Ganadora de cuatro medallas de oro olímpicas, Fraser era la menor de ocho hermanos criados en un suburbio de la ciudad de Sídney, donde nació el 4 de septiembre de 1937.
Comenzó pronto a frecuentar las piletas por recomendación médica, pues padecía de asma.
Cuando un entrenador se dio cuenta de su alto potencial, se la llevó a la urbe de Adelaida para pulirla y prepararla para empeños mayores, que dieron sus frutos en 1955, al obtener varios títulos en los campeonatos provinciales de Australia Meridional.
El aldabonazo inicial lo dio en la lid nacional, en la cual el 21 de febrero de 1956 quebró el récord mundial de los 100 metros libres con 1.04,05 minutos.
Fraser fue entonces a los Juegos Olímpicos de Melbourne de ese año y de allí se llevó dos coronas, en los 100 individual y el relevo, y el subtítulo en 400 metros libres, a pesar de no ser su especialidad. En las dos primeras pruebas marcó e intervino en cotas para el orbe.
En la cita bajo los cinco aros de Roma 1960, la australiana repitió en su modalidad reina, los 100 metros, para convertirse en la primera dama en ganar dos veces seguidas en esa distancia en olimpiadas.
Se encumbró aún más en su tierra natal, pues el 27 de octubre de 1962, en Melbourne, devino la primera fémina en nadar los 100 metros libres en menos de un minuto: 59,9 segundos.
Un mes después, volvió a rebajar ese tiempo en Perth con 59,5, y el 29 de febrero de 1964, en Sídney, estableció su récord definitivo con 58,9, que permaneció imbatible hasta 1972.
Pese a serias lesiones por un accidente automovilístico, la ondina pudo asistir a los Juegos de Tokio 1964, donde conquistó su tercer lauro máximo consecutivo en 100 metros (59,5-marca olímpica), hazaña sin parangón hasta hoy, y sumó una medalla de plata en el relevo 4X100.
Sin embargo, en la capital japonesa Fraser fue tan famosa por sus éxitos en la piscina como por su rebeldía fuera de ella.
Primero, participó en el desfile inaugural en desobediencia a las órdenes de los federativos de su país, luego compitió con un bañador no oficial del equipo (incluso de un fabricante rival) y, por último, a pocas horas de la ceremonia de clausura, se escapó con unos amigos para irse de juerga y en la madrugada fueron detenidos por la policía, tal vez ebrios, al tratar de robar una bandera nipona del propio Palacio Imperial.
Por cierto, el emperador le obsequió a Fraser la enseña que había intentado hurtar.
(Tomado de Orbe)
