Por coronel (r) Nelson Domínguez Morera (Noel)
El autor asumió responsabilidades en los cuerpos de Seguridad del Estado
Para culminar la obra inconclusa del Apóstol, lo que devino en la historia como la Juventud del Centenario integrada por 162 jóvenes combatientes, liderada y organizada por Fidel Castro, intentó ese día con sendos golpes audaces, riesgosos y heroicos, desencadenar la insurrección popular armada, tarea nada fácil en aquellos momentos.
Uno fue el asalto al entonces cuartel Moncada de Santiago de Cuba, la segunda fortaleza de importancia en la isla, y el otro, el ataque al bien custodiado fortín Carlos M. de Céspedes, de Bayamo, también en el oriente cubano.
El sistema tiránico era poderoso, tenía medios modernos de guerra suministrados por Washington, los obreros estaban fragmentados y su dirección vendida al gobierno de turno y a la burguesía, los pocos partidos políticos progresistas como el ortodoxo estaban desarticulados, al igual que el marxista vorazmente reprimido.
Eran tiempos difíciles: el pueblo no contaba con armas ni experiencia militar, había olvidado las tradiciones de insurrecciones armadas de medio siglo atrás, y lo manipulaban con el mito de que no era válido realizar una revolución en contra del ejército oficialmente constituido.
La Mañana de la Santa Ana fue la solución a la disyuntiva de cruzarse de brazos y esperar, o la de luchar con ahínco y total decisión contra todo lo establecido sin vincularse a pasado alguno.
En la conmemoración del vigésimo aniversario de aquellos acontecimientos, el líder histórico Fidel Castro precisó que “fue entonces cuando, partiendo de nuestra convicción de que nada podía esperarse de los que hasta entonces tenían la obligación de dirigir al pueblo en su lucha contra la tiranía, asumimos la responsabilidad de llevar adelante la Revolución…”.
Desde la tarde del viernes 24 de julio, dos días antes de la “Hora O”, 128 jóvenes patriotas emprendieron el viaje hacia Santiago de Cuba. Tomaron distintas rutas en 14 automóviles, y también en ómnibus y ferrocarril, con pasajes y combustible que el movimiento abonó o adquirieron mediante crédito.
Procedían fundamentalmente de Artemisa y Guanajay, entonces en la provincia de Pinar del Río. Y de los territorios de Madruga, Nueva Paz, y de Calabazar, poblado inscrito en el municipio de Santiago de las Vegas. El resto era de la ciudad de La Habana.
A partir de Colón, en Matanzas, se movió otro automóvil con el doctor Mario Muñoz y Julio Reyes Cairo. En total, hacia Santiago viajaron 130 compañeros. Allí se unieron cinco más: Abel Santamaría, segundo jefe de la acción, Renato Guitart, Haydeé Santamaría, Melba Hernández y Elpidio Sosa.
Desde varios días antes esa avanzada estaba radicada en la capital de Oriente, esforzada en el traslado de las armas y el ajuste del hospedaje para los que pronto empezarían a llegar.
JÓVENES COMBATIENTES QUE HICIERON HISTORIA
Rumbo a Bayamo partieron tres automóviles y en tren viajaron también dos conjurados más, en total, 24. En la cuna del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, se juntaron con tres compañeros que allí los aguardaban. Así, llegaron a 27, que sumados a 135 que se dirigieron a Santiago, completaron la cantidad de 162 jóvenes combatientes que hicieron historia.
Consecuentemente, el sábado 25 partieron temprano desde la capital 16 jóvenes entre los que se encontraba Raúl Castro. Dirigidos por José Luis Tassende, tomaron el ferrocarril Habana-Santiago de Cuba.
Raúl Castro relató en el diario que escribió en el Presidio Modelo: “En el coche comedor, donde los componentes del grupo íbamos a almorzar individualmente como si no nos conociéramos, con la excepción de Tassende y yo que llegamos juntos a tomar el tren y por lo tanto, fuimos a comer algo también juntos, allí él me informó del objetivo…
«Se me paralizó el estómago y desapareció el apetito, yo conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo militar por haber estudiado en Santiago de Cuba durante varios años, Tassende riéndose me decía “come, Raulillo, que mañana no vas a tener tiempo…”.
Recogidos a su llegada por Abel Santamaría y Renato Guitart ya en la tarde del sábado 25 de Julio en la terminal de trenes de Santiago de Cuba, se hospedaron en el hotel Perla de Cuba, lugar donde, entre tragos, risas y música, celebraban los carnavales algunos santiagueros.
A medida que pasaban las primeras horas de la noche seguía desarrollándose con creciente intensidad el carnaval. Con ritmo frenético sonaban los cueros de los tambores, cuando próxima ya a la medianoche…
”Se apareció un compañero enlace de nuestro improvisado Cuartel General, situado en la carretera entre Santiago y Siboney; Fidel nos mandaba a buscar. Minutos después nos encontramos con él y el resto de los compañeros, estaba tocando a su fin el sábado 25 de julio y dentro de pocos minutos comenzaría un nuevo día, el domingo 26 de julio de 1953”, rememoró Raúl en su diario.
“De los 18 que formábamos ese grupo, al frente de los cuales venía el compañero Tassende, creo que solo tres regresamos con vida”, añadió. Pedro Trigo, que era el jefe del grupo de Calabazar, había llegado a la distintiva plaza santiaguera de Marte sobre la una y media del mismo sábado 25. Venía de la Granja Siboney acompañando a Fidel y a Abel, quien, de ahí, partió a encontrarse con el doctor Mario Muñoz. Y Fidel le pidió a Trigo que lo esperará allí, pues iba a buscar al periodista Conte Agüero.
El Comandante en Jefe regresó con cierto disgusto. El reportero se había ido hacia La Habana. Pero previsor en todo, Fidel había vislumbrado medidas para suplir el papel que le hubiera asignado al conocido periodista radial, afiliado al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), y que entonces presentaban como «la voz más alta de Oriente» (después traicionó a la Revolución).
El poeta Raúl Gómez García y la grabación del último discurso de Eduardo Chibás, entre otros recursos, serían suficientes para arengar al pueblo de Santiago.
ANTES DE LA HORA CERO
Allí mismo, aún antes de la “Hora 0”, Fidel encomendó a Trigo, con la convicción del éxito, que después de la toma del cuartel, ocupara y defendiera con su grupo el edificio de la Cadena Oriental de Radio.
Otro grupo llegó hasta la plaza de Marte en el automóvil conducido por Gildo Fleitas, que se retrasó en su recorrido desde la capital. Con él viajó, junto a otros, Reinaldo Benítez.
En la tarde del sábado 25, partieron hacia la granjita Siboney. Pedro Trigo en el vehículo de Abel. Fidel, en el suyo, llevó al doctor Muñoz, porque quería explicarle cuál sería la misión del médico.
En el trayecto, de unos 13 kilómetros, Trigo le preguntó a Abel: «¿Todo está coordinado?» El “Todo” referido, era la simultaneidad de las dos acciones: el asalto al cuartel Guillermón Moncada y el ataque al cuartel de Bayamo, Carlos M. de Céspedes.
“Claro, todo está coordinado” respondió Abel, «Pero piensa lo peor, Pedrito. Piensa que moriremos, pero, aunque muramos, triunfamos, porque habremos salvado al Apóstol en su centenario”, relató Trigo.
Fidel entró en Santiago casi en la víspera inmediata de la Mañana de la Santa Ana. Se había detenido en Bayamo para impartir las últimas instrucciones. Viajaba en un Buick de 1950, de color verde en dos tonos con matricula 169-361.
Desde la plaza de Marte, donde se encontraron, los que faltaban por llegar y los que los aguardaban se dirigieron hacia la granjita Siboney. Fidel, Muñoz, Abel, Trigo, Fleitas y sus acompañantes.
En la granjita Siboney, una vez todos congregados, debieron ser 135. En Bayamo estarían listos 27. Las cifras, sin embargo, no eran aún definitivas porque al borde de la hora prevista, algunos desistieron. Tenían la libertad de quedarse en las filas o salirse de ellas, según la opción ofrecida por Fidel al comunicar a la mayoría, que lo ignoraba, cuál era el propósito de aquel viaje inusual a Oriente.
A las 10 en punto de la noche llegó Fidel Castro a la granja Siboney y dispuso que antes de que se acostaran tomara cada uno un vaso de leche.
Inmediatamente después les habló. Dijo Fidel, entre otras cosas: «Compañeros, podrán vencer mañana o ser vencidos, pero de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana será lo que aspiró Martí, si no, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba.
«Se les hará ver a los políticos que si estos casi 200 jóvenes con tan escasos recursos iban a tomar un regimiento, qué no harían con el dinero que ellos dilapidan. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la Isla; como en el 68 y el 95 aquí en Oriente damos el primer grito de Libertad o Muerte”, relató la periodista Marta Rojas.
EN ARAS DE LA VICTORIA
La Mañana de la Santa Ana dio inicio a la lucha armada en aras de la victoria sobre el sistema económico- político y social imperante en Cuba hasta entonces.
«¡Qué lejos estábamos todos de imaginarnos, en aquellos instantes, que durante ese amanecer del 26 de Julio, se había iniciado el comienzo del fin del capitalismo en Cuba!”, escribió Raúl en carta a la revista Bohemia.
No menos significativo constituyó para Fidel el hecho de que “el Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo. Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras”, expresó el Comandante en Jefe en el vigésimo aniversario de ese histórico acontecimiento.
“Nos mostró el valor de una doctrina, la fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el tesón en los propósitos justos.
«Nuestros muertos heroicos no cayeron en vano. Ellos señalaron el deber de seguir adelante, ellos encendieron en las almas el aliento inextinguible, ellos nos acompañaron en las cárceles y en el destierro, ellos combatieron junto a nosotros a lo largo de la guerra”, añadió el líder revolucionario.
La Mañana de la Santa Ana, aquel amanecer del 26 de Julio de 1953, entró en la historia; el Apóstol no murió, la Joven Generación del Centenario se ocupó de reivindicarlo para siempre.
arb/ndm