mayo de 1902 cuando muchos cubanos erróneamente festejaron la falsa independencia otros, como el patriota Juan Gualberto Gómez, eran conscientes de las ataduras que Washington había impuesto a la isla y alertaban sobre ello.
“Más que nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí”, publicó ese mismo día en la revista El Fígaro.
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