El pasado 24 de octubre, la tierra empezó a temblar en la parte suroeste de la isla, que presenta más de 200 volcanes activos.
Si bien los temblores no afectan la cotidianeidad de los islandeses, el número de pequeños seísmos aumenta y las autoridades temen que algún volcán de la zona entre en erupción.
Para el vulcanólogo de la Universidad de Islandia Ármann Höskuldsson aunque la mayoría de los enjambres de terremotos terminan con grietas y fallas y sin erupción, estamos en el comienzo de un gran evento tectónico, que está liberando la tensión tectónica acumulada en los últimos 800 años.
El epicentro de los terremotos varía, pero se están produciendo en una amplia zona en torno a la ciudad de Grindavík, un pequeño municipio pesquero en la península de Reykjanes, apenas 60 kilómetros de Reikiavik, la capital islandesa, en el suroeste de la isla.
Los temblores empezaron produciéndose a más de cinco kilómetros. Pero el jueves ya eran a 3,5 kilómetros, y en los últimos días están sucediendo a 800 metros.
Bill McGuire, profesor emérito de riesgos geofísicos y climáticos del University College de Londres, dijo que los modelos sugieren que “el magma está subiendo a lo largo de una fractura de 15 kilómetros de largo y ahora está tan cerca de la superficie como a 800 metros o incluso menos”.
Desde el espacio, el GPS detectó un levantamiento del terreno de varios centímetros al día en diversos puntos de la zona.
Los expertos relacionan este evento con el cercano volcán Fagradalsfjall, que aceleró su actividad desde 2021 con una última erupción en el verano.
Desde la Oficina Meteorológica Islandesa alertan que la probabilidad de erupción volcánica en los próximos días es alta.
El profesor Höskuldsson recuerda que el vulcanismo en Islandia se caracteriza por lava basáltica, con erupciones leves que generan flujos de lava.
La separación de la placa tectónica norteamericana y la euroasiática se produce en mitad del Atlántico norte (algo similar sucede también en el sur), partiendo en dos a Islandia.
A lo largo del océano, de sur a norte, se abre una enorme fisura en el lecho marino, la dorsal mesoatlántica, y aunque la brecha está en el fondo del mar, a miles de metros, también atraviesa tierra emergida.
Las autoridades decretaron el estado de alerta en Grindavík, pero aún no ordenaron la evacuación de la urbe, pero sí de aldeas cercanas.
En caso de erupción, existe un riesgo por las emanaciones tóxicas, en particular dióxido de azufre. A escala global, el mayor riesgo provendría de la columna de cenizas eyectadas.
Una erupción explosiva podría emitir grandes cantidades de partículas que complicarían el tráfico aéreo.
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