Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina
Allí concurrimos nuevamente junto a Marcelo Fernández Font, quien se desempeñaba como ministro de Comercio Exterior de Cuba en ese entonces y se hacía acompañar de una pequeña delegación de funcionarios técnicos.
Ricardo Cabrisas, en esa fecha viceministro primero de Comercio Exterior (Mincex), nos remitió a Manuel Antonio Noriega, entonces al frente de la Seguridad en el gobierno del istmo, a fin de coordinar las tareas de protección para nuestro ministro y su comitiva.
Ellos se habían conocido en 1970, durante el desempeño de ambos como embajadores en Japón para sus respectivos gobiernos.
Aunque prepotencia, arrogancia y malos modales se le salían por los poros, aquel hombre chaparrito de estatura y con la cara destrozada, consecuencia aparente de acné juvenil, nos trató adecuadamente cumpliendo bien su papel coordinando y ejecutando las medidas de seguridad y protección para con nosotros.
POPULAR Y GENTIL
No había aún comenzado el evento y el hombre fuerte de Panamá, el carismático general de brigada Omar Efraín Torrijos Herrera, comandante en jefe de la Guardia Nacional y líder indiscutible del proceso revolucionario incipiente, nos interceptó en el barrio San Miguelito por donde andábamos a pie, evidentemente informado por Noriega.
Circulaba al volante en jeep verde olivo de cuatro puertas, con escoltas que le caminaban y trotaban a la par rodeando el vehículo, cuando semiabrió bruscamente la puerta bajando a la calle un pie y solo la mitad del cuerpo, pegando un estridente grito: “Heyyy, brothers cubanos, qué hacen a pie por aquí, súbanse pues”.
Nos amontonamos atrás como pudimos los cuatro, y con popular y criollísima gentileza, de inmediato hizo pasar a Marcelo al asiento de al lado, orientándole al escolta que bajara, aunque aquel no hizo del todo, optando solo por darle paso al cubano hacia el general y él cubrió sentado la puerta derecha delantera.
Fue entonces un torbellino de palabras, anécdotas, expresiones todas en voz muy alta, iniciadas con un manotazo en el muslo de Marcelo, que circunspecto le sonreía tímido: “Dime brother, ¿cómo está mi Comandante?, ¿me mandó tabacos con ustedes?
Sin esperar la respuesta ni el asentimiento con la cabeza del interrogado, volvió a abrir la puerta con el vehículo a media marcha por las sinuosas calles y sacando medio cuerpo mirando hacia arriba, en el primer balcón que le quedaba más cerca y donde todos los vecinos ya se habían congregado aplaudiéndole con estruendo y dándole vivas, gritó: “Hey tú, cuándo me vas a pagar lo que me debes”. Tampoco esperó respuesta y con la puerta del jeep aún medio abierta continuó la marcha, siempre al volante.
Pudiera pensarse en primera impresión que lo hacía para subyugarnos, aunque con el transcurso de los días lo vimos comportarse exactamente igual con otros paisanos, desde lejos, porque no estábamos presentes, dado lo cual la inicial versión fue descartada.
Así era ese grandote, siempre de uniforme, sombrero camuflaje atado por las puntas de las alas, tabaco en boca o entre dedos, con pistola al cinto, junto con la inseparable cantimplora (contentiva no precisamente de agua) y cuchillo comando envainado en el lado opuesto.
Noble, campechano, de extracción campesina humilde, lleno de la cultura popular que irradiaba y traspalaba, pero con una gran dosis de comportamiento nacionalista y antiimperial que no sabía disimular.
No nos ocultó nunca de sus conversaciones con Fidel Castro y como este le había inculcado la idea de que lograr los tratados del Canal con el gobierno de Jimmy Carter debía ser el primero de sus objetivos.
Por ello siempre afirmó que sin la Revolución cubana no se hubieran concretado. “Cuba ha tenido que pagar un alto precio social por toda América Latina”, le dijo al querido periodista cubano Luis Báez.
Finalmente lo cumplió en septiembre de 1977, aunque la devolución definitiva no la alcanzó a ver en diciembre de 1999.
Fue un arduo bregar que hasta le buscó incomprensiones con algunos panameños, quienes esperaban se radicalizara más, y sin embargo, le costó la vida en un fatal y sospechoso accidente de aviación aún no esclarecido, pero que apunta a la acción criminal de la tenebrosa CIA, el 31 de julio de 1981 en las montañas de Coclé.
Él lo predijo casi 10 años antes, durante la construcción del ingenio azucarero La Victoria: “Yo sé que voy a morir violentamente, porque violenta es mi vida. Yo sé, y eso está previsto y no me preocupa. Lo que me interesa es que el día que eso pase, recojan la bandera, le den un beso y sigan adelante”.
El General que como anfitrión presidió las sesiones y debates de la entidad de la ONU, sacó tiempo de su apretada agenda para conversar en privado con Marcelo e incluso llevarnos a conocer uno de sus lugares favoritos:
La exótica Isla de Contadora, del archipiélago de las Perlas, lugar paradisiaco situado en el océano Pacifico, a 50 millas de la ciudad de Panamá, donde incluso le ofreciera años después un controvertido y breve exilio al Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, tras su derrocamiento en febrero de 1979.
Su atención a los “brothers cubanos” fue proverbial y de acentuado carácter primicial. No encontraba cómo colmarnos siempre de mayores dedicaciones y agasajos, concluyendo todos los encuentros con saludos para “mi Comandante” y que no olvidara seguir enviándole tabacos.
Hasta nos invitó, aunque no pudo concretarse, a su casa refugio de Farallón, lugar donde atendía invariablemente a su amigo Gabriel García Márquez y otros tan diversos como Felipe González, y hasta a Vernon Walters cuando este andaba por la CIA.
LA SEGUNDA OCASIÓN
Volví a encontrarlo cuatro años más tarde, en la epopeya de julio de 1979, reciente triunfo sandinista en la Nicaragua libre y soberana que aplastó, armas en mano igual que Cuba, a una de las dictaduras más sangrientas del continente.
Omar Torrijos fue de los primeros jefes de Estado que en calidad de visitantes, concurrieron a Managua a dar el espaldarazo a esa naciente Revolución a la que él particularmente mucho ayudó a construir mediante el apoyo logístico y financiero desde la etapa insurreccional.
A su partida del aeropuerto para la ciudad, lo encaramamos en la cama de un camión militar descapotado, dada la ausencia aún de autos destinados al protocolo y Tomás Borge, comandante fundador del FSLN, todavía no designado como ministro del Interior, era el encargado de dirigir a toda la caravana.
Llamó la atención del héroe sandinista las repetidas veces que el General panameño visitante, mientras correspondía al saludo de las masas congregadas, sorbía tragos de su cantimplora inseparable y hasta llegó a indagarme al respecto sobre la insaciable sed que ello representaba.
Llegando al reparto Las Colinas destinado a su hospedaje en la capital nicaragüense, ocurrió lo inesperado.
Al bajarnos y ofrecerle apoyo extendiéndole mis brazos, junto al personal de su escolta, increíblemente me reconoció, después de transcurridos cuatro años, sin reparar en que antes me había visto de traje, cuello y corbata, y ahora lo hacía de completo uniforme militar con fusil israelita marca Galyl terciado.
Solícito impuso a Tomás de su hallazgo y explayándose en inmerecidos referenciales elogios, acudió de nuevo a su vetusta e inseparable cantimplora, haciendo un brindis tricéfalo. Ya para ese entonces el nica me hizo un guillo de aprobación y cómplice conocimiento.
Entonces recordé lo que también escribió Luis Báez, relacionado a lo confesado siempre por el General a “Gabo” en Farallón conversando y dándose tragos que a veces concluían bañándose en la playa al amanecer: “Yo siempre ebrio pero consciente”.
Así fueron mis comedidos y coyunturales encuentros con Omar Torrijos Herrera, hombre modesto y sencillo, revolucionario cabal, amigo integral incluyendo a Fidel Castro y desenfadado para todo lo proveniente del caimán cubano.
Fue líder de los desposeídos, y le espetaba en la cara el peyorativo “gringos de m…” a sus más enconados adversarios que al no poder con él, hartos de impotencia, acudieron a la más vil de las revanchas, optando por eliminarlo físicamente hace 42 años.
arb/ndm