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A 150 años de la caída en combate del mayor general Ignacio Agramonte

La Habana (Prensa Latina) Un pueblo entero, agradecido y retribuido, venera a Ignacio Agramonte y Loynaz, El Mayor, de quien Máximo Gómez resaltó que estaba llamado a ser “el futuro Sucre cubano”.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

Fue uno de los líderes más sobresalientes de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y considerado el más grande patriota de la provincia de Camagüey. Nació en la ciudad de Puerto Príncipe el 23 de diciembre de 1841 y fue ultimado en pleno combate contra las tropas españolas el 11 de mayo de 1873, hace 150 años.

Como otros precursores de la rebeldía mambí, Agramonte procedía de cuna adinerada y en ella se forjó, pero por la cultura que pudo ofrecérsele también conoció sobre las ideas más avanzadas de la época, casi todas enmarcadas en la Europa del siglo XIX, más específicamente en Francia y sus predecesores utópicos como Juan Jacobo Rousseau.

Doctorado en Derecho en 1867, la visión patriótica de Agramonte lo llevó a renunciar temprano a circundantes beneficios, y se incorporó a la manigua redentora en noviembre de 1868 dejando atrás a su querida esposa Amalia.

Amalia Simoni Argilagos fue hija de un renombrado médico que le proporcionó una vasta cultura llena de viajes por toda Europa y el dominio de varios idiomas. Su padre, al inicio, estuvo renuente de comprometerla con un hombre decidido por sobre todo a enrolarse en la libertad de su patria.

Solo siete años duró el apasionamiento iniciado en 1866 cuando se comprometió con Agramonte, quien había jurado llevar su amor “más allá de la muerte” y así cumplió. Al primogénito Ernesto siquiera pudo abrazarlo y acariciarlo el día de su primer aniversario, y después a la niña Herminia ni pudo conocerla.

Con hidalguía plena, Amalia Simoni supo sobreponerse ante el ensañamiento de cobardes colonizadores, como antes lo habían hecho sus precursores con la población india.

Aconteció el día 26 de mayo de 1870 cuando irrumpieron, en el remanso donde vivía la familia Agramonte, tropas españolas al mando inmediato del capitán Arenas, y mediato del general Fajardo, llevadas allí por un isleño traidor.

Ubicada en la región de Cubitas, contaba con capacidad para tres matrimonios: el del doctor Simoni y los de sus dos hijas. Agramonte bautizó aquel lugar, en el que solo disfrutara de algunos meses de felicidad, con el nombre de «El Idilio».

Presentada la prisionera familia al general Fajardo, y después de hablarle de la muerte segura de Agramonte, invitó a Amalia a que escribiera al esposo para hacerle abandonar sus temerarios propósitos de libertad e independencia. Y aquella heroína se puso rápidamente en pie y contestó: «General, primero me cortará usted la mano que yo escriba a mi marido que sea traidor”.

Impuesto El Mayor de la atrocidad, partió en solitario a intentar sin éxito reparar la afrenta. Así describió José Martí esta heroica hazaña: «Aquel que, cuando le profana el español su casa nupcial, se va sólo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar mano al cinto el campamento en que le tienen cautivo sus amores».

PRESTIGIO MLITAR Y DE DIRECCIÓN

Debido al prestigio militar y estratégico de Agramonte, las autoridades del Gobierno de la República en Armas lo designaron, el 10 de mayo de 1872, jefe del distrito de la provincia de Las Villas, además de las de Camagüey, por su capacidad de aglutinamiento y de dirección, más allá de los regionalismos de la época.

Así, aquellos miles de soldados de Las Villas perseguidos por el enemigo, fueron transformados por Agramonte en un ejército respetable, borrando el territorialismo, militarizando en un haz a camagüeyanos y villareños.

Cuando un grupo de sus oficiales se expresaron en términos severos de Carlos Manuel de Céspedes, se cuenta que Agramonte, a pesar de sus desacuerdos con el Padre de la Patria, les dijo: «Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del presidente de la República (en Armas)».

Eran precisamente negros recién liberados quienes sin prejuicios para la mayoría de sus anteriores amos, seguían intuitivamente aquella gallarda figura blanca, de porte distinguido, a pesar de las riesgosas operaciones a las cuales lo acompañaban.

La mayor astucia y arrojo lo simbolizó el histórico rescate al brigadier Manuel Sanguily el 8 de octubre de 1871 de las manos de las sanguinarias tropas españolas que lo habían hecho prisionero e indudablemente lo conducían al cadalso.

Conocer El Mayor el desgraciado suceso y disponerse a rescatar a Sanguily, fue todo uno; él nunca preguntaba de los enemigos cuántos eran, sino en qué lugar se encontraban.

Escogió a 35 centauros y partió al galope a encontrar al adversario, disponiendo que el comandante Henry Reeve, “El Inglesito”, marchara sobre el rastro y allí, a la vista del enemigo, Agramonte desenvainó su tajante acero y dijo con voz potente: «Comandante Agüero, diga usted a sus soldados que su jefe, el brigadier Sanguily, está en poder de esos españoles, que es preciso rescatarlo vivo o muerto o perecer todos en la demanda».

Y volviéndose a la izquierda, adonde tenía el corneta, gritó a éste: «Toque usted a degüello». El brigadier Sanguily, con el valor que le distinguía, recibió a los cubanos con vítores a Cuba.

EJEMPLO DE VALOR Y PATRIOTISMO

El 9 de mayo 1873 se dirigió el mayor general Agramonte al campo donde se había dispuesto una concentración de tropas de Las Villas y el Oeste, y llegó allí al mediodía entre las delirantes aclamaciones del ejército acampado.

Su entrada en aquel escenario revistió caracteres de apoteosis; frescos todavía los laureles alcanzados en brillantes combates contra el enemigo de la patria, prorrumpieron en entusiastas y atronadores vivas al general y a su ejército.

El día 10 fue de jácara y de júbilo en aquel lugar; la oficialidad de Caunao daba un banquete a la de las Villas, al que asistieron el general Agramonte con todo su Estado Mayor y el valiente coronel Reeve con su oficialidad de caballería.

A las ocho y media de la noche había terminado el encuentro y entonces supo Agramonte que en Cachaza, lugar cercano, había acampado una fuerte columna española, de las tres armas. Ya a las dos de la mañana estaba en pie y preparaba la patrulla exploradora que salía, momentos después, a buscar al enemigo.

A las cinco antes meridiano resonó en los ámbitos del campamento cubano las notas alegres de la diana y momentos después el gallardo general adoptó las disposiciones procedentes para el combate.

Un hora después daba órdenes a los jefes de infantería, mientras ya la caballería de Reeve, en el otro extremo del campamento, y que miraba desde su posición Serafín Sánchez, realizó movimientos tácticos.

El enemigo estaba sobre las armas, porque ya a las siete de la mañana se escuchaba en el campamento cubano el tiroteo entre las patrullas mambisas y la tropa española que avanzaba en pos de aquellas, razón por la cual se fue sintiendo más cerca el fuego, hasta que irrumpió en el campo de Jimaguayú.

Desde el principio del combate, Agramonte decidió sostenerlo hasta la destrucción del enemigo, lo que le parecía posible por la poderosa infantería y la situación en que la colocó. Y cayó en una emboscada artera que le costó la vida.

Solo 13 días después, para el 24 de ese mismo mes de mayo de 1873, había sido convocada una junta de jefes militares en Las Tunas, en la cual se iba a proponer su nombramiento para el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, que se encontraba vacante. Pero El Mayor entregó antes su sangre generosa por la patria.

Diversos han sido los calificativos con los cuales se honra a Ignacio Agramonte por su conducta patriótica y ética. Lo llamaron Paladín de la vergüenza, Hombre de hierro, coloso genio militar, héroe, mártir, ídolo de los camagüeyanos, y José Martí lo inmortalizó como un Diamante con alma de beso.

arb/ndm

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