Por el coronel (r) Nelson Domínguez Morera (Noel)
Ocupó responsabilidades en la Seguridad del Estado
Todas las expectativas enemigas preveían escenarios de convulsiones sociales, pero ni alteraciones en cuestiones de seguridad nacional acontecieron y una vez más, sencillamente, no pudieron con él.
Los hijos de Oswaldo Guayasamín, a través de la Fundación homónima, desde mucho antes venían insistiendo con denuedo digno según deseos del prestigioso pintor ecuatoriano, en celebrarle al Comandante en Jefe sus ocho décadas de vida.
No obstante, debido a la recaída de salud del líder histórico cubano se precipitaron los acontecimientos. Fidel había viajado a Córdoba, Argentina, para participar en la Cumbre del Mercosur como invitado especial del entonces presidente Hugo Chávez, en la que Venezuela asistía por primera vez como miembro pleno del bloque.
Allí, además, como parte de la intensa agenda, realizó otras actividades como visitar el Museo Casa del Che y dirigirse a un acto público en la célebre Universidad de Córdoba. Ese fue su último viaje al exterior.
Desde Córdoba, el “Incansable” viajó a Bayamo para encabezar el acto central por el 26 de Julio en la oriental provincia de Granma. Ese mismo día partió hacia Holguín donde inauguró en Guirabito una batería de equipos electrógenos y pronunció un segundo discurso en esa fecha.
En tanto, los hijos de Guayasamín con gran orgullo promovían la programación del convite tales como la exposición “Un abrazo de Guayasamín para Fidel” y el concierto “Todas las voces todas”.
Asimismo impulsaban el coloquio “Memoria y futuro: Cuba y Fidel”, que reuniría a grandes pensadores del mundo para reflexionar sobre la obra del rebelde indomable. Atropelladamente se organizaban las actividades y eventos auspiciados por la Fundación Guayasamín, las festividades del reconocimiento en el octogésimo aniversario.
Pero él, convaleciente del proceso quirúrgico al cual fue sometido, vehemente pidió postergarlas al 2 de Diciembre, para celebrar con ello el 50 aniversario del desembarco del Granma. Así hubo que esperar para las celebraciones.
GRAN MOSAICO DE CONCURRENTES
Abel Prieto, entonces ministro de Cultura, desde el Comité Organizador por la parte cubana jugó como siempre un revelador papel, intentado equilibrar los festejos con el peculiar criterio de austeridad del homenajeado, que bien podría anegar la fiesta.
La participación de artistas, intelectuales, científicos, atletas, personalidades políticas y religiosas entre otras, en número aproximado de hasta mil 500 de alrededor de 80 países, conformaron un gran mosaico de concurrentes con la única intención de ofrecerle el reconocimiento universal a la obra de Fidel, siempre al lado de las causas más humildes y desarraigadas del planeta, sin pedir nada a cambio.
Al término de la primera actividad del enjundioso programa el 28 de noviembre, Prieto impuso a un reducido número de organizadores la noticia menos deseada; nos expresó lo que nadie quería escuchar: el Comandante en Jefe definitivamente estaría ausente en los agasajos.
Entonces, el reto consistió en no desanimar ni dejar caer ese espontáneo baño de fidelidad y agradecimiento internacional que cientos de concurrentes de todas latitudes se encontraban ya ejecutando.
Guardo sempiternamente algunas vivencias que comparto ahora 16 años después. Felipe Pérez Roque, entonces ayudante personal de Fidel, expuso ante el plenario abarrotado del Palacio de Convenciones, una anécdota que inmortaliza al líder.
Contó cómo un día, durante continuos y abrumadores despachos con personalidades que reclamaban su atención, tomó la decisión de postergar el encuentro con el ex primer ministro canadiense Pierre Trudeau, y le comunicó a Fidel el motivo de su decisión, atendiendo a que ya no se encontraba en funciones al frente de Canadá.
Fidel lo miró y le espetó de forma crispada, que precisamente por eso lo atendería con prioridad en ese mismo instante a pesar de lo avanzado de la madrugada, arguyendo que a los hombres no se le valoran por cargos, sino por sus atributos y ese era un buen amigo de Cuba en las buenas y en las malas.
Otra vivencia que guardo con agrado fue durante la inauguración de una exposición en Bellas Artes sobre momentos de la vida de Fidel y la develación en los alrededores de cuatro palmas sembradas para la ocasión producto de una obra de renombrados artistas plásticos locales.
Una mayor de las Fuerzas Armadas, acompañante de delegación, se me acercó para informarme que “El Cuate” (Antonio del Conde), mexicano gran amigo del Comandante en Jefe y de Cuba, propietario del yate Granma en el que se realizó la travesía redentora, solicitaba mi presencia y así lo hice presuroso para reencontrarme con esa personalidad a quien conocí años antes en México DF, al presentármelo su viejo amigo, Manolón González Guerra, entonces presidente del Comité Olímpico Cubano.
El abrazo no se hizo esperar consciente como estaba que aquello era una historia viviente de nuestra Revolución, sin cuya cooperación nada hubiera sido posible o al menos igual.
Pero habría más, me confesó que al verme saludando anteriormente al cardenal Jaime Ortega Alamino, también formando parte de los concurrentes, pretendía se lo presentara dado que él, fervoroso católico, nunca había podido ver de cerca un cardenal en su país y menos desplazándose a pie.
Así mismo se lo expuse al eclesiástico, previo a presentarlos a ambos, sin aclarar para no mitigar la expectativa de “El Cuate”, que mucho lo hubiera desmeritado ante la idealización del gran amigo mexicano, que el personaje religioso andaba caminando perentoriamente obligado producto del bloqueo de todas las calles aledañas.
VIVENCIAS, AGRADECIMIENTOS, RECONOCIMIENTOS
En el foro en el Palacio de Convenciones de La Habana, Tomás Borge comandante fundacional del FSLN y la Revolución Sandinista, ya fallecido, andaba pavoneándose por los pasillos del plenario, según su peculiar estilo exhibiendo en un coche sus últimos mellizos con la poetisa peruana y confiándole a todos la feliz coincidencia de su venida al mundo también un 13 de agosto, aunque añadía de inmediato en años muy diferentes.
Fue pródiga la exposición del nicaragüense, a sala llena resaltando el papel jugado por el Comandante en Jefe ante la desunión surgida en el FSLN en plena guerra de liberación posterior al fallecimiento del Comandante Carlos Fonseca Amador, en las montañas de Matagalpa, acarreando las tres facciones en que derivó el Frente Sandinista, los Guerra Popular Prolongada (GPP), los Proletarios y los Terceristas amenazando su triunfo, y que solo Fidel, venerado por todos los fragmentados, logró unificarlos hasta obtener la victoria.
Durante el pleno compartieron sus vivencias, agradecimiento o reconocimiento otros invitados especiales para la ocasión como la periodista norteamericana Karen Wall, activista en Estados Unidos por la causa de la liberación de los Cinco Héroes, el fraile brasileño Frei Betto, el intelectual español-francés Ignacio Ramonet.
También dieron a conocer sus impresiones otros menos renombrados en las letras pero inmensos en el músculo como los campeones mundiales y olímpicos Teófilo Stevenson, Mireya Luis y Alberto Juantorena. Se sumaron otros. Todos fueron dando testimonios en los cuatro días que duró la magna convocatoria.
Sin embargo, para mí fue el mayor de los hijos de Oswaldo, licenciado Pablo Guayasamín Monteverde, presidente de la Fundación que imaginó y organizó la magna cita, quien más emocionó al señalar los desvelos de su padre por honrar al Comandante en Jefe en sus 80, como ya lo había realizado en su septuagésimo aniversario.
Con ello, Oswaldo Guayasamín, sin proponérselo, había sentado un precedente en Cuba, que es como se escribe la historia, y así lo acostumbraba a decir, con lo que resaltaba la afinidad y empatía construida entre ambos a través de una entrañable amistad.
Pablo destacó el interés y seguimiento de Fidel a la ejecución de la obra que Guayasamín venía concretando desde la misma Mitad del Mundo, su monumental proyecto arquitectónico La Capilla del Hombre, que concibiera en los comienzos de 1991.
Concebido con la visión futurista que siempre lo caracterizó, y que alejado de lo religioso sería un centro de reconocimiento, un sitio donde se pudiera meditar sobre la trayectoria de la humanidad en este continente, desde milenios atrás hasta nuestros días.
Esa obra, para muchos entendidos equivalente a la Capilla Sixtina del arte latinoamericano, cuyo arquitecto fue su sobrino Handel Guayasamín Crespo, quedó inconclusa por el fallecimiento del honorable pintor.
Y con su peculiar sentido de la fidelidad y el compromiso como en todos sus actos, Fidel Castro estuvo al tanto por la ejecución final asistiendo a la inauguración el 29 de noviembre de 2002.
CAMINO GLORIOSO TRANSITADO
En las postrimerías, transcurriendo ya el 1 de diciembre de aquel trascendental acontecimiento Alfredo Vera, director de Relaciones Internacionales de la Fundación, junto a Santiago Guayasamín, nieto del emérito, entregaron a los asistentes varias publicaciones que destacaban el camino glorioso transitado por Fidel con su sello característico de rebeldía, creatividad, generosidad, solidaridad y experiencia.
También prometieron, y después cumplieron, recoger todas las reflexiones expuestas en el evento en un libro, que se sumaría a la abundante literatura que sobre Cuba y Fidel alimentara el sentido ideológico y político que emerge hoy por los pueblos de Nuestra América.
Esa era la contribución que tanto soñó Oswaldo Guayasamín desde que se gestó su hermandad con el Comandante en jefe, a partir de 1961 cuando pintó su primer retrato.
Resaltan en ese impactante material acopiado, algunas frases del inolvidable artista que dejaron marcado a este mal autor y decían: “Yo lloré porque no tenía zapatos, hasta que vi a un niño que no tenía pies… Matengan encendida una luz, que siempre voy a volver”.
arb/ndm