martes 26 de noviembre de 2024

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Osvaldo Dórticos Torrado, ejemplo revolucionario

La Habana (Prensa Latina) Designado presidente de la República en momentos sumamente críticos para el proceso revolucionario recién estrenado en Cuba, a Osvaldo Dorticós Torrado le tocó sustituir a alguien que defraudó las esperanzas puestas en él por el máximo líder de la gesta heroica, la cual hizo sucumbir a la tiranía con todos sus crímenes, poderes y arbitrariedades.

Por coronel® Nelson Domínguez Morera (Noel)

Ocupó responsabilidades de dirección en los cuerpos de Seguridad del Estado

El suplido, Manuel Urrutia, no pudo trascender su origen de clase, la radicalización de una verdadera Revolución lo puso a prueba y perdió la oportunidad, y por ello la historia irremediablemente lo condenó.

Y junto a ésta, su pueblo, pues siendo aún un ignoto lo acogió dado el inmenso aval de quien lo propuso (Fidel Castro) aquella madrugada ya casi del 3 de enero de 1959, en el enardecido Parque Céspedes de Santiago de Cuba.

Osvaldo Dorticós Torrado, de cuna más adinerada aún que su antecesor, no era un improvisado. Iniciado en los avatares revolucionarios desde su amada ciudad de Cienfuegos, tuvo una activa presencia en la lucha contra las dictaduras de Gerardo Machado primero (1928-1933), y después de Fulgencio Batista (1952-1958).

Con apenas 14 años formó parte del Ala Izquierda Estudiantil que enfrentó a la tiranía de Gerardo Machado, integró el Comité de Huelga en 1935 y en su etapa de estudiante de Derecho en la Universidad de La Habana se opuso a Batista.

En 1948 ingresó en el Partido Socialista Popular (Comunista), donde trabajó como asesor jurídico y, a través éste, se presentó a las elecciones municipales. Después dirigió el movimiento revolucionario en Cienfuegos, pero fue detenido. Se enfrentó al golpe militar del 10 de marzo de 1952, por lo que resultó apresado en varias ocasiones.

Fue coordinador del Movimiento 26 de Julio en su ciudad natal y tras la insurrección de Cienfuegos, el 5 de septiembre de 1957, resultó aprehendido nuevamente. El Colegio de Abogados logró su libertad y entonces partió al exilio en México, donde permaneció hasta que en 1959 la Revolución comandada por Fidel Castro triunfó.

El 9 de enero de 1959, el ya mencionado e intrascendente presidente provisional (Urrutia) lo propuso como Ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias, durante una sesión extraordinaria del Consejo de Ministros. Y al renunciar éste, Dorticós fue designado por el Consejo de Ministros para asumir la presidencia de la República.

Junto con sus obligaciones presidenciales, el 21 de julio de 1964 pasó a dirigir también la Junta Central de Planificación (Juceplan), siendo en esa tarea cuando tuve el honor de conocerle.

Se organizaban y tenían lugar en el Teatro de los Trabajadores de la CTC en la calle Peñalver, desde principios de la década de 1970, las entonces denominadas Asambleas de Análisis de Producción Sectoriales, a las que acudía el presidente de la nación irremediablemente en sus alternaciones de cargo.

A estas asambleas acudía como presidente de la Juceplan, ataviado con uniforme de miliciano ya algo raído desde que lo estrenó en las arenas de Playa Girón, junto a su metralleta checa terciada que exhibía con orgullo e intentando un porte marcial.

EN AQUELLA OCASIÓN…

En una ocasión, después de una intervención solicitada por el Comandante en Jefe quien inexorablemente las presidía todas, al subirse al estrado se le viró un pie, lo que no le resultó óbice y terminando de exponer, a lo mejor hasta con ese pretexto, Fidel Castro dio un receso.

Cojeando entre bambalinas detrás del telón ya corrido del escenario, el gigante azaroso siempre con su tropa, lo increpaba para que lo viera un médico, lo cual rechazó vehementemente y para mostrar sus razones, se quitó la bota del pie derecho. ¡Aquello fue para peor!

La media blanca enguatada dejó entrever ante asombrados casuísticos espectadores, unos desarraigados huecos no solo en sus costuras, sino en la planta y otras furtivas partes, lo que fue de inmediato objeto de cuestionamiento y críticas nada más y nada menos que por el interesado en atenderle la lesión.

El cienfueguero todo sonrojado no atinaba a justificarse adecuadamente y solo se le ocurrió responder ante tanta inquisición, con su timidez y humildad características, que su atuendo en aquella ocasión no era el de presidente de la República, sino el de la Juceplan. La hilaridad puso fin a su mal rato.

…Y MÁS

En otra ocasión, ataviado como presidente de Cuba y regresando de un importante encuentro internacional junto a Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, después de explicar en la loza del aeropuerto a los dirigentes que le recibían los logros diplomáticos y políticos, no pudo abstenerse de criticar lo acontecido:

En plena sesión del plenario las sempiternas ocurrencias de Roa se materializaron al gritarle un duro epíteto a un diplomático extranjero del que había sido condiscípulo en la Universidad de La Habana, e inmediatamente esconderse debajo del buró.

Esto resultó de manera tal que el ofendido, al voltearse, solo percibió la presencia de Dorticós, jefe de la Delegación cubana, que permanecía atónito. Lejos de incriminarlo, todos en el aeropuerto estallaron en carcajadas, excepto el relator.

Durante la Exposición Industrial Argentina en Cuba, en julio de 1974, alternó con Fidel Castro sus continuas visitas para, entre otras cosas, solidarizarse con los argentinos que recién habían perdido al por ellos venerado líder Juan Domingo Perón.

Ya se mostraba aquejado de su contumaz padecimiento en la columna vertebral y hacía visibles esfuerzos para culminar las extensas caminatas por el recinto ferial de Boyeros.

Discretamente, a los anfitriones porteños se les propuso que le ofrecieran un refrigerio sentado en las mesas del Salón VIP, lo cual aceptó a regañadientes, siempre estoico a enfrentar su dolencia con sacrificio espartano, sin exteriorizarlo.

No sabemos cómo se las agenció para conocer el verdadero origen de la propuesta, pidiéndonos a señas acercarnos y calladamente nos refirió al oído: “Estoy seguro fuiste tú el del invento, no vuelvas a insinuarlo tan siquiera, máxime que me dijeron andas con más de 40 de fiebre y estas aquí protegiéndonos”.

Nunca supe cómo se enteró pero era la realidad, andaba con neumonía. De más decir que jamás volví a intentarlo a pesar de reaparecer acompañándolo al año siguiente en el mismo lugar del perímetro de las Ferias Agropecuarias de Rancho Boyeros pero entonces, durante la Exposición Mexicana acontecida en marzo de 1975.

EFICIENCIA, LABOR, LEALTAD

Odiado visceralmente por el enemigo y particularmente la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que no podía perdonarle su eficiencia, laboriosidad y lealtad plena al Comandante en Jefe Fidel Castro, le organizaron varios intentos de atentados, uno de los cuales se materializó contra su residencia que dada la cercanía al mar lo propiciaba.

Una lancha pirata abrió fuego de ametralladoras amparándose cobarde en la noche, no pudiendo lograr su objetivo de sorprenderlo, porque como siempre, se encontraba laborando en sus oficinas hasta bien entrada la madrugada. En 1976 la Asamblea Nacional del Poder Popular, ante un cambio estructural, y después de haberse desempeñado ininterrumpidamente durante más de 17 años como presidente de la nación, lo designó vicepresidente del Consejo de Ministros y miembro del Consejo de Estado.

En enero de 1980 resultó ratificado en estos cargos y además asumió el Ministerio de Justicia y la atención de las funciones del Comité Estatal de Normalización y el Sistema de Órganos de Arbitraje. Fue diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Comité Central, así como del Buró Político del Partido Comunista de Cuba.

Su carácter era sumamente serio, rayando lo formal para quien no lo conocía, reía poco y cuando lo realizaba era de manera mesurada; no hacía notar su presencia nunca, como si evadiera ser reconocido.

Todo un caballero de buenos modales, era por excelencia un hombre tímido y callado. Alguien prolijo a chotear cariñosamente a sus cercanos lo sobrenombró “el cabezón” pero nadie se atrevía a mencionárselo, ni incluso el autor.

Trabajador incansable, lindaba en el autoflagelo, que aplicaba más intensamente después de las operaciones terapéuticas que no lograban atenuarle el dolor, reincorporándose a su labor mucho antes de ser prescrito por los cirujanos. Sistemáticamente era víctima de penosas aquejas físicas, derivadas de una grave afección en la columna vertebral.

El 10 de julio de 1975 había sufrido sin mucho éxito la primera de las intervenciones quirúrgicas en la región lumbar.

El deceso de su esposa, compañera de toda la vida María de la Caridad Molina, aceleró su trágica decisión, por lo que el infausto 23 de junio de 1983, de los que se están cumpliendo 39 años, se privó de la vida de un disparo. Tenía entonces 64 años.

No hubo ceremonias oficiales debido a su forma de acceder a la muerte, pero sin que nadie lo convocara y de manera frugalmente espontánea, el pueblo lo acompañó por raudales a su última morada.

El que nunca se equivoca, el supremo, resarcía así reconociéndole toda su lealtad, firmeza y tenaz sacrificio humano en aras de la causa que desde muy temprano abrazó y nunca defraudó, como sí ocurriera con su antecesor.

arb/ndm

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