Esta reliquia a cielo abierto fue descubierta en la década del 80 del siglo pasado por integrantes del Grupo Espeleológico Caonao quienes la hallaron casi en ruinas y en la actualidad solo mide unos 10 metros de altura, al no poderse reconstruir la cúpula.
Los entendidos aseguran que la torre de Yero se sostiene sobre columnas de ladrillos elaborados a mano y quienes han llegado hasta el campestre paraje donde se alza, lejos de todo bullicio, quedan maravillados.
Es cierto que No tiene la altura de la trinitaria mencionada, más conocida en la isla y el mundo, pero algo de similitud la acerca a la situada en San Isidro de los Destiladeros, en el Valle de los Ingenios.
Al igual que sus homólogas trinitarias, resistió el implacable paso del tiempo, y en su restauración hace unos años colaboraron artistas e intelectuales y habitantes de la zona.
Lograron rescatar la campana original, la cual había sido conservada en la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en la ciudad de Sancti Spíritus, y restituirla a su lugar.
La edificación fue construida entre 1830 y 1840, en un sitio donde había esclavos dedicados a la producción azucarera y la ganadería.
Debe su nombre a Nicolás Yero, uno de sus propietarios, quien residió en la finca Jesús, María y José, situada en la zona de Cayajaca -de ahí que la torre se conozca también con ese nombre-, a poca distancia del río Tuinucú.
Durante la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-1878), hacia junio de 1870, los mambises –combatientes que lucharon por la libertad de Cuba contra el colonialismo español- tomaron la finca y la quemaron, incendio del que solo salió ilesa la torre.
El destacado escritor, dibujante y folclorista cubano Samuel Feijóo (1914-1992), incluyó a esa atalaya en su libro Mitos y Leyendas en Las Villas.
Así permanece en el imaginario el negro esclavo lanzado al fondo de uno de los llamados pozos ciegos, entre otras creencias populares, que rodean a la Torre Yero, reconocida con la condición de Monumento Local en 2014.
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