El espectáculo, previsto en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, reunirá a un “grupo maravilloso” conformado por los músicos Javier Zalba (barítono), Roberto García (trompeta), Lázaro Oviedo (trompeta) y Tommy Lowry (trompeta).
También acompañarán a Fonseca en esta última jornada de la cita cultural, celebrada desde el 22 de enero en La Habana y Santiago de Cuba, Emir Santa Cruz (saxo-tenor), Jorge Sergio (saxo-alto), Ruly Herrera (batería), Adel González (conga), Yandy Martínez (bajo) y Andrés Coayo (percusión).
“Es un proyecto con el cual estoy muy contento, pues encierra cosas muy interesantes, especialmente en la puesta en escena. Siempre defiendo que los conciertos no sean solo música. Le quiero llevar a los espectadores una actuación novedosa, que en Cuba nunca se ha hecho”, afirmó.
Los artistas ya estuvieron en el Salón Rosado de la Tropical, el domingo 22, y en el Teatro Martí de la ciudad de Santiago, el miércoles 25. Sobre la ocurrencia de la cita en esa urbe oriental refirió la relevancia de extender el movimiento jazzístico hacia todo el país.
“Muchas personas no tienen la posibilidad geográfica de acudir a los espacios centrales del festival. Santiago merece disfrutar del ambiente de jazz que vivimos en La Habana. Para nosotros ahí no se detiene la propuesta, queremos que la toda la isla vibre con las peculiaridades de este género”, aseguró.
A su juicio, Cuba es un lugar cultural de obligatoria visita para todos los músicos del orbe y un referente dentro de esa manifestación del arte, pues suma numerosas corrientes asociadas, por ejemplo, a valores tradicionales, la herencia campesina, el complejo de la rumba y el folclor.
Unido a ello, la mayor de las Antillas “representa una de las potencias excepcionales de la música” y es “muy bonito el recibimiento del público cubano, provisto de muy buen oído y educación artística, también verlos cuando lloran, ríen o bailan”.
Para Fonseca, el 95 por ciento de sus creaciones tiene a la nación caribeña como protagonista y, en esa transmisión de peculiaridades criollas, emplea códigos identitarios y evita caer en estereotipos.
Por ello, se define como un pianista en “constante búsqueda de la evolución”; tampoco encasilla sus composiciones en un estilo determinado “no me considero jazzista, rockero, ni músico clásico o tradicional, soy un artista que está abierto a las sonoridades”.
No obstante, el jazz resulta para él la manera de escapar, defender, luchar, llorar, reír y ser libre a partir de la improvisación, “uno de los caminos más personales de la vida, tener la posibilidad de expresar sentimientos mediante lo que tocas, es una sensación única”. mem/dgh