Este redactor tuvo el honor de compartir con el Cuate o Tati en varias ocasiones, y siempre le escuchó decir con cariño y amistad que la despedida natural del líder histórico de la Revolución cubana, era un hecho irreparable, aunque “quedan sus ideas, su genio de creador”.
En este 13 de agosto cuando el Comandante en Jefe cumpliría 97 años, es momento oportuno por traer a Prensa Latina algunas de las reflexiones de quien compartió páginas gloriosas en los preparativos de los expedicionarios del yate Granma en la nación azteca.
Para Conde Pontones la partida de Fidel Castro hacia la inmortalidad conmovió a los revolucionarios, a los pobres que luchan en busca de una vida mejor, era un hombre extraordinario, con sus palabras convencía y con su acción vencía cada obstáculo.
Con apenas 27 años, aceptó el reto de luchar por un ideal, de colaborar con una revolución a la cual a los 97 años de edad la siguió amando y la consideraba ejemplo para el mundo.
Aquel sueño que me inspiró Fidel, afirmó, se llamaba Cuba, desde que conoció al joven cubano este lo atrapó con sus palabras, lo enamoró con su proyecto inspirado en el ideario de José Martí y sobre todo “me enseñó a amar un ideal, liberar a Cuba de la tiranía de Fulgencio Batista”.
En cada encuentro rememoraba hechos de la epopeya del Granma, con los jóvenes de la Generación del Centenario, Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara (Che), y Juan Almeida, entre otros cubanos.
Se convirtió en un actor clave para Fidel Castro y los 82 expedicionarios. Le apasionaba viajar a Cuba para encontrarse con quienes lo motivaron y lo convirtieron en un fiel colaborador. En la familia, entre sus hijos era conocido por Tati, entre los cubanos un actor de la historia del Granma y el hermoso puerto de Tuxpan, en Veracruz.
En su juventud fue un dichoso emprendedor, dinámico, de muchas relaciones y capaz de promover la tarea más difícil para levantar su negocio, en particular de mercadería de armas.
Las relaciones con el líder cubano fueron tan fuertes que lo convenció e implicó como uno más en el grupo de revolucionarios, fue bautizado como el Cuate, apodo que lo protegió de la persecución de las autoridades mexicanas las cuales ofrecían 20 mil dólares por su captura.
Relató como comenzó su relación con el líder cubano: en 1955 llegó a mi armería un joven recomendado, “Alejandro” pero en la realidad era Fidel Castro. Siempre se interesó por distintos catálogos de armas.
Su entusiasmo de cooperar con los revolucionarios -rememoró- le trajo problemas familiares que finalizaron con un interrogatorio por parte de un grupo jesuita que lo excomulgó después de tener una vida como devoto católico.
Ya comprometido, afirma, las tareas se multiplicaban, lo acompañó en un viaje a Tuxpan y se enamoró de un yate de recreo que reconstruía, así aparece el Granma. Para todos los efectos legales el yate estaba a mi nombre.
En esta celebración el Cuate sigue junto al líder cubano, porque entre las obras que se exhiben en el centro están momentos de la vida del Tati en documentos, fotos y libros del actuar de los jóvenes de la Generación del Centenario.
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