Al anochecer del 24 de diciembre los músicos van casa por casa para cantar y compartir la mesa, vestidos con máscaras y ropajes que encarnan ademonios y animales importantes para esa cultura.
Tales prácticas ocurren sobre todo en zonas rurales, donde la cabra y el oso son sagrados. El sonido de los cencerros y otros instrumentos musicales ahuyenta a los “malos espíritus” y ameniza el jolgorio popular.
Los jóvenes solteros salen de ronda en el Valle del Jiu (oeste)portando largos bastones engalanados con cintas multicolores y reivindican el territorio y su pertenencia a la comunidad.
Más al sur, en la región de Oltenia, los actores son niños que al llegar a un hogar son recibidos con hogueras que recuerdan el poder purificador del fuego, un elemento ligado al solsticio de invierno.
En las calles, las representaciones teatrales mezclan contenidos bíblicos con historias y personajes de la propia sociedad.
Distintos animales son protagonistas en las festividades y figuras como el cura o el médico son objeto de críticas e ironías.
Ni siquiera la Covid-19, enfermedad que infectó en Rumania a cerca de 1,8 millones de habitantes, puede opacar el espíritu navideño y el deseo de que el próximo año traiga prosperidad y felicidad.
Toda esa celebración sucede en pleno invierno, cuando los Cárpatos se llenan de nieve y es posible descubrir caminos que conducenal mítico castillo del conde Drácula, el Poenari, situado en el corazón de ese sistema montañoso a más de 800 metros de altitud.
(Tomado de Orbe)