Nos referimos a una de las localidades mejor conocidas del país, con una tradición autónoma desde la Edad Media, en la que sus bien conservados pueblos hechos con madera recuerdan su estilo de vida ancestral y convierten al lugar en un museo viviente.
Tales estructuras muestran diversidad de diseños y técnicas artesanales utilizadas para realizar construcciones altas y estrechas, con un esbelto campanario en su lado oeste y cubiertas con techumbres sencillas o dobles de tejas planas.
Son exponentes de una expresión artística autóctona, muy característica del paisaje cultural de esa región montañosa en la Transilvania septentrional, aún no muy visitada por turistas pese a su gran notoriedad.
Además, su construcción data de los siglos XVII y XVIII y constituye una evidencia de la respuesta local a la prohibición de erigir iglesias ortodoxas de piedra, por lo que para su edificación se usaron troncos gruesos y otras estructuras también de madera.
Al entrar se nos revela un interior pequeño y oscuro, con paredes donde se exponen escenas bíblicas que decoran con gran belleza el lugar.
Ocho de esas iglesias fueron incluidas por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en la lista del Patrimonio de la Humanidad en el año 1999.
Hoy quedan en Maramures 42 templos, un tercio de los que existían hace dos siglos, pero algunos carpinteros locales ancianos conservan relevantes conocimientos y habilidades de su técnica tradicional.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)