Apuntes en la revista Senderos, de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, a cargo de la reconocida ensayista y Doctora en Ciencias Filológicas, Olga García, testifican que a pesar de haberle dado por siglos un papel subalterno, siempre ha sido crucial el criterio y la trascendencia de la mujer.
El desenlace de los acontecimientos históricos en la mayor de las Antillas “permite descubrir toda esa madeja de hechos y el sonido de voces que emergen desde un supuesto silencio, y que también tejen la historia de una región y de un país”, señala la especialista.
El sentimiento apegado a la independencia total en el siglo XIX trae ejemplos dignos de alabanza como el de Ana Betancourt de Mora (1832-1901).
De probada estirpe patriótica, ella logró que su reclamo de protagonismo en nombre de la mujer cubana, llegara tener voz en la Asamblea de Guáimaro, la primera constituyente de la República en Armas, en abril de 1869, precisamente en el más oriental de los poblados del Camagüey.
Otra de las enormes de la historia regional, esposa de alma y lucha, del Mayor Ignacio Agramonte (1841-1873), responde al nombre de Amalia Simoni (1842-1918).
En la extensa lista se suman la notable poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), autora de la novela Sab, que describió las peripecias de la etapa colonial bajo la metrópolis española y la esclavitud, y Aurelia Castillo, quien se ganó la admiración y el respeto de importantes pensadores de su época.
A la Avellaneda se le reconoce además por el mérito de haber sido la fundadora de la revista Álbum de lo bueno y lo bello, en 1860, la primera revista hecha por y para las mujeres en Cuba.
Poco más de un lustro después fue también en la otrora Villa del Puerto del Príncipe donde diera a luz El Céfiro, primera publicación periódica realizada por manos femeninas.
En el siglo XIX solo las potencialidades de parentesco en familias de la burguesía ampliaban el espectro de la mujer en sociedad, muy distante a la realidad de hoy día en la isla caribeña.
Fueron precisamente esas relaciones sociales las que le permitieron acceder a espacios públicos más visibles a féminas como Eloísa Agüero, a quien amara en México el Héroe Nacional de Cuba, José Martí.
Y fue también con otra camagüeyana, Carmen Zayas Bazán (1853-1928), con quien el Apóstol contrajera su segundo matrimonio, del cual fue fruto posteriormente el primogénito de Martí en 1882.
Pero no se llevan todos los méritos en el aporte incluso de la nacionalidad de este país, las mujeres más reconocidas por su abolengo y apellidos.
Aquellas que fueron hasta la manigua en apoyo a sus esposos, las negras y las esclavas también protagonizaron un paso trascendente en una de las zonas insurgentes más importantes, el enlace del oriente con el centro del país.
La propia Yero, en su artículo La mujer camagüeyana ante la Asamblea Constituyente de 1869 reconoce que “los análisis y valoraciones realizadas por buena parte de los historiadores han tenido una visión esencialmente patriarcal de los acontecimientos, las batallas y la vida en el campo insurrecto”.
Aunque la historiografía no les lleve con el protagonismo merecido fueron sus propias vivencias las que les hacen merecedoras de un apartado más que especial, y no fue solo en los campos guerrilleros pues muchas desde la clandestinidad, bordaban banderas, llevaban mensajes o espiaron al enemigo.
Entre los sucesos más emblemáticos de la mujer camagüeyana estuvo el apoyo a los sucesos de San Francisco de Jucaral en 1851, el primer alzamiento en armas contra el colonialismo español, liderado por Joaquín de Agüero.
El fusilamiento de los independentistas en la región, tras el fracaso de la operación fue recordado por el apoyo de las mujeres quienes se cortaron el cabello en señal de solidaridad y rebeldía con el movimiento insurgente, una marca que ha caracterizado hasta la actualidad a las féminas antillanas, artífices de la revolución cubana en la centuria del XX.
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