Por Claudia Dupeirón
Redacción de Ciencia de Prensa Latina
Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba la propagación de la Covid-19 como pandemia el 20 de marzo de 2020, muchas eran las hipótesis sobre la enfermedad:
Trasmisión a través de murciélagos, millones de visones que serían sacrificados por una «riesgosa» mutación del coronavirus SARS-CoV-2, causante del padecimiento, propagación por aire; nada concreto y pocas pistas.
Las olas empezaron a arrasar en Europa, América y África. Las mutaciones fueron noticias y solo en el primer año de Covid-19 se registraron más de cuatro millones de muertes.
Ahora, otra urgencia sanitaria prendió las alarmas y pone en estado de preocupación y acción al mundo: la viruela del mono. Según la OMS se reportan más de 130 casos confirmados en casi 20 países.
Australia, Bélgica, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Portugal, España, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos, Portugal, Pakistán e Israel ya reportaron casos de esa enfermedad. Otros como Argentina informan al menos un sospechoso; mientras Panamá, República Dominicana y Uruguay se mantienen en alerta.
Cuba refuerza la vigilancia; y si bien en esta nación caribeña no se ha detectado ningún paciente, reforzó las pesquisas sobre todo a las personas que provienen de países de África y las demás naciones donde existen confirmados.
“Se trabaja en elaborar un protocolo para si en algún momento se detecta un contagio y luego para su tratamiento: las pruebas se analizarían inicialmente en el laboratorio del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, de esta capital, y también se plantea la elaboración de un protocolo para su tratamiento”, especificó el director nacional de Epidemiología, Francisco Durán.
Pero ante este panorama, ¿con qué cartas cuenta la humanidad que le dan una pequeña ventaja para enfrentar la viruela del mono y que con la Covid-19 no pensaba ni siquiera barajar?
Hasta la fecha se sabe que este no es un nuevo agente patógeno. El virus fue descubierto en 1958, cuando ocurrieron dos brotes de una enfermedad similar a la viruela en colonias de monos mantenidos para labores de investigación.
El primer caso humano fue notificado en agosto de 1970 en la República Democrática del Congo y desde entonces resultó estudiado, asimismo se realiza un seguimiento de los casos y brotes.
Los síntomas son, hasta ahora, conocidos: comienzan con fiebre, dolor de cabeza, dolores musculares, dolor de espalda, escalofríos y agotamiento.
Además, se comprobó que el periodo de incubación suele ser de siete a 14 días, pero puede reducirse a cinco y elevarse a 21.
Resulta normal desarrollar una erupción, que a menudo comienza en la cara y luego se extiende a otras partes del cuerpo, particularmente a las manos y los pies.
Al poco tiempo, la erupción cambia y pasa por diferentes etapas antes de formar una costra y caer finalmente. En total, la enfermedad suele durar de dos a cuatro semanas.
Los que escribimos incansablemente sobre Covid-19, recordamos las altísimas cifras de asintomáticos, las diversas sintomatologías que anunciaban los contagiados y los millones de PCR (pruebas de reacción en cadena de la polimerasa) necesarias para detectar los enfermos o al menos quienes portaban el coronavirus aunque no desarrollaran el padecimiento.
También se conoce la forma en la cual se propaga. A dos meses de declarada la pandemia de Covid-19, muchas eran las incógnitas sobre las vías de transmisión.
SOBRE LA VIRUELA DEL MONO
La viruela del mono es un padecimiento zoonótico que puede pasar de animal a humano por contacto directo con la sangre, fluidos corporales, mucosas o lesiones cutáneas de animales infectados o comer carne cruda o mal cocida.
Ese modo de infección igualmente puede ocurrir por mordedura o arañazo, y de persona a persona, por contacto cercano con gotitas de partículas y secreciones respiratorias, lesiones en la piel de una persona infectada u objetos recientemente contaminados.
La experta Rosamund Lewis, del departamento de viruela de la OMS, subrayó recientemente en rueda de prensa que por ahora los focos de contagio son pequeños (familias, grupos de conocidos), ya que la principal vía de transmisión es el contacto estrecho, por lo cual el riesgo para la población en general es «bajo».
Este padecimiento pasa de la placenta de la madre al feto o debido al contacto cercano durante y después del nacimiento.
Dicho proceso se convirtió en una pregunta por mucho tiempo para los científicos con respecto a la Covid-19, y así sucedió también cuando comenzaron a aplicarse las nuevas vacunas y no se sabía si al proteger a las embarazadas también se cuidaba al feto.
Aunque muchos de los síntomas de la viruela del mono son fácilmente detectables, los millones y millones de PCR producidos en el mundo después de la pandemia también ayudan hoy a detectar los nuevos brotes.
Un artículo en The Conversation refiere que los protocolos recientes de PCR en tiempo real pueden discriminar el virus de la viruela del simio de otros orthopoxvirus.
Si bien todavía no existe un fármaco específico para la viruela del mono, sí se concibieron otras vacunas y tratamientos antivirales efectivos.
El texto en The Conversation señala que el Cidofovir y el Brincidofovir tienen actividad comprobada contra poxvirus en estudios in vitro y en animales; mientras el Brincidofovir es un potente inhibidor de la ADN-polimerasa, de gran variedad de virus de ADN bicatenario como es el caso del virus de la viruela del simio.
Otros como el Tecovirimat (ST-246) es eficaz en el tratamiento de enfermedades inducidas por orthopoxvirus y los ensayos clínicos en humanos indican que el medicamento es seguro y tolerable con solo algunos efectos secundarios menores.
Está indicado para el tratamiento de la viruela bovina, la del mono y la humana en adultos y niños con un peso corporal de 13 kilogramos como mínimo.
Asimismo, la vacuna contra la viruela convencional, una enfermedad de mayor gravedad, probó ser eficaz en un 85 por ciento contra la del mono, refiere el artículo.
Pero ninguno de estos datos puede ser un motivo para el “relajamiento” en los cuidados. La experiencia con la Covid-19 demostró que los descuidos se pagan en nombres.
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