Coronel ® Nelson Domínguez Morera, Noel*
De pobre albañil a corajudo comandante guerrillero, revolucionario hasta el tuétano, farandulero, sonero y bolerista, respetado dirigente, escritor incansable y, sobre todo, cubano humilde, modesto y digno.
Su hoja de servicio es mucho más amplia: valiente asaltante al Cuartel Moncada (26 de julio de 1953), prisionero político, revolucionario exiliado en México, expedicionario del yate Granma como uno de los tres jefes de pelotones, oficial en los días fundadores del Ejército Rebelde en los que recibió dos heridas de bala en el combate de El Uvero.
Siguió creciendo como combatiente y llegó a Comandante del Tercer Frente, jefe militar y dirigente del Estado con numerosas y elevadas responsabilidades luego del triunfo del 1 de Enero de 1959.
Integró el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde su fundación en 1965, responsabilidad en que fue ratificado en todos sus Congresos. Resultó electo Diputado a la Asamblea Nacional y Vicepresidente del Consejo de Estado, desde la primera legislatura del Parlamento.
Encontró tiempo gracias a su natural sensibilidad humana y artística para desarrollar una fecunda, valiosa y prolija obra musical que incluye más de 300 canciones y una docena de libros que constituyen un invaluable aporte al conocimiento de la historia cubana.
Imposible pasar por alto este otro aniversario el cual hace que vengan a mi mente momentos en los que tuve el privilegio de compartir con él.
Corría el final de 1974 en los avatares de trajines constructivos y organizativos para el Primer Congreso del Partido, (celebrado del 17 al 22 de Diciembre de 1975) cuando muy temprano una mañana se activa la alarma con urgente reclamo en el Puesto de Mando del Ministerio del Interior (Minint) montado en el Hotel Riviera para la Seguridad y Protección.
Allí se albergarían los invitados de mayor nivel, como primeros secretarios de Partidos Comunistas que no eran Jefes de Estado o Gobierno quienes asistirían al foro partidista.
Las cámaras de video de vigilancia instaladas bajo la marquesina de la entrada principal lo corroboraban, el ministro de las Fuerzas Armadas, General de Ejército Raúl Castro Ruz, y el Comandante Almeida descendían de un ómnibus al frente de un grupo de miembros del Buró Político para una intempestiva e imprevista primera visita de inspección entre los que se encontraban el entonces vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez y el ministro de Transporte, Senén Casas Regueiro.
Ni con tiempo para esperar el elevador, descendí atropelladamente por las escaleras desde el quinto piso para atender a los inesperados visitantes quienes llegaron sin escoltas ni personal de apoyo, y sin corresponderme hice de introductor guía y la inicial escala aconteció en el escenario del salón Copa Room convertido en principal comedor para los ilustres huéspedes de honor que se recibirían.
Luego del recorrido por la instalación en los que Raúl se mostró jaranero con jocosos comentarios en los que siempre invocaba a su gran amigo y compañero de lucha, “Juanito”, la delegación se dispuso a tomar el ómnibus hacia el Hotel Capri donde se montaba lo que fue el Centro de Prensa.
Inmediatamente, alerté con urgencia vía teléfono de magneto tipo punto a punto en ese momento algo novedoso a Otto (Coronel jubilado Manuel Hevia fallecido) mi homólogo allí, para que no lo sorprendieran como aconteció en el Riviera.
Y cuando ya comenzaba a respirar calmado, noto que el Comandante Juan Almeida Bosque decidió permanecer en el inmueble y regresó al lobby en solitario incursionando hacia los inmensos cristales que dan vista al malecón habanero con sus olas de frentes fríos.
Sin pensarlo dos veces le sigo los pasos lo más discreto que pude aunque su igualmente sigilo me evidencia y plenamente percatado de mi presencia me increpa: “Oye, compadre, ¿no te ha bastado con ser una sombra desde que llegamos? Déjame en paz sentarme en estos sofás inmensos que nunca antes he podido hacerlo y descansar la tropelía con Raúl. ¿Podré hacerlo?”
Mi respuesta no pudo ser más inmediata: “Como Ud. desee Comandante, ya avisé a Domínguez”. (Coronel fallecido quien entonces se desempeñaba como Jefe de la Dirección de Seguridad Personal del Minint)
En 1981, recién regresado de una misión internacionalista en Nicaragua me asignaron entre muchas otras tareas la grata encomienda de darle atención a un matrimonio de esa nacionalidad que tuvo una intensa lucha frontal contra el tirano (Anastasio)Somoza en la clandestinidad y en las montañas.
Después del triunfo sandinista, “Elsa” y “Cherman”- sus seudónimos de guerra como los llamaré en esta semblanza- ocuparon cargos importantes y en el año de este relato pretendían crear una familia con descendientes.
A ella la atendía el Ginecólogo Dr. Mayans desde que éste se ocupara de su asistencia médica en su gesta internacionalista desde otro frente en la hermana nación y la trasladó a Cuba desde el Hospital González Coro de la capital.
Como parte de esa atención, cuando se me hacía factible los llevaba a lugares históricos, museos y teatros para satisfacer en algo la cultivada gran intelectualidad de “Elsa”, que su cónyuge “Cherma”, no compartía del todo y lo equilibraba con viajes a la playa, algún restaurante especializado en comidas picantes y en una ocasión al cabaret Parisién del Hotel Nacional de Cuba, donde una noche aconteció lo inesperado.
Por lo general, los espectáculos incluían alguna que otra de las populares composiciones del heroico comandante de la Sierra Maestra, al mismo al que todos le atribuíamos la tercera jerarquía en orden de importancia del país, aunque nadie oficialmente se la asignara.
Y para grata sorpresa el mismo Almeida permanecía en una mesa, solo y discreto a manera de civil incógnito y con gruesas gafas negras que lo hacían irreconocible.
Fue “Cherman” quien lo identificó al recordarlo de las pocas incursiones por su Patria, siempre acompañado por el comandante devenido Presidente Daniel Ortega, y manifestó su deseo de poder saludarlo y estrecharle la diestra.
Pensé acudir al inolvidable Gerente del Hotel (ya fallecido) el ex general de brigada retirado Antonio (Tony) Garcia, pero desistí de ello consciente de la exigida discreción que Almeida imponía a todos sus actos.
Sin embargo, dada la insistencia de los nicas, me acerqué a su mesa identificándome y solicitándole recibiera a los hermanos de la tierra de Sandino que me acompañaban, y le expliqué el historial de ambos.
Solo puso de condición que no se tomaran fotografías lo que por demás ni se me hubiera ocurrido. Los atendió con la caballerosidad que lo distinguía, se paró y besó la mano a ¨Elsita¨ que después con orgullo manifestaba no se la lavaría nunca más.
Naturalmente por mucho que intentamos pasar inadvertidos, el movimiento alrededor de su mesa de tres personas en pleno espectáculo y el salón semioscuro no pasó por alto a la agudeza de los artistas, coreógrafos y jefes de puesta de escena, pero sobre todo de la artista principal quien acudió rauda a su mesa, al cerrar su magnífica interpretación de La Lupe, una de las más populares e histriónicas canciones del Comandante Almeida.
La joven artista le extendió un hermoso ramo de flores que atrajo como era de esperar los reflectores y esto hizo que todos los presentes que abarrotaban el lujoso local se pusieran de pie con estruendoso aplauso, lo cual le obligó a corresponder con afable sonrisa.
Fue entonces que se impuso su proverbial grandeza y humildad a toda prueba al solicitar con gestos la presencia de los nicas a su mesa los que presurosos acudieron, y a la vista de todos le cedió el ramo de flores a “Elsita” que no pudo contener las lágrimas y con mucho respeto le pidió autorización para besarle y abrazarle.
Así era y seguirá siendo para el pensamiento popular el Comandante Almeida, el mismo que recorría las calles santiagueras cuando se desempeñaba como enviado del Buró Político para la región oriental, tomando café casa por casa.
O una tarde en la que lustró los zapatos de uno de los limpiabotas que con dignidad se desempeñaban en el centro de Enramada, mostrando orondo que ése había sido uno de sus oficios antes de ser albañil.
Sirvan estas líneas de modesto homenaje a quien en el primer bautizo de fuego de los expedicionarios al mando del líder histórico Fidel Castro tras el azaroso desembarco por las Coloradas pronunció la corajuda arenga, en plena vigencia hoy: “Aquí no se rinde nadie, cojo…”
También al hombre simple, pilar fundamental de la Revolución de los humildes y para los humildes, que nunca olvidó las privaciones de un hogar modesto y numeroso, segundo de doce hermanos que ayudó al padre a mantener a su profusa familia, lo cual le valió el cariñoso epíteto de su amada madre que destaca el título de estas sencillas anécdotas. rmh/ndm
*El autor ocupó responsabilidades en la Seguridad del Estado