Por Maida Millán Álvarez y Oscar Villar Barroso
Colaboradores de Prensa Latina
Las huelgas son instrumentos de la lucha de las masas por hacer avanzar su agenda política: la revolución francesa, las revoluciones rusas de 1917, y en el caso cubano, desde la primera huelga en 1907, “la Huelga de la Moneda”, pasando por la que en 1933 sacó del poder al dictador Gerardo Machado.
En el caso de la de 1958, se desarrolló en medio de la lucha armada contra la tiranía de Fulgencio Batista, en un momento decisivo para el pueblo de Cuba en su lucha por conseguir la verdadera y definitiva liberación nacional contra el imperialismo estadounidense y su aparato de dominación neocolonial.
Durante ese curso se produjeron acontecimientos muy importantes, en tanto que comenzaron a tomar auge las acciones y el avance victorioso de los combatientes en la Sierra Maestra y también en las ciudades; un momento crucial ocurrió el 4 de febrero de 1958 en cuanto a la organización en el llano (las ciudades) de las fuerzas del Movimiento 26 de Julio, de liberación nacional.
En una importante reunión en la Sierra Maestra se tomaron acuerdos trascendentales, luego de lo cual el comandante René Ramos Latour (Daniel) informó a los comandantes de las milicias urbanas del M-26-7 en todas las provincias sobre la adopción de un reglamento que ordenaba la actividad de los grupos de acción y sabotaje y los convertía en una suerte de organización con una estructura militar jerarquizada, procedimientos disciplinarios y un sistema de grados.
Como resultado de ese encuentro, también se redactó en la Sierra Maestra un documento: “Manifiesto al Pueblo de Cuba”, firmado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y por Faustino Pérez Hernández, delegado de la Dirección Nacional del M-26-7 y coordinador del movimiento en La Habana.
En este documento se ofrecían orientaciones al pueblo y se señalaba que el plan final de la lucha concebía culminar el proceso insurreccional mediante la realización de la huelga general revolucionaria.
El movimiento insurgente se preparaba para desencadenar en esa huelga el derrocamiento de la tiranía de Batista.
La Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio efectuó en la Sierra Maestra del 10 y el 12 de marzo, una reunión presidida por Fidel, en la que se acordó un manifiesto de 21 puntos donde se orientaban las medidas que debían crear las condiciones para la huelga general. En la segunda quincena de marzo se perfilan los detalles para la huelga, en la cual se combinaban planes de sabotajes, acciones armadas y alzamientos en zonas rurales. El 13 de marzo, en otro encuentro en la comandancia de Fidel, este manifestó no estar muy convencido de que la situación insurreccional de ese momento fuera lo suficiente madura para convocar a la huelga, pero se comprometió a darle todo el apoyo del Ejército Rebelde que realizaría acciones en los distintos frentes para culminar con éxito ese plan. Promesa que se cumplió.
La dictadura, por su parte, también se preparó para contrarrestar las acciones revolucionarias. En el Congreso, el 31 de marzo aprueba una ley autorizando medidas de excepción que dieron origen a otra ola de persecución y detenciones. En tanto, la Dirección Nacional del M-26-7 con excesivo optimismo analizó las posibilidades reales de la huelga en las provincias de La Habana, Las Villas y Oriente, y otorgar a la de Camagüey, de acuerdo con sus características, la función de apoyo.
La huelga se convocó para el 9 de abril de 1958, y el M-26-7 orientó a todas sus células obreras y de acción interrumpir el trabajo en todos los centros.
Lamentable fue que otras organizaciones obreras no se sumaran, y es que por entonces no existía un frente obrero unido y todo el esfuerzo y la responsabilidad recayó en el Frente Obrero Nacional, constituido en lo fundamental por miembros del M-26-7.
Se produjeron diversas acciones como paros obreros y profesionales, sabotajes y enfrentamientos armados en una gran parte del territorio nacional, pero se incumplieron los objetivos propuestos por la dirección nacional.
Esto trajo como consecuencia, en primer lugar, que se produjera la desarticulación casi total de la estructura organizativa de la Dirección Nacional del Movimiento en La Habana y que 96 valiosos compañeros perdieran la vida y un número elevado la libertad.
Las pérdidas fueron muy lamentables en La Habana, Pinar del Río y Las Villas, donde entre las bajas se encontraron los principales cuadros de dirección, jóvenes valientes que habían demostrado su valía y potencialidades de liderazgo revolucionario[1]. Marcelo Salado repartió las pocas armas con que se contaba entre sus compañeros y se dirigió hacia el edificio Chibás (25 y G, Vedado), donde se había instalado el Estado Mayor de la insurrección.
Desde el principio comienzan a llegar de todos los puntos de la ciudad las noticias sobre el desarrollo de la huelga. Muchas no muy alentadoras por lo que decide ir a ver a los compañeros del Frente Obrero Nacional (FON), quienes estaban acuartelados a solo dos cuadras del Chibás, y pedirles explicaciones sobre por qué el sector del transporte no se había sumado a la huelga.
Oscar Lucero, otro dirigente del movimiento, trató de tranquilizarlo y le pidió ser paciente y esperar a tener más noticias y no arriesgarse a ser detectado por la policía que lo buscaba insistentemente. Afuera los ruidos de las sirenas de las patrullas batistianas delataban el despliegue en esa barriada del vedado.
En esas circunstancias, Lucero le ordenó a la combatiente Ramona Barber que acompañara a Marcelo y aparentar ser una pareja.
Los jóvenes salen del edificio y cruzan la calle G en línea recta y al acercarse a la pista del garaje que hace esquina los reconocieron policías, quienes viajaban en dos automóviles.
Cuando los sicarios detuvieron sus autos, Salado le ordenó a Ramona seguir caminando y, por suerte para ella, uno de los trabajadores del garaje la empujó y la escondió detrás de un automóvil para que otros empleados la ocultaran, en medio de la confusión producida por los disparos de las ametralladoras contra Marcelo. Este mal herido fue arrojado al maletero de uno de sus patrullas y ahí, a sangre fría, le dieron un tiro en la cabeza y acabaron con su valiosa vida
Ese fue el destino de mucho de esos valiosos jóvenes que se habían propuesto acabar con el régimen de ignominia que vivía Cuba.
Luego del triunfo de la Rebelión se erigió una tarja para recordar al joven profesor de ducación física y de deportes acuáticos Marcelo Salado y la Escuela Nacional de Natación, Polo Acuático y Clavados, lleva su nombre.
La huelga del 9 de abril de 1958 fracasó desde su propio comienzo, pues, pese a medidas de compartimentación, la jefatura de los cuerpos represivos de la tiranía estaba al tanto de los preparativos de la acción paralizadora.
Por otra parte, los milicianos no contaban con armamento suficiente para enfrentar a esas fuerzas. El asalto a la armería de la calle Lamparilla, donde murieron heroicamente varios combatientes del M-26-7 resultó un intento desesperado por obtener armas.
Como resultado del fracaso, la impotencia se apoderó de los combatientes de las ciudades, sobre todo entre los de la capital que reconocieron el terrible y doloroso fracaso de una huelga en la que se habían cifrado tantas esperanzas y mediante la cual estaban convencidos de que podían triunfar.
Un día después, el 10 de abril, Marcelo Fernández Font se comunicaba con los compañeros del 26 en Oriente para informarles sobre la marcha y los resultados de la huelga.
Les comunicó que, según lo planeado, el día 9 a las 11:00 am se había iniciado, pero no tuvo todo el éxito esperado. Les recomendaba sobre la necesidad de que Oriente mantuviera la huelga, ya que en La Habana se estaba haciendo el máximo esfuerzo, aunque iba en declive y las fuerzas de la tiranía habían tomado las calles.
En esas circunstancias, muchos culparon a los dirigentes, sobre todo a los capitalinos del fracaso de la huelga. Los que sobrevivieron se sintieron abatidos y apenados y en una carta fechada el 3 de octubre de 1958 de Faustino Pérez a Armando Hart, quien se encontraba preso en el “Presidio Modelo”, en la entonces Isla de Pinos, expresó:
“…. Nosotros opinamos que la fecha mejor era el lunes 31 de marzo, pero al plantearle la fecha a los compañeros de Santiago, estos consideraron la conveniencia de esperar unos días más, naciendo de ahí la fecha del 9 de abril. Fue uno de los errores que contribuyeron a un fracaso que no tuvo porqué ser, los otros más graves aún, consistieron en los mecanismos tácticos inadecuados y contraproducentes que pusimos en práctica para convocar y producir la huelga…”
Faustino Pérez era posiblemente hasta el 9 de abril, uno de los que sustentaba la lucha armada en las ciudades, como el núcleo de la estrategia revolucionaria para acabar con la dictadura. Por eso el fracaso de la huelga caló tan hondo en su espíritu, hasta que se dio cuenta de que estaba equivocado.
En octubre de 1958 estando en la Sierra Maestra nuevamente le escribe a su amigo Armando Hart:
“…en verdad, jamás creí en la posibilidad de lo que he visto, y ese es uno de nuestros principales errores de apreciación al considerar la Sierra como un gran foco de rebeldía con extraordinaria importancia simbólica, pero sin calcular sus posibilidades militares. Aún recuerdo que le dije a Fidel cuando vine con el periodista estadounidense Herbert Mathews que lo importante era que ellos no pudieran ser destruidos, que se metieran en el fondo de una cueva, pues bastaba que se supiera que él permanecía para nosotros poder hacer el resto en el Llano. Hoy me alegro de que no me hiciera caso…”[2].
Fidel, conociendo el estado de ánimo de un compañero muy valioso como lo era Faustino Pérez, el 25 de abril de 1958 le envió con Marcelo Fernández una carta donde le expresó: “…No existe razón alguna para que pese sobre ti más amargamente que para cualquiera de nosotros el revés sufrido. Tienes que saber ser grande para afrontar la injusticia y ser valiente para soportar el dolor moral, sin dejarte llevar por los consejos del amor propio. La calidad de un hombre no puede medirse sino en instantes como estos. Y quien tenga sangre de luchador nada puede amar tanto como a los momentos difíciles…”[3].
En un análisis posterior, Fidel disertó sobre la huelga del 9 de abril y las causas de su fracaso, también dejó claro que la herramienta de la huelga general revolucionaria sería empleada en su momento oportuno y de la manera más adecuada, y así lo hizo el 1ro de enero de 1959, cuando la embajada estadounidense, la burguesía antinacional y algunos sectores del ejército derrotado trataron de escamotearle el triunfo al pueblo.
Bajo esas circunstancias la huelga fue todo un éxito y se cumplieron sus objetivos, ya lo había dicho Fidel: “el error no volverá a repetirse”, al referirse al 9 de abril señaló: “…Se perdió una batalla pero no se perdió la guerra…”[4].
Para que no se repitieran estos hechos, y luego de hacer una evaluación crítica del informe que le presentaron los dirigentes del movimiento en el Llano, Faustino Pérez y Marcelo Fernández, Fidel decidió reunir a la Dirección Nacional del M-26-7 en la Sierra Maestra, específicamente en los Altos de Mompié, el 3 de mayo de 1958, donde participaron también René Ramos Latour, Vilma Espín, Celia Sánchez y Haydee Santamaría, entre otros.
Sobre esa reunión el comandante Ernesto Guevara escribió: “…Durante todo el día 3 de mayo de 1958, se realizó en los Altos de Mompié, una reunión casi desconocida hasta ahora, pero que tuvo importancia extraordinaria en la conducción de la estrategia revolucionaria. Desde las primeras horas del día, hasta las 2 de la mañana, se estuvieron analizando las consecuencias del fracaso del 9 de abril (…) En esa reunión se tomaron decisiones en las que primó la autoridad moral de Fidel, su prestigio y el convencimiento de la mayoría de los revolucionarios allí presentes de los errores de apreciación cometidos. Pero lo más importante, es que se analizaban y juzgaban dos concepciones que estuvieron en pugna durante toda la etapa anterior de conducción de la guerra.
La concepción guerrillera saldría de allí triunfante y consolidaría su prestigio y la autoridad de Fidel, al nombrarlo Comandante en Jefe de todas las fuerzas incluidas las de las milicias que hasta esos momentos estaban supeditados a la dirección del Llano y Secretario General del Movimiento…”[5]
De esta reunión emanaron importantes acuerdos que ratificaron el liderazgo de Fidel Castro como líder de la revolución en marcha ya que desde entonces la lucha contra la tiranía sería conducida militar y políticamente por Fidel desde su doble condición de Comandante en Jefe de todas las fuerzas revolucionarias y Secretario General del M-26-7.
Además, se seguiría la línea insurreccional de la Sierra, que consistía en llevar adelante la lucha armada directa, y de manera sistemática ir extendiéndola hacia otras regiones del país.
Batista y sus asesores yanquis después del fracaso de la huelga creyeron creadas las condiciones para aniquilar definitivamente a la guerrilla. Para ellos, este era el momento oportuno para desatar una feroz ofensiva en la Sierra Maestra y movilizaron un fuerte destacamento integrado por fuerza de tierra, mar y aire, abastecido por Estados Unidos.
La “Ofensiva de Verano” del Ejército fue un fracaso y la contraofensiva revolucionaria barrió definitivamente con la oprobiosa tiranía.
A juicio de los analistas, la huelga del 9 de abril de 1958 originó una precipitación de los acontecimientos en Cuba.
La tiranía se lo jugó todo a la carta de una ofensiva que terminó en fracaso y a la que siguió, sin interrupción alguna, la marcha triunfal del Ejército Rebelde que culminó con la entrada a La Habana de Fidel y las tropas de los frentes guerrilleros el 8 de enero
El conocimiento de los hechos pasados 65 años libera de cualquier especulación, pero se impone revisitar los hechos y volverlos a traerlos hoy, porque el 9 de abril, Altos de Mompié, la Ofensiva de Verano, la contraofensiva estratégica y el triunfo de enero de 1959 siguen presentes en nuestro imaginario colectivo como nación.
arc/mma/ovb