Silvia Odriozola, decana de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, explicó a Prensa Latina que, aunque está legislado igual salario por misma plaza ocupada para unas y otros, ellas suelen ocupar los puestos de menor remuneración.
En esto influye la sobrecarga de tareas domésticas y de cuidados sobre sus hombros, a partir de roles de género establecidos durante décadas, que las colocan en una situación desfavorable, acotó.
Efectivamente, las cubanas tienen muchas batallas ganadas en términos de participación económica: representan el 66,2 por ciento de la fuerza técnica empleada y el 60 por ciento del total de ocupados en la economía con nivel superior, por solo poner par de ejemplos. Pero persisten los retos.
Según el informe voluntario del país sobre la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2021, el envejecimiento demográfico, la reducción del tamaño medio de las familias, el aumento en la esperanza de vida y el efecto de la emigración inciden en la disminución de las personas a cargo del cuidado y el aumento de mujeres solas al frente de los hogares.
Aunque la tasa de desocupación femenina en Cuba (1,2 por ciento) es una de las más bajas en América Latina y el Caribe, continúa siendo un desafío la elevación del índice de actividad económica femenina, que tuvo una tendencia decreciente en los últimos años, advirtió el documento.
Mientras, el estudio “Ascenso a la raíz. La perspectiva local del Desarrollo Humano en Cuba”, publicado en 2021, confirmó la existencia de una brecha de género en la participación laboral en el país.
Por ejemplo, ellas son mayoría en la fuerza técnica, pero en la categoría directivos -que perciben más ingresos- constituyen el 38,4 por ciento. En la práctica, lidian con desventajas relacionadas con la maternidad, el cuidado de ancianos y otras.
Al analizar por sexos el comportamiento de la tasa de actividad económica (TAE) -la relación existente entre la población económicamente activa y la de edad laboral expresada en por ciento-, el informe mostró que la brecha favorable a los hombres se amplió ligeramente en los últimos cinco años.
En 2016, la brecha de género estaba alrededor de los 27 puntos porcentuales, cuando se compara la diferencia entre la TAE masculina (78,2 por ciento) en relación con la TAE femenina (50,9 por ciento). Proporcionalmente hablando, eran más las cubanas en edad laboral que no tenían vínculo de trabajo activo.
Luego, en 2019, la TAE femenina mostró una leve recuperación (53,3 por ciento), aunque las diferencias con respecto a los varones persistían. Del total de ocupados en la economía, el 39 por ciento eran mujeres.
Tras dos años de pandemia y confinamiento, en que casi siempre ellas quedaron en casa a cargo de hijos y adultos mayores, nuevos estudios podrían mostrar una disminución de estos indicadores.
Para Odriozola, los desafíos se extienden a los nuevos actores económicos. Una primera mirada a las estadísticas de conformación de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) muestra que los hombres son mayoría entre los socios designados.
Como posibles soluciones para estos conflictos, la decana coincide en que un buen primer paso es la remuneración de estas labores domésticas y de cuidado.
Además, son necesarias políticas afirmativas que abran el camino para los procesos educativos de integración plena de la mujer.
Podría estudiarse, por ejemplo, la posibilidad de ofrecer créditos bancarios específicos para ellas que permitan a aquellas que no tengan los fondos necesarios, emprender nuevos negocios, indicó.
En definitiva, urge democratizar las relaciones de género al interior de los hogares, dinamitar los estereotipos naturalizados desde la división sexual del trabajo y diseñar políticas que logren un adecuado equilibrio entre las diferentes actividades asumidas por mujeres y hombres.
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