El 1 de enero de 1959 los cubanos despertaron con la noticia de que el dictador Fulgencio Batista y gran parte de sus allegados habían huido y era inevitable que el Ejército Rebelde, liderado por Fidel Castro, concretara el triunfo de su movimiento de liberación nacional.
El Movimiento 26 de Julio y otras organizaciones progresistas que se le sumaron apostaron por la lucha armada como única vía posible para eliminar las causas de los males del país, que habían sido expuestos y analizados por el propio Fidel en La historia me absolverá, su alegato de defensa por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
La mayor de las Antillas, a menudo presentada como una joya del capitalismo en la década de 1950, en realidad tenía más del 20 por ciento de su población sumida en la ignorancia y el 11,8 por ciento desempleada.
Era un país de grandes desigualdades, la población rural, mayoritaria en ese entonces, vivía en un 78 por ciento en casas de hojas de palma y el 47 por ciento de los agricultores no tenía empleo, perpetuando el ciclo de la pobreza.
Esa realidad también era evidente en los servicios de salud, por ejemplo, la mortalidad infantil era el doble en campo que en la ciudad.
La situación era el resultado de un modelo de desarrollo que había entregado la soberanía del país y su economía al capital estadounidense, mientras la corrupción política y administrativa penetraba todos los sectores sociales.
La Reforma Agraria y Urbana y la Campaña de Alfabetización estuvieron entre las primeras medidas de la Revolución Cubana para cambiar esta realidad y con ellas se cimentaron las bases para romper la creciente desigualdad social y transformar la vida de los sectores más humildes.
A pesar de estar ubicada en una de las regiones más desiguales del mundo, Cuba, en más de 60 años, no solo alcanzó indicadores de países del Primer Mundo en la educación, la salud, el deporte, la cultura y las ciencias, sino que además creó las estructuras para la igualdad de oportunidades y posibilidades de sus habitantes.
El proyecto, inédito en este hemisferio, tuvo que construirse sorteando los obstáculos que impuso desde el comienzo el gobierno de Estados Unidos, que en sucesivas administraciones fue perfeccionando los mecanismos de presión económica, militar y política para aislar internacionalmente a la Revolución e impedir su éxito económico.
El archipiélago exhibe un alto índice de desarrollo humano y es pionero en la región y el mundo en el reconocimiento y la defensa de derechos humanos de segunda y tercera generación, lo cual ha sido reconocido por instituciones y organismos internacionales.
En 2019 se produjo un cambio en la dirigencia del país, asumida por nuevos líderes, lo que concuerda con las características de la población, la mayoría de la cual ha nacido después del triunfo de la Revolución.
Una nueva Constitución y transformaciones en el modelo económico y social se erigen como desafíos del proyecto, a 64 años de sus inicios, pero el reto principal será solucionar las demandas de los nuevos tiempos sin menoscabo de la equidad social.
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