Según relató Manuel Lagunilla (1939-2021), historiador de la ciudad, a Prensa Latina en la primavera de 1836, en la casona del médico, pianista, compositor y poeta trinitario Don Justo Germán Cantero (1815-1871) comparte el juglar con trinitarios amantes de las artes y de las ciencias.
Plácido, hijo de La Habana y radicado en Matanzas, compartía la excelente tertulia sobre cultura, arte y disfrutaba de canciones, poemas, música de piano y Stradivarius (violín).
Escritos de la época recogen que el sociólogo español Ramón de la Sagra (1798-1871) quien participa en la cita afirmó que era uno de aquellos hombres amables, ilustrados y cultos que merecen ser ricos por el uso que saben hacer de los bienes de fortuna.
Lo describen como un mulato de expresión simpática y juvenil, de rasgos entre audaces y melancólicos, con una voz argentina y palabra elocuente e incisiva, que soltaba versos como una musa viviente. Los que allí se encontraban reían, lloraban y aplaudían.
Cantero atraído por la inteligencia y modestia del poeta; su amor a la naturaleza, al arte, a la belleza y sus ideas independentistas, lo alojó en su palacio, en una de las habitaciones de la torre, donde se divisaba una hermosa ciudad, motivo suficiente para escribir poesía.
Lagunilla, precisa que durante la estancia de Plácido en el Palacio Cantero, escribió:
Si enemigos inconstantes te hacen a ti padecer
Confórmate con saber que otros padecieron antes.
Cada vez que te levantes, y que estos versos te leas,
Siempre que inocente estés,
Compadece la malicia, que si hoy llora la injusticia,
Otros llorarán después.
La prensa trinitaria da luz sobre su vuelta en 1843 a Trinidad, debido a que había decaído en Matanzas y La Habana el uso de las peinetas y otros adornos de carey, labor a la que se dedicaba para el sustento, y también en busca de gallos finos.
Sus amigos lo acogieron y se hospedó en una humilde casa hecha de embarro, ubicada en el llamado Callejón del Coco de Trinidad. Allí montó su taller, donde fabricaba hebillas de carey, pendientes de semillitas y joyería de plata y oro. Jóvenes de la aristocracia local usaron las maravillas salidas de las manos del bardo, quien además dedicó tiempo a escribir poesías para bautizos y bodas.
Las ideas independentistas de Plácido se mostraban en sus poemas y, cada vez más, las tertulias eran utilizadas para la causa patriótica y revolucionaria.
Fue detenido en villa colonial, acusado de participar, junto con otros cubanos, en la Conspiración de la Escalera en Matanzas, permaneció dos meses encerrado y liberado, por gestiones del influyente y próspero Don Justo Germán. Fue fusilado el 28 de junio de 1844 en Matanzas.
Para el intelectual Cintio Vitier la voz de Plácido, sin canto propio, hecha de otras voces, es la más humilde que ha tenido nuestra poesía; nace y muere con él, no continúa ni anuncia nada, no pertenece al devenir histórico.
Plácido expresa la cubanía de la intrascendencia, de la lisa cotidianidad amarga o dulce, del vaivén en el fondo tan misterioso de todo lo aparente y efímero. Suave y rápido en el salón, vagamente soñador en sus paseos por las márgenes del Yumurí, lo vemos siempre ofreciendo su ostensible girasol silvestre y su escondida malva azul, a una placentera deidad: mujer o brisa.
Lo anterior aparece en Lo cubano en la poesía, donde Vitier analiza el proceso histórico y libertario de la poesía nacional desde la etapa insular hasta la mitad del siglo XX, porque la libertad es la esencia que define la cubanidad. Una de las obras más divulgadas en el siglo XIX.
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