Por Noel Domínguez
Periodista de Prensa Latina. Fue combatiente en Playa Girón
Transcurría la segunda quincena de abril de 1961 y ante la inminencia de la agresión mercenaria, anticipada por los bombardeos contra los aeropuertos de la capital y de Santiago de Cuba, el Comandante en Jefe Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana.
Lo hizo durante el acto de honras fúnebres a las víctimas del artero ataque aéreo, entre ellas el joven Eduardo García Delgado, quien escribió con su sangre sobre una pared al alcance donde yacía mortalmente herido el nombre de Fidel, con la convicción del que da la vida en la confianza de que sus ideales nunca serán traicionados.
El General de Brigada José Ramón Fernández Álvarez, entonces Capitán, jefe de operaciones de la contienda de Girón y uno de sus principales héroes, dijo que los mercenarios venían bien organizados, bien armados, con un buen apoyo.
“Pero les faltó la razón, la justeza de la causa que defendían. Por ello no combatieron con el ardor, el valor, la firmeza, el denuedo y el espíritu de victoria con que lo hicieron las fuerzas revolucionarias”, argumentó.
De aquí lo sorprendente del alcance del triunfo del pueblo cubano, como seguramente sorprendió al gobierno de los Estados Unidos, que esperaba otros resultados. Y eso sólo se explica por el coraje de un pueblo que vio en el triunfo del 1 de enero de 1959 la posibilidad real de dirigir sus propios destinos.
Inspirados en esa misma convicción, y por solo citar un ejemplo vivido, el siguiente relato da fe de algunos de aquellos desgarradores acontecimientos experimentados por los valerosos milicianos de la Batería de Morteros del Batallón 119, incorporados al Batallón 123 de las Milicias Nacionales Revolucionarias, del cual formé parte:
AQUÍ NO SE RINDE NADIE
Al pasar la caravana de autobuses en la que se dirigían a combatir por el pueblo de Jagüey Grande, la población los vitoreó sin descanso: -Adelante, estamos ganando, aquí no se rinde nadie. Todos los milicianos respondieron desde dentro de los ómnibus: -Patria o Muerte, ¡Venceremos!
No obstante, observaban atentos cómo los vehículos de todo tipo que cruzaban en dirección contraria, cargaban cuerpos ensangrentados vestidos con uniformes de milicianos y en algunos casos amontonados unos sobre otros, señal de que ya esos eran cadáveres. Entonces internamente se preguntaron: ¿estaremos ganando en realidad?
Aunque el entusiasmo no disminuyó. Ya en la carretera del central Australia a Playa Larga, comentaban a viva voz: -Somos los únicos combatientes que viajan en autobús cayéndole atrás al invasor, esto parece una película, los vamos a hacer basura… ¡Patria o Muerte!”.
La primera parada fue casi llegando a Playa Larga. Aunque no lo vieron físicamente, dado lo largo de la caravana de 24 vehículos, conocieron que el Comandante en Jefe, desde uno de los recién estrenados tanques, disparaba cañonazos al Houston.
Esto provocó una estampida de alegría y satisfacción. Fidel siempre en la primera trinchera, lo cual los exaltó aún más, a pesar de que las ambulancias improvisadas, con heridos y muertos, seguían pasando en dirección contraria hacia el hospital de Jagüey.
La imponente caravana de vehículos reinició su lenta marcha, dobló izquierda en Playa Larga y continuó por el arenoso terraplén hacia la playa siguiente: Girón. Iban embelesados mirando el Houston arder y haciendo bromas hasta que en una curva dos aviones B-26 picaron sobre el convoy que transitaba desprovisto del necesario apoyo antiaéreo, que la premura o la inexperiencia no alcanzó a incorporar.
Echaron una mirada al primer avión y como estaba pintado con nuestras insignias, se sintieron transitoriamente aliviados. Esta sensación terminó brusca cuando el tirador de cola del aparato comenzó a escupir plomo de su calibre 50 contra los vehículos estancados en el camino de gravilla blanca.
BAUTIZO DE FUEGO
Era el bautizo de fuego. Todos indefensos, con armas ligeras que aunque ripostaban, resultaban insuficientes para enfrentar aquella vorágine de ametrallamientos sucesivos realizados por los vuelos de pases rasantes.
Las piezas de los morteros habían quedado en los autobuses, como también quedó Galarraga (Enrique Galarraga Rodríguez), el espigado y alegre negro alfabetizador, quien no pudo abandonar el ómnibus e intentó guarecerse en el espacio entre el último escalón y la puerta trasera, desgraciadamente cerrada…
Las primeras ráfagas lo alcanzaron, por lo que resultó herido. Posteriormente, cuando era trasladado hacia el hospital en una ambulancia, esta fue atacada, a pesar de llevar visible la identificación de la Cruz Roja. Un avión enemigo descargó sus ametralladoras contra el vehículo, lo cual le causó la muerte. Fue el primero de los mártires de la batería.
El resto de la desorganizada tropa, atrapada entre los arrecifes y el terraplén, totalmente a la descampada, solo atinaba a mirar al cielo y ver las lengüetas de fuego sobre ellos. Cuando pensaron que lo peor había pasado, comenzaron otras estridentes explosiones unidas a un abrasador impacto de calor sofocante. «¡Están bombardeando con napalm!»…
Se escuchó un grito de alguien que no ocultaba el temor sentido en aquel momento. Efectivamente, de los aviones se veían caer unos bultos que sin un orden o dirección precisos, descendían rápidamente dando irregulares vueltas y al chocar con cualquier superficie -ómnibus, arrecifes o peor aún, sobre cuerpos humanos-, explotaban.
Su contenido se expandía de inmediato por metros que parecían leguas, diseminando a su alrededor un fuego brillante, potente y gelatinoso.
Algunas de las víctimas alcanzadas por aquella sustancia, envueltas por el fuego y desesperadas, corrieron hacia el mar cercano, se hundieron en él para volver a salir en idénticas condiciones: el cuerpo en llamas y lanzando terribles alaridos.
“¡Revuélcate en la arena!”, vociferaban los más ecuánimes, presumiendo de una experiencia, por demás, nunca antes conocida y sin embargo, solo así se lograban apagar aquellas impresionantes antorchas humanas.
Al fin, hubo una pausa. El espectáculo era dantesco. Lo que hacía unos momentos era una desafiante caravana de autobuses ingleses marca Leyland, ahora eran hierros retorcidos y humeantes.
EN DESIGUAL COMBATE
Inicialmente no encontraron explicación para aquella tregua momentánea, solo más tarde supieron que al final de la caravana de los ahora diezmados autobuses, se habían incorporado los niños artilleros de las “cuatro bocas”.
Desde los camiones transportadores de sus piezas, sin tiempo para emplazarlas, efectuaron fuego cerrado contra los B-26. De inmediato estos alzaron vuelo y se perdieron del escenario de tan desigual combate.
Tan aleccionador relato asevera cuán difícil transcurrió el éxito finalmente logrado en menos de 72 horas contra un enemigo que no reparó en usar tan arteros y repudiados métodos para intentar sus propósitos.
Muy a pesar de lo cual fueron derrotados al atardecer de aquel 19 de abril, aún después de que varios ‘destroyers’ norteamericanos se acercaran infructuosamente a las costas con el propósito de evacuar a sus mercenarios.
Tampoco lo lograron ante la decidida acción de los artilleros cubanos, obligándolos a poner pies en polvorosa y sin dar enfrentamiento, se retiraron abandonando a sus preteridos triunfadores.
Hoy, la frase del líder histórico de la Revolución cubana cobra mayor vigor al comprobarse el sacrificio y la entrega de los que en las arenas de Playa Girón lograron bajo la dirección de Fidel Castro que “a partir de Girón, todos los pueblos de América fueron un poco más libres”.
arb/ndm