Por Mario Muñoz Lozano
Jefe de la Redacción Cultura
Y es que, con sus estampas de la vida nacional, cargadas de auténtica cubanía, el Acuarelista de la poesía antillana, como le llamaban en esta isla, se ganó el cariño, el respeto y la admiración de todo el pueblo.
Por eso, diversas instituciones del sistema de la cultura y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) desarrollan actividades en homenaje a la trayectoria artística de ese ícono de la cultura nacional nacido el 26 de julio de 1923.
Recientemente, en la sede de la Uneac, el etnólogo y poeta Miguel Barnet, el periodista y crítico Pedro de la Hoz y el presidente de la Fundación Nicolás Guillén, Nicolás Hernández Guillén, compartieron sobre la vida y obra del extraordinario declamador y artista cubano.
Para Barnet, Carbonell fue la cúspide de la narración oral, la expresión de las alegrías más profundas del alma colectiva, la satisfacción de los apetitos cotidianos, donde no solo la alegría, sino la reflexión tiene su más recóndito asidero.
Con motivo de su centenario, en el recién finalizado Festival del Caribe, acontecido en su ciudad natal, Santiago de Cuba, al artista se dedicó un amplio espacio de tributo a sus valores artísticos, sus dotes de narrador y su carismática personalidad que caló hondo en el gusto del público cubano.
Nacido en esa urbe del oriente cubano, Luis Mariano Carbonell Pullés (su nombre completo) fue el séptimo hijo de Luis Carbonell y Amelia Pullés, los seis primeros fueron mujeres.
Según el sitio Ecured, su madre se opuso a que fuese declamador como una de las hermanas, pero el amor por la palabra expresada era muy fuerte, como recordó en una entrevista en la que comentó que para él ella reservaba la carrera de Derecho o en su defecto Medicina.
“Quise complacerla, pero dentro de mí se imponía cada vez con más fuerza el deseo de recitar”, explicó.
Ese amor por el arte lo llevó a estudiar piano e inglés -idioma del que fue profesor-, a declamar en fiestas, y a trabajar como pianista acompañante, director artístico y declamador en la emisora radial CMKC, a la vez que actuaba en los teatros Oriente y Cuba, de su ciudad.
TALENTO RECONOCIDO
Reconocido en el oriente de la isla por su talento, marchó a La Habana, donde estudió música, y luego viajó a Nueva York, Estados Unidos, mostrando sus dotes como pianista acompañante o como recitador en veladas familiares, la Casa Galicia y los clubes Internacional y Tropicana.
Allí conoció a dos grandes del pentagrama cubano, la cantante Esther Borja y el músico Ernesto Lecuona, a quienes en una fiesta íntima impactó con la buena dicción, la entonación exacta, el gesto preciso y el original estilo de interpretar la poesía afroantillana.
Lecuona lo llamó “un genio de la poesía negra” y el 20 de diciembre de 1947, Luis Carbonell dio su primer paso profesional de relevancia en Estados Unidos, al ser entrevistado y actuar en un programa especial de la NBC transmitido a todo el continente americano.
En 1948 ofreció su recital Poesía afroantillana en el prestigioso Carnegie Hall, en el cual declamó textos de los cubanos Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, José Zacarías Tallet, Félix B. Caignet, Rafael Esténger, Vicente Gómez Kemp y Raúl Vianello, entre otros autores.
Sobre el espectáculo, un periodista del rotativo neoyorquino América en Marcha escribió:
“Llegar al Carnegie Hall cuando no media otro motivo de impulso que las magnificencias de un arte incomparable, significa un triunfo, y Luis Mariano Carbonell puede decir que se ha anotado un triunfo, que ha puesto una pica en Flandes, al llevar el verso antillano, en la voz varonil, hasta los espaciosos salones del Carnegie Hall. La meta de los triunfos artísticos”.
Carbonell regresó a Cuba a finales de ese mismo año y el 27 de enero de 1949 debutó en los espectáculos habaneros que dirigía el actor y productor argentino Adrián Cúneo en el cine-teatro Warner.
De igual forma alcanzó un triunfo extraordinario y empezó a acompañar las declamaciones con instrumentos musicales, cantantes y bailarines.
Según el escritor y ensayista cubano Reynaldo González, “sus manos ofrecían una novedosa expresividad al recitar, pero también ganaban la resonancia del piano con una ligereza y un oficio insólitos; su acendrado paladeo de la música ayudaba a sus presentaciones”.
Para el Premio Nacional de Literatura, Carbonell “traía en la voz algo de bongosero tradicional, decantado por un refinamiento criollo, la flexibilidad de lo vivido y asumido. Sonaba distinto. Era inimitable”.
En lo adelante, fue sin duda uno de los grandes íconos de la cultura nacional, compartió su obra y su talento con estudiantes de música, ofreció recitales por toda Cuba y en diferentes escenarios de Puerto Rico, México, Venezuela, Panamá, República Dominicana, Colombia, Estados Unidos, Nicaragua y España, entre otros.
En 1985 grabó tres discos con la firma Cubaney y otros con la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales. En el 2003 le fueron otorgados el Premio Nacional del Humor y el Premio Nacional de Música.
A bordo de una silla de ruedas conducida por el hermano, Carbonell participó y declamó poemas en cuanto evento o actividad lo invitaron hasta sus últimos días, con esa gracia y voz que ningún otro cubano ha podido igualar.
Al morir, el 24 de mayo de 2014, sus restos fueron trasladados a la bóveda familiar en el cementerio Santa Ifigenia, de su querida Santiago de Cuba, muy cerca de otras renombradas figuras como Miguel Matamoros, Ñico Saquito, Compay Segundo, Emiliano Blez Garbey, Félix B. Caignet y Adolfo Llauradó.
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