Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina
De humildísimo origen, con los portuarios Geovani del Pino Rodríguez se inició como rumbero, y aprendió los cantos y toques de las músicas rituales de origen africano.
A mediados de los años 60 sobresalió con el grupo Guaguancó Marítimo Portuario, pero su obra mayor fue la creación de Yoruba Andabo en 1985, presentada en la Peña del Ambia, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Con Yoruba Andabo (Yoruba, por la religión, y Andabo en lengua carabalí significa “seguidores o amigos”) difundió su arte en importantes plazas culturales en Cuba y el mundo, lo cual dejó plasmado en una premiada discografía, pero lo que más valoraba era el disfrute de los cubanos de sus músicas y danzas.
Y llegó en 2012 hasta las cumbres del Carnegie Hall, con esencia de élite en los prominentes ambientes culturales neoyorquinos, pasando por varias nominaciones para el Grammy Latino, presentaciones europeas y latinoamericanas, hasta el Premio Cubadisco 2016.
En su otorgamiento no subió a la premiación, haciéndose representar por un joven de su conjunto, demostrando también con ello su acostumbrado quehacer en la formación de la juventud.
Impartió conferencias y clases magistrales en universidades y centros culturales, y contribuyó al programa de la Ruta de la Rumba y los Festivales Internacionales Timbalaye, efectuados en Roma.
ÉTICA Y HUMILDAD
Cuando Silvio Rodríguez acostumbraba visitarme en mis cumpleaños en Santiago de las Vegas, una vez le recomendé escuchara a Yoruba Andabo, ese valeroso conjunto que el maestro Geovani del Pino tan sabiamente dirigía, en su versión de El Necio.
Me contestó que se lo llevara, y cuál fue mi sorpresa al solicitárselo a Del Pino y respondiera con su humildad natural que no podría grabarlo hasta que su autor, Silvio Rodríguez, no lo autorizara. Ejemplo de ética inusual.
Dos de mis tres hijas bien rumberas, una de ellas hasta médico de profesión -dado que la música no sabe de género ni oficio ni tampoco de raza alguna-, hablaron con él para que me sorprendiera con sus muchachos de la afamada agrupación musical en la celebración de mis siete décadas.
Allí presencié medio hechizado cómo participantes tan diversos, desde el prestigioso periodista Antonio Resillez hasta Abel Prieto, entonces ministro de Cultura, pasando por el pudoroso Rafael Bernal, viceministro primero, bien criollos al fin, echaron o intentaron algún que otro pasillo.
Muy poco dado al encumbramiento ni a los falsos perfiles, Del Pino no tuvo a menos hacerle el coro a Virulo en una improvisación musical de la que el creativo compositor y comediante resultó el primer sorprendido en aquella conmemoración de fieles amigos en la muy fría noche-madrugada del 3 enero 2012.
Cuba perdió un ícono musical el 22 de mayo del 2016; cantante, percusionista, compositor y arreglista, Geovani del Pino Rodríguez fue un líder musical verdadero e insustituible.
Difundió disímiles géneros que conforman las raíces africanas de la cultura cubana, incluidos elementos de fusión en la búsqueda de la contemporaneidad, y entre sus amigos e íntimos, entre los que me aprecio, resultó un hermano entrañable.
¡Que no pare la rumba!, es el más digno homenaje a este defensor de la cubanía, quien llevó un ritmo considerado marginal y solariego a los más selectos sitios musicales, estirpe de los grandes.
arb/ndm