A continuación Prensa Latina reproduce el discurso íntegro de Roberto Morales:
Compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República.
Demás compañeras y compañeros de la Presidencia
Compatriotas:
Hace 155 años, este sitio sagrado de la Patria que hoy nos acoge era el floreciente ingenio azucarero La Demajagua, propiedad del criollo y patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes.
Después del alzamiento del 10 de octubre de 1868 la soberbia del ejército español intentaría reducirlo a cenizas. Sin embargo, como es apreciable, sobrevivieron al fuego y al tiempo varias piezas y elementos que en su conjunto configuraron un símbolo imperecedero de la historia nacional.
Los testimonios de varios protagonistas de aquella fecha nos permiten imaginar, justo a esta hora y por estos terrenos, la presencia de cerca de 600 hombres que desde la noche del viernes 9 octubre de 1868 y durante la madrugada del sábado 10, se concentraron aquí con la determinación de tomar las armas por la independencia de Cuba.
El alzamiento, que se había pactado para el 14 de octubre, debió precipitarse ante las intenciones de las autoridades españolas de apresar a los conspiradores.
Para Céspedes no fue un problema tomar la decisión de adelantar el levantamiento armado. Era, entre todos, y desde hacía mucho tiempo, uno de los patriotas más decididos a tomar las armas.
Estaba consciente de que mientras más tiempo pasara, más posibilidades tenía la corona española de disolver el movimiento.
Tenía la convicción de que las condiciones materiales nunca estarían creadas totalmente, ni que las armas serían las suficientes para comenzar, y que había que arrancárselas al enemigo combatiendo, táctica aplicada muchos años después por el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra.
Cuentan que Céspedes apenas durmió la noche del 9, se acostó sobre la media noche y a las cuatro de la madrugada estaba en pie, precisando los detalles finales de la acción.
En los barracones el bullicio era diferente y posiblemente de los más felices entre todas las dotaciones de esclavos que había en Cuba por aquel entonces; ellos intuían o sabían del giro que muy pronto tendrían sus vidas.
A las diez de la mañana de aquel 10 de octubre dicen que el sol era resplandeciente. La campana del ingenio tocó con más fuerzas que nunca y llamó a todos a formar.
Ese día en La Demajagua desaparecieron los distingos entre blancos y negros, solo habían hombres, hombres libres, agrupados todos en una condición: ciudadanos.
Así se recogía en lo que luego trascendería como el “Manifiesto del 10 de octubre”, documento leído por Céspedes en el cual se fundamentaban las razones que asistían a los cubanos a separarse de España.
Pero el acto que marcaría aquella proclamación de independencia sería la acción ejemplar de Céspedes al liberar a los esclavos de su ingenio, y convocarlos a la lucha armada, sin pre condicionamientos para su libertad.
Se rompería desde entonces la condición de esclavos y esclavistas, para fundirse todos como compañeros de lucha, símbolo del carácter verdaderamente radical y transformador de aquel día.
La proclamación de la abolición de la esclavitud significaba un duro golpe a la base económica y productiva principal de aquel momento en Cuba. Constituía, sin dudas, un cambio revolucionario que desataría desde aquel instante las fuerzas populares.
Al ideal libertario se sumaron mujeres y hombres de los más diversos orígenes y riquezas: nacidos o no en esta tierra, incluidos no pocos españoles; de piel blanca, negra o amarilla; analfabetos absolutos e intelectuales encumbrados; humildes campesinos, artesanos, esclavos y poderosos hacendados.
Llevó a primer plano a hombres y mujeres de la talla de Ignacio Agramonte; Antonio Maceo y su heroica familia, Máximo Gómez, Calixto García, Vicente García, Guillermón Moncada, y una extensa lista de patriotas que resulta imposible mencionar.
Sin embargo, el sentimiento de nacionalidad cubana que se venía formando hasta ese momento, era aún incipiente. Debía madurar y además era preciso superar lastres como el caudillismo, el regionalismo y la falta de unidad.
Compatriotas:
La Revolución iniciada en 1868 es la misma que triunfaría noventa años después y que hoy defendemos. Así lo sentenció Fidel en su centenario cuando expresó y cito: “que en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”. Fin de la cita
La gesta que comenzó por aquellos años y la del Ejército Rebelde a finales de la década del cincuenta del pasado siglo, tienen episodios de sorprendentes semejanzas que afianzan ese rasgo de continuidad.
Los patriotas que lideraron la insurrección de 1868, además de ser hombres de acción, eran sobre todo de pensamiento como Céspedes, Agramonte o Perucho Figueredo. Sus continuadores: Fidel, Raúl, Almeida, el Ché, entre otros tantos, tendrían las mismas virtudes.
Una Revolución verdadera solo puede ser hija de la cultura y de las ideas, nos recordó Fidel muchas veces.
Los revolucionarios del 68 plasmaron desde el primer instante su pensamiento progresista en un manifiesto y luego en la constitución que nacería en Guáimaro algunos meses después, muy avanzada para ese momento por su profundo ideal social.
Por su parte, la generación del centenario abrazaría un documento programático de invaluable valor político y social: “La Historia Me Absolverá”, punto de partida de todo lo que habría de desarrollarse.
Un día después del alzamiento de La Demajagua, en el poblado de Yara, el naciente Ejército Mambí sufriría su primer revés de combate, al ser sorprendidos por los españoles. Las fuerzas quedarían dispersas. Alguien expresó que “todo está perdido”. Céspedes respondió tajante: “aún quedan 12 hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba”.
Resulta fácil entonces evocar aquel primer combate de Alegría de Pío, también sorpresivo tras el desembarco del Granma y que dispersó las fuerzas rebeldes. Fue igualmente en el reencuentro de Cinco Palmas, cuando Fidel cargado de optimismo y confianza en la victoria le dijo a Raúl que con 7 fusiles y un puñado de hombres era posible ganar la guerra.
Desde 1868 y hasta el triunfo en 1959, se apuntó directamente contra el corazón mismo de las oligarquías dominantes: la esclavista, primero, y la latifundista y de corporaciones yanquis, después.
Uno de los grandes méritos de los líderes de estas gestas, como Céspedes y Fidel, resultó la actitud de supeditar los intereses de sus respectivas clases de origen, a la causa de la independencia nacional
Ninguno vio en la lucha revolucionaria o en el accionar político, una forma de incrementar el poder económico personal o de una clase económica determinada.
Todo lo contrario, como otros tantos patriotas, se desprendieron de toda riqueza material, para defender un proyecto político colectivo del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Este es un ejemplo y un principio que se ha mantenido y perdurará en la Revolución Cubana.
En ello estaba la radicalidad y el carácter esencialmente emancipador y la coherencia de esta Revolución que asumimos como una sola.
La independencia nacional, la dignidad plena del hombre y la justicia social, serían fuentes de motivación y de lucha durante esos casi cien años, y que hemos sostenido como baluartes sagrados en los últimos sesenta y cinco.
Precisamente defendiendo esa unidad de pensamiento y acción, en el centenario del grito de la Demajagua nuestro Comandante en Jefe expresaría: y cito “Nosotros, entonces, habríamos sido como ellos; ellos hoy, habrían sido como nosotros”. Fin de la cita
Estos paralelismos nos reafirman la continuidad histórica de los revolucionarios que iniciaron y continuaron el azaroso camino de nuestra independencia. Una estirpe de revolucionarios que se ha mantenido hasta nuestros días.
Nos dejan, además, la permanente enseñanza de que por difíciles que sean las circunstancias siempre ha sido posible vencerlas y salir adelante.
La Revolución iniciada en 1868 se interrumpe tras una década de cruenta lucha con el vergonzoso Pacto del Zanjón, que para suerte de la dignidad nacional y en honor a los iniciadores de aquella gesta, fue redimida en la Protesta de Baraguá con la actitud intransigente de Antonio Maceo.
Martí primero y Fidel después, analizarían los desaciertos de esos primeros años de lucha. El principal de todos: la falta de unidad.
Para fortuna de Cuba, desde 1959 se revirtió como una de las principales fortalezas políticas del proceso revolucionario que defendemos. Como lo resumiera el entrañable Armando Hart: Fidel transformó la estrategia enemiga del “divide y vencerás” en “unir para vencer”.
Compañeras y compañeros:
Nunca será ocioso, y menos en una fecha como esta, reiterar la importancia de la unidad nacional, factor determinante en el actual contexto que enfrenta Cuba.
La Revolución Cubana sigue resistiendo la arremetida de la potencia imperialista más poderosa, económica y militarmente, que el mundo haya conocido jamás.
Su arsenal subversivo para destruirla se reinventa constantemente y muta de forma camaleónica a través de diferentes proyectos, programas y acciones para alcanzar la mayor cantidad de segmentos de la población interna.
En una sociedad cada vez más heterogénea, el Partido y la Revolución seguirán promoviendo una política de inclusión y de unidad nacional, como nos enseñaron durante años Fidel y Raúl.
No tendrán cabida en la Revolución los que asumen expresiones de odio, ni los anexionistas, esos que ayer y hoy creen posible una alianza de igual a igual con el imperio.
Son los que piensan ilusamente que existe un tercer camino en la inevitable disyuntiva que tan certeramente reflejó José Martí: y cito “La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”. Fin de la cita
El diseño de la política norteamericana para Cuba, delineado desde 1960 en un memorando oficial del gobierno de los Estados Unidos, de provocar al pueblo carencias materiales y financieras de todo tipo, para que este culpe y arremeta contra la Revolución, tiene hoy más vigencia que nunca.
Ese diseño resulta la causa principal de las severas afectaciones cotidianas que nos laceran en todos los órdenes de la vida social y económica del país, que impiden el anhelado bienestar y felicidad que procuramos para nuestro pueblo.
Con un cinismo sorprendente, los mismos que nos llevan a niveles extremos de asfixia, se presentan como paladines de los derechos humanos, la democracia o la supuesta ayuda al pueblo de Cuba.
Como ha llamado en varias ocasiones nuestro Primer Secretario del Comité Central del Partido, no basta ya con resistir el cerco y las agresiones. No basta con seguir usando el bloqueo y las acciones anticubanas solo en expresiones de denuncia o a modo de justificaciones.
Urge saltar sobre todo eso. Urge poner en función del proyecto país todas las potencialidades productivas, científicas y profesionales que se han desarrollado durante años.
La historia reciente ha demostrado que cuando nos lo proponemos podemos lograrlo.
Frente a estas amenazas y desafíos de todo tipo, la unidad nacional y la fortaleza política e ideológica del pueblo son determinantes. No nos está permitido repetir los errores del pasado.
El compañero Díaz-Canel en este mismo lugar, hace cinco años, nos planteó y cito: “Esa misma historia nos está exigiendo repasos y aprendizajes, indispensables para el tránsito hacia una nueva etapa de la misma Revolución que no ha cesado”, -y agregó-, “… ahí están las claves de todas nuestras derrotas y fracasos, que los hubo y muy dolorosos, a lo largo de 150 años de luchas. Pero también están las claves de la resistencia y de las victorias”. Fin de la cita
Compañeras y compañeros:
El 10 de octubre de 1868, hace hoy 155 años, marcó un hito trascendental en la historia nacional.
Otros momentos relevantes le han seguido desde entonces, protagonizados por compatriotas de la talla de Mella, Baliño, Villena y otros muchos, hasta el decisivo aldabonazo de la Generación del Centenario encabezada por Fidel, que convirtió definitivamente en realidad el sueño de los próceres.
Para nuestro orgullo y gran satisfacción, varios de sus protagonistas continúan pegando el hombro en cada tarea del bregar diario por seguir adelante, recordándonos con su ejemplo el compromiso asumido con nuestros héroes y mártires.
No nos está permitido fallarles a ellos, ni a nuestro pueblo, protagonista principal de la epopeya que hemos vivido en el último siglo y medio.
A los revolucionarios de esta generación nos quedan muchas batallas por librar y ganar todavía. La campana de La Damajagua, símbolo del llamado al combate permanente, seguirá repicando en nuestra Revolución con la misma fuerza y espíritu con que Carlos Manuel de Céspedes convocó a sus hombres hace 155 años.
Tenemos la enorme responsabilidad histórica de continuar la obra que tanta sangre, sudor y sacrificio ha costado. Tenemos el deber y el compromiso con nuestro pueblo de desarrollar la obra de justicia y bienestar social que nos hemos propuesto.
Lo conseguiremos trabajando y luchando unidos.
Gritemos hoy con legítimo derecho:
¡Viva Cuba Libre!
¡Gloria eterna a Carlos Manuel de Céspedes!
¡Viva el 10 de octubre!
¡Viva el heroico pueblo cubano!
¡Independencia o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!