Prensa Latina en un recorrido por el lugar, a unos 600 kilómetros al este de La Habana, pudo conocer más sobre la vida de Ana Betancourt de Mora, quien nació en la capital provincial, entonces Puerto Príncipe, en 1832.
Su ejemplo se convertiría en un estandarte para las luchas y la emancipación de la mujer en Cuba casi dos centurias atrás.
La sociedad patriarcal reinante en el siglo XIX y cuyos rezagos se mantienen incluso hasta la actualidad, le impedía a las féminas ocupar un lugar de privilegio tanto en el ámbito económico como cultural.
Por tal motivo la lucha por salir de la casa y llegar a un espacio de mayor reconocimiento, fue la meta de decenas de mujeres en la historia de las luchas independentistas de Cuba.
En la batalla contra el colonialismo español muchas salieron a la manigua (campo) o sirvieron de contacto entre los insurrectos y la ciudad. En el primer grupo se encontraba precisamente Betancourt.
En diciembre de 1868, justo cuando la región que enlaza el centro con el oriente del país se alzó en armas, Ana Betancourt partió breve tiempo después a la manigua en apoyo a su esposo, Ignacio Mora.
Laritza Pérez, investigadora y adelantada en temas del feminismo, en su texto “Ana Betancourt, la historia de una mujer irreverente”, hace referencia a los enormes méritos de la heroína.
Fue en el marco de la Asamblea de Guáimaro, en abril de 1869, donde Betancourt de Mora aprovechó para hacer sentir el reclamo de la mujer cubana.
Palabras suyas fueron leídas por Ignacio Agramonte (1841-1873), uno de los redactores de la primera Constitución de la República en Armas, y a la postre Mayor General del Ejército Libertador.
Pedía a los legisladores que con el triunfo de la República naciente se le diera el lugar social que le había sido negado a la mujer, esclavizada y marginada a labores del hogar.
Sus palabras se le escucharon en reuniones previas a la realización de la primera constituyente de Cuba.
“Ciudadanos, la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas. Aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de liberar a la mujer.”
El conjunto escultórico que colinda con el Museo Municipal de Guáimaro guarda los restos de una de las luchadoras más valientes que se conozca en la historia de Cuba.
Una mujer que aunque fuera apresada por las tropas de la metrópoli española no rechazó los principios de su causa revolucionaria.
Sin embargo, tuvo que salir al exilio donde supo la noticia del asesinato de su esposo.
Una bronconeumonía le sorprendió en 1901 en plena ocupación norteamericana una vez terminada la guerra insurreccional.
Tras recorridos por México, Estados Unidos, Jamaica y España, su vida tocó fin precisamente en suelo ibérico.
Sus restos fueron trasladados a Cuba en 1968 gracias a la iniciativa de otra gigante, símbolo para la mujer antillana como lo fue Celia Sánchez (1920-1980).
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