Por Julio Morejón Tartabull
De la redacción de África y Medio Oriente de Prensa Latina
Ambas variables convergen en el argumento de que es un Estado fallido que irremisiblemente avanza por el camino del desgaste hacia su reducción como entidad política.
El conflicto armado –desatado en los pasados años 90 y que planteó una iniciativa de cambio estructural- devino fragmentación de intereses en la lucha por el poder entre grupos que derrocaron en 1991 al general Mohamed Siad Barre.
Desde esa época los intentos de reorientar al país hacia la estabilidad fracasaron por el entramado interno, dentro del cual los ensayos por imponer el orden no se concretaron primó el carácter parcelario sobre el de unidad.
También en el caso somalí pesó la reconfiguración ideológica mundial de la década de los 90 del pasado siglo y el desequilibrio político que potenció la geofagia imperial.
La secuelas de la “gobernanza a lo Barre” y el interés de Occidente en colocar una pica en tierras del islam, resultaron una combinación dañina para el país ubicado en una de las más importantes rutas comerciales del mundo.
Según criterios de expertos, el territorio somalí debía ser estratégico en el intercambio global por su posición entre los continentes africano y asiático y paso obligado en la ruta del petróleo extraído de Medio Oriente.
“Frente a las costas de Somalia fluyen mercancías entre Europa y Asia, además de hidrocarburos desde la región del golfo Pérsico al Mar Mediterráneo”, destaca Jesús M. Pérez Triana en thepoliticalroom.com.
Eso significa que 20 por ciento del tráfico mercantil anual transita por allí, así como el paso de 30 ciento del petróleo que consume Europa.
Tras el fin de la Guerra Fría, el país declinó en el interés de las potencias, aunque en apariencias.
Ejemplo de lo anterior lo mostró Estados Unidos cuando ordenó ejecutar la operación Rescatar la Esperanza que resultó repartir alimentos a punta de bayoneta para una población hambreada.
La derrota estadounidense en octubre de 1993, cuando efectivos comandados por Mohamed Farah Aidid derribaron dos helicópteros del tipo Black Hawk con sus tripulaciones, reforzó la identificación somalí respecto al enemigo.
Por un tiempo, Washington se apartó del asunto –quizás para recuperarse del daño moral causado- pero no abandonó el tema, que cambió de perfil con la guerra contra la piratería, una cruzada protagonizada principalmente por armadas europeas.
Mas, la táctica de emplear solo la fuerza parece estancada en Somalia, donde la sucesión de protagonistas en el poder no generó transformaciones sustanciales en la situación socioeconómica nacional.
Ni la autoridad implantada por la Unión de las Cortes Islámicas, las gestiones del Gobierno Federal de Transición, ni las operaciones de guerra no convencional de la guerrilla de Al Shabab o las débiles instituciones actuales, cambiaron el cuadro.
El país que sufre descontrol y se comporta de manera anómala por las desafortunadas etapas que marcaron su existencia e impidieron salir del atolladero hacia el progreso, es hoy un enfermo sometido a una terapia sin efecto.
Agobiada por una crisis multifactorial, la vida somalí en general se debate entre vicisitudes y en cuyo horizonte solo se perciben frustraciones, la primera es la escasa posibilidad de cesar la guerra de desgaste.
Finalizar la contienda armada interna sería el primer paso para comenzar la reconstrucción y una supuesta restauración de la comunidad somalí, afectada también por tendencias separatistas.
SIN COLOFÒN
El fin de la guerra aún no es previsible hoy, porque los rivales fortalecen sus posiciones y sorprenden con sus acciones militares como lo hizo Al Shabab en su más reciente ataque a un área de la Misión de Transición de la Unión Africana en Somalia (Atmis).
La acción la dirigieron contra una base con fuerzas ugandesas de mantenimiento de paz en la ciudad de Bulo Marer, región de Baja Shabelle, a unos 130 kilómetros de Mogadiscio, la capital federal.
Según la guerrilla, sus efectivos tomaron el control de la instalación mediante una serie de operaciones que incluyeron ataques suicidas y la aniquilación de 137 soldados de Uganda.
El gobierno confirmó la marcha de una gran ofensiva contra esa fracción, en lo que denominó “guerra total”, en la cual el Ejército cuenta con el respaldo del contingente de 22 mil soldados de la Misión de la Unión Africana (Amisom).
La decisión de aplastar a la insurgencia con tropas integradas en su mayoría por militares de Uganda, Burundi, Kenya, Yibuti y Etiopía, y la insistencia de los irregulares en su guerra no convencional, aleja la inminencia de concluir el evento bélico.
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