Por Julio Morejón Tartabull
Periodista de la redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina
Sin dudas son momentos de intensa actividad político-militar en la faja colindante con el Sahara –que hoy concentra la atención del diarismo por la escalada de la violencia terrorista que registra, principalmente en su zona occidental- y por el derrocamiento de dos presidentes, en Mali y en Burkina Faso.
La subregión se estremece con la palpable erosión de la seguridad, denunciada en 2021 y sin cambios en los inicios de este año, cuando no sólo duele la inestabilidad en el tejido institucional, sino también en cuanto a fragilidad humanitaria, afectaciones climáticas y una sospechosa progresión de rivalidades tribales.
Ese mosaico ilustra un cambio de época en el Sahel, escenario ecoclimático de unos cinco mil 400 kilómetros cuadrados de longitud que atraviesa al continente africano desde el océano Atlántico al mar Rojo, con un área de cinco millones 53 mil 200 kilómetros cuadrados.
Sin excluir a ninguno de sus 10 países, está sujeto a tensiones también preocupantes para Europa, cuya geopolítica le identifica como parte de la estratégica frontera sureña.
Es que ese territorio se transformó de paisaje del nomadismo motivado por el trasiego mercantil en el ámbito de la economía de subsistencia en lo que Occidente cataloga como “caldo de cultivo del terrorismo” el cual, de expandirse, amenaza con cruzar el Mediterráneo.
PERCEPCIÓN EUROPEA
La escalada de violencia integrista confesional en el Sahel preocupa y promueve un contrapunteo entre las ex metrópolis europeas sobre cómo deben actuar ante el fenómeno cuando la opción militar, al parecer, va careciendo de muchos alicientes e incluso de grandes beneficios.
El inspector general de las Fuerzas Armadas de Alemania -equivalente a jefe del Estado Mayor- Eberhard Zorn, reiteró que aumenta la amenaza extremista en Malí, donde existe un fuerte contingente de tropas para combatir a los grupos armados de distorsionada filiación islámica.
Ese criterio es compartido por otros integrantes de la Unión Europea (UE) y, aunque no hay una completa unanimidad a la hora de tratar el asunto del enfrentamiento a tal escalada, sí coinciden en identificarla como peligro de beligerancia al sur del Viejo Continente.
Lo correcto es ubicar en tiempo y espacio las causas de los brotes de destacamentos radicales hace 11 años: países de la UE y aliados árabes desataron una guerra contra el gobierno en Libia de Muamar Gadafi, a quien asesinaron con una treta en la cual participaron combatientes antigubernamentales, mercenarios y espías.
Ese magnicidio en 2011 impulsó el quiebre de la barrera de seguridad existente al sur del Sahara, en la semidesértica franja saheliana, lo cual corroboró la sublevación separatista de los movimientos tuareg, un levantamiento que luego secuestraron los extremistas reunidos bajo una pretendida convocatoria religiosa: Yihad o Guerra Santa islámica.
La ruptura del muro de contención hoy actúa como bumerán, un arma que tras golpear a su objeto de ataque retorna a manos de quien lo lanzó, es decir, sufre ahora la aprensión de un proceso que, en lenguaje actual significa un peligroso efecto colateral de la aventura bélica contra Libia.
FUENTES DEL TERROR
Una de las explicaciones de la emergencia de focos terroristas es su carácter multicausal, que incluye la marginalización socioeconómica, la cual provoca periferias de pobreza, donde se fomenta la violencia cuasi instintiva a la misma velocidad que crece la miseria, una especie de reacción condicionada por la estrechez en un mundo de ambiciones.
Otro elemento es menos inmediato, la aberración ideológica manipulada a partir de la fusión de ignorancia cultural y tergiversación de ideales ultraterrenos con la escasez de oportunidades para el desarrollo de la personalidad individual y colectiva, combinación que a la larga genera frustración y sed de venganza.
Existen además aspectos esenciales y/o coyunturales relacionados con el sentido de pertenencia y la lealtad a comunidades que quedaron desfasadas o marcharon a la zaga en los procesos históricos en la formación de las nacionalidades, y ahora reclaman su espacio e importancia en el cuadro de la contemporaneidad.
Pero unido a esas precisiones conceptuales no se pueden perder de vista otros componentes como el fanatismo y los intereses de poder concretos de sectores que también mueven la maquinaria terrorista, muchas veces hacia destinos inciertos, pero muy dañinos.
En el caso del Sahel, el terror opera como una sangrienta solución de continuidad a una crisis permanente, empeorada con la sustitución de estructuras oficiales, al tiempo que no existen claros relevos como ocurre con los motines militares, que hasta ahora solo propusieron soluciones provisionales a los vitales y añejos problemas del área.
Para aliviar la presión de esa caldera se requieren transformaciones de fondo que aborden la situación de la seguridad saheliana como un asunto integral, aunque sin desechar particularidades.
Sin embargo, mientras la solución del problema del subdesarrollo parece preterida se impone la opción militar para restablecer las bases de la seguridad, una salida dudosa del túnel al interpretarse como única, la cual muestra que no es tan certera para erradicar el peligro en la subregión semidesértica.
Mientras que Occidente vota por ripostar mediante la fuerza en el Sahel, la imagen del fracaso es un espectro que deambula con los soldados de las misiones extranjeras, principalmente integradas por militares europeos, pero también con otras decididas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Las discrepancias actuales entre Bamako y París configuran un nuevo escenario para toda la franja del Sahel, en especial entre las naciones francófonas, con los que la ex metrópolis posee pactos en el campo de la seguridad, pero también inciden en la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao).
Asimismo, la Unión Africana, que recientemente celebró una reunión cumbre con la UE, se verá en la obligación de tomar nota al respecto sobre los próximos desarrollos y desafíos en la subregión, en la zona subsahariana como tal y, por extensión. en todo el continente.
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