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Con el hombre que nació en el Mediterráneo

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La Habana (Prensa atina) Así de rebelde, inconforme y utópico lo conocí. Corría el verano de 1974, y Cuba, como siempre, resultaba amenazada con el empleo contra ella de cuantos actos terroristas y provocaciones de la peor calaña se concibieran.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

Esas instigaciones estaban apoyadas, consentidas o desentendidas y hasta disimuladas, también como siempre, por los gobiernos españoles de turno. Durante y el posfranquismo, siempre resultó igual hasta nuestros días.

El Palacio Nacional de Montjuic acogía acorde a la costumbre desde 1929, a la Exposición Internacional de Barcelona y el pabellón, así como los estands de Cuba, resultaban de los más visitados a pesar de la manifiesta austeridad y los escasos recursos exhibidos.

Aunque no faltaba la degustación de autóctonos mojitos y daiquirís, y sobre todo la atracción que representaba el hacedor de tabacos in situ, que los terciaba a la vista de los arremolinados concurrentes y hasta obsequiaba uno que otro a algún deslumbrado visitante.

Como si fuera poco, figuras representativas de nuestras artes y folclore se alternaban: unas noches estaba la inmensa y nunca bien ponderada Sara González, otras el nostálgico Amaury Pérez o el desafiante Vicente Feliú.

Y a través de los amplificadores desde la hora de apertura hasta el cierre siempre el ausente-presente de Silvio Rodríguez se escuchaba con sus más recientes obras de aquel entonces, presentadas en vetustos casetes de audio vendidos por miles; esparcían… “va cabalgando el Mayor con su herida, y mientras más mortal el tajo, es más de vida. Va cabalgando sobre una palma escrita, y a la distancia de 100 años, resucita…”.

Los ignotos compradores hacían filas desordenadas, casi arrebatando el producto musical, sin desagraviar ni interiorizar en la afrenta hecha por sus antepasados colonizadores… “Amalia abandonada por la bala, la vergüenza, el amor; o un fusilamiento, un viejo cuento modelaron su adiós… Va cabalgando…”.

Los mercenarios de siempre pusieron sus esperanzas en interferir tanta alegría, derroche de sanos y solidarios sentimientos, pero también de fuerza ideológica contra los poderosos y explotadores universales.

Sin embargo, fracasaron sus planes subversivos y taimados de asaltar aquel pequeño recinto y hacerlo víctima de artefactos explosivos a pesar de la presencia de inocentes niños visitantes, la mayoría españoles.

NOS VISITABA TODOS LOS ATARDECERES

Un ícono, pionero desde 1964 de lo llamado en música la ‘Nova Cançó’ -movimiento cultural que dio universalidad a Cataluña-, amigo entrañable a pesar de posteriores altas y bajas inspiradas en malignas influencias de los que también hacían y hacen daño en ese ámbito, solidariamente nos visitaba todos los atardeceres.

Ya había estado desde 1973 en Cuba sucumbiendo ante sus hechizos utópicos. Era Joan Manuel Serrat, el «Mô» (por Mahón, ciudad de sus inspiraciones, situada en el este de Menorca, en Islas Baleares, España).

Bajo una rudimentaria carpa ubicada al final del pabellón, al caer el crepúsculo, la emprendía a guitarrazos: “son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón… Como un ladrón te acechan detrás de la puerta, te tienen tan a su merced como hojas muertas…”.

Atraía multitudes ansiosas de expresarle su adhesión por el levantamiento de la censura televisiva que sobre él pesaba desde que en 1968, representando a España en el Festival de Eurovisión, quiso cantar en catalán por ese medio y la dictadura franquista lo reprimió.

Hasta el príncipe heredero de entonces, Juan Carlos I de Borbón, rey y jefe de Gobierno de España de 1975 a 2014, fue un ocasional visitante en nuestro estand, mientras era atendido en el Protocolo y apreciaba los mojitos.

El monarca permitía que una deidad alemana de quien se hacía acompañar, ataviada en una simple túnica blanca totalmente transparente, se alejara del Mercedes descapotable en el cual la transportaba para que se acercara a los aglutinados en la parte de atrás, en la carpa, llamando poderosamente la atención de miradas libidinosas y asombradas, para oír, admirar y aplaudir a Serrat cuando el «Mô» se hacía sentir.

“Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero, y qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo”… “En la ladera de un monte más alto que el horizonte quiero tener buena vista. Mi cuerpo será camino, le dará verde a los pinos y amarillo a la genista… Cerca del mar porque yo… nací en el Mediterráneo…”.

Su peculiar expresión de rostro ingenuo, modesto, descuidado, pelo largo y desaliñado, queriendo saberlo todo sobre el proceso revolucionario cubano, el más justo y de iguales, quizás pretendiendo traspalarlo a su Cataluña rebelde y autonómica, daba una sensación de niño grande a pesar de sus ya 31 años cumplidos.

VOLVER A CUBA

Un buen día me espetó, casi sin venir al caso, que quería le tramitara volver a Cuba para cantarle “a todos” los estudiantes becarios reuniéndolos en la Ciudad Deportiva, lo que motivó mi risa desenfadada y casi mordaz aseverándole que no cabrían en ese recinto ni en ningún otro, dada su masividad.

Incrédulo innato, lo puso en duda y solo resultó convencido cuando meses más tarde, dado el pragmatismo del entonces ministro de Educación, Armando Hart, se organizó el evento en Cuba con el desempeño del cantautor, pero solo enmarcado para los estudiantes becados más destacados, con mayores resultados docentes y participativos, dada la restricción del escenario.

Nos dejamos de ver poco después de la clausura exitosa y sin contratiempos de la Exposición; era el día que la Embajada le ofreció un banquete de despedida en los pisos altos del Palacio de Montjuic, próximo a los funiculares y teleféricos que desde allí se aprecian.

Siempre inquieto e interrogante, no cesaba de hablar rechazando los elogios que se le prodigaban e insistiendo en que pronto volvería a Cuba para seguir aprendiendo del proceso social revolucionario.

Me distinguió con un álbum discográfico autografiado para mi primogénita que todavía conserva y deleitó a todos con: “La mujer que yo quiero no necesita deshojar cada noche una margarita. La mujer que yo quiero es fruta jugosa, prendida en mi alma como si cualquier cosa… La mujer que yo quiero me ata a su yunta, pero por favor, no se lo digas nunca…”.

Por última vez lo vi en Cuba, en una tarima improvisada como escenario para un concierto próximo a la estatua central del Apóstol en las inmediaciones del Parque Central de La Habana, no recuerdo la fecha ni el motivo.

Un amigo común de aquellas andadas del 74, Amaury Pérez Vidal, me acercó y a pesar de los muchos años transcurridos, de seguro más de 30, rememoramos cómo comenzó todo con aquel antológico: “Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar…”.

«Murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino, al alejarse le vieron llorar: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Golpe a golpe, verso a verso. Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuándo de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar. Golpe a golpe…”.

No podría imaginarse entonces el “Mó”, Joan Manuel Serrat, la cooperación que indeliberadamente ofreció con su presencia y las multitudes que arrastró, en la desarticulación de las conjuras enemigas en la España de 1974, el último para Franco, en el pabellón cubano de la Exposición Internacional de Barcelona del Palacio Nacional de Montjuic, donde estuvimos compartiendo con el hombre que nació en el Mediterráneo.

arb/ndm

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