En la tarde de este lunes Luna confluirá en la histórica sala con sus compatriotas Carlos Sarduy (trompetista), Irving Acao (saxofonista) y Maikel Dinza (multinstrumentista) y presentará varios temas de sus últimos fonogramas.
Sumado a esos discos, grabados en Francia durante los años de pandemia de Covid-19, interpretará producciones anteriores, que prevén su lanzamiento en el venidero mes de marzo en la nación europea, y según explicó, resultará un concierto solo a piano.
Tendrá, además, «un poco de todo»: música clásica, jazz y otros géneros de su repertorio, según declaró a Prensa Latina.
Esta intervención en el Jazz Plaza resultará un “momento especial que lo bendecirá todo el año” y recuerda este evento como «un día de fiesta», realizado hace algún tiempo en el mes de febrero.
Luna evocó que la cita tenía entre sus sedes lugares emblemáticos como el Teatro Amadeo Roldán y las casas de cultura y, a su juicio, “eran las jornadas más felices y anhelaba estar algún día sobre esos escenarios”.
“Pude ver a los artistas que más admiraba, entre ellos, Gonzalo Rubalcaba, Chucho Valdés e Irakere. Luego participé muy joven en 2001 o 2002 y, a partir de entonces, siempre trato de estar”, afirmó.
En su consideración, este espacio de relevancia internacional le abrió las puertas y constituye una oportunidad para la interpretación de la obra de otros músicos.
“Uno crece durante el festival, pues debe asumir tareas bien difíciles y tocar frente al público y la familia, amigos del barrio, colegas y nuevos estudiantes”, argumentó el multipremiado intérprete.
Luna estará también en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional en la noche del jueves 26 junto a instrumentistas de Holanda, Eslovaquia y Cuba, y el domingo 29, en la Casa de la Cultura de Plaza en compañía, entre otros, de Carlos Miyares, Cucurucho Valdés y Brenda Navarrete.
La difusión de las sonoridades de la isla simboliza para él una responsabilidad muy grande, por tanto, en sus creaciones incluye esos paisajes que lo hicieron feliz de niño, sus historias, ilusiones y sueños.
Por ello, en el exterior intenta “sonar lo más cubano posible” e influenciado también por la variedad de ritmos aprendidos, su piano y discografía evocan las vivencias en la nación caribeña.
Reflejan al Guajiro Mirabal, inmortalizan el bolero que aprendió con Omara Portuondo o aquella oportunidad, en el Teatro Nacional, cuando vio por primera vez a Rubén González, asimismo, suenan a danzón, son, jazz y pop.
“Dentro de todo eso está mi felicidad, esencia e infancia en Cuba. También se escucha mi papá, Santiago, La Habana, rumba, el barrio de Ataré y los cajones. Me alegra cuando la gente, en cualquier lugar del mundo, siente eso. Ese es el legado que quiero dejar”, expresó.
En su caso, las lecciones de piano comenzaron a los 15 años de edad, por eso, “no percibo la misma presión” y una vez sus dedos acarician las teclas canaliza sentimientos, espontaneidad y respeto a la identidad de cada estilo.
Es esa comunicación de emociones la que le valió un sinnúmero de colaboraciones, por ejemplo, como pianista invitado del Buena Vista Social Club, acompañando a Mirabal, Cachaíto López, Manuel Galbán y Aguaje Ramos.
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