La madrugada de aquel 26 de julio de 1953 jóvenes revolucionarios, bajo el mando de Fidel Castro, asaltaron las fortalezas militares Guillermón Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, en el oriente de la isla, en el año del centenario del natalicio del Apóstol José Martí.
El cuartel Moncada era la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres, y el Céspedes otra importante guarnición.
Para Fidel Castro y sus compañeros de armas, el ataque resultaba la forma de rendir tributo a Martí cuando su ideario era mancillado por la dictadura de Fulgencio Batista, quien gobernaba la isla desde el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
El plan se elaboró en absoluto secreto. Además de Fidel Castro, solamente lo conocían dos compañeros de la dirección del movimiento y su responsable en Santiago de Cuba. Los demás sabían que se iba a realizar un combate decisivo, pero ignoraban cual era exactamente éste.
A pesar del derroche de valentía de los atacantes, ambas acciones resultaron un fracaso militar.
El régimen reaccionó con brutal represión. Batista decretó el estado de sitio en Santiago de Cuba y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional; clausuró el periódico Noticias de Hoy, órgano del Partido Socialista Popular (comunista), y aplicó la censura a la prensa y la radio.
La orden del dictador fue eliminar a 10 revolucionarios por cada soldado del régimen caído en combate. Decenas de los jóvenes que seguían a Fidel Castro fueron ferozmente asesinados.
Ante el tribunal que posteriormente lo juzgó, el líder del movimiento rebelde realizó enérgica denuncia:
«No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen».
El alegato de autodefensa del entonces joven abogado fue conocido después como La historia me absolverá. Allí pasó de acusado a acusador y denunció los males de la República y las penurias del pueblo.
Un millón y medio de habitantes mayores de seis años no tenían ningún grado escolar aprobado. Entre los 15 y 19 años apenas el 17 por ciento recibía algún tipo de educación, mientras que el grado cultural promedio de los mayores de 15 años no llegaba al tercero de primaria, señaló entonces.
En La historia me absolverá Fidel Castro ofreció soluciones para toda esa tragedia, a partir de programas sociales que la Revolución desarrollaría cuando accediera al poder.
Aquella intervención adelantó a la nación lo que luego sería la Reforma Agraria, la primera de las grandes transformaciones revolucionarias contra el latifundismo, cuando las tierras cultivables estaban en manos de unos pocos, en particular de empresas de Estados Unidos.
También adelantó lo que se concretó con la conversión de cuarteles en escuelas (el Moncada uno de ellos) y la campaña de alfabetización que convirtió a Cuba en el primer país de América Latina y el Caribe libre de analfabetismo.
La celebración del Día de la Rebeldía Nacional es conmemorada todos los años a nivel nacional y resulta ocasión para estimular a la provincia seleccionada por sus resultados socio económicos para acoger el acto central de la efeméride, encabezada por las máximas autoridades de la nación.
Este año será distinto, ante la pandemia de la Covid-19 que, aunque bajo control en la isla, merece la continuación de medidas de prevención, incluidos el distanciamiento social y la evitación de actos públicos.
Pero la fecha no pasará por alto, menos cuando Cuba cosecha éxitos innegables ante la enfermedad y recorre por estos días el proceso de recuperación post Covid-19.
También cuando la mayor de las Antillas está inmersa en la aplicación de una estrategia integral para enfrentar las secuelas de la pandemia y encaminar su desarrollo en un complejo escenario internacional.
Al respecto los cubanos rememoran aquella frase de Fidel Castro: «El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias».
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