Frei Betto*,colaborador de Prensa Latina
En São Paulo, donde vivo, llega a reunir alrededor de dos mil personas al día. Una investigación reciente de la Universidad Federal de São Paulo arrojó que 43por ciento de los consumidores se encuentran allí debido a conflictos familiares, 9,5 por ciento a violencia doméstica, y siete por ciento a extrema pobreza.
Tanto la alcaldía de la ciudad como el gobierno del estado han intentado aplicar varias medidas para erradicar Cracolandia. Todas ineficaces. Es un hecho que los consumidores perjudican el comercio local, dificultan la circulación de habitantes y vehículos, ensucian las calles.
Como el capitalismo adopta la lógica analítica y, por tanto, solo actúa sobre los efectos de los fenómenos, las medidas tomadas por el poder público son solo paliativas. Una de ellas es el combate al tráfico de drogas, que es como arar en el mar. Si la represión al narcotráfico funcionara, los Estados Unidos no serían el mayor mercado mundial de consumo de drogas ilícitas. Según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de ese país, más de 100 mil usamericanos murieron de sobredosis en un año durante la pandemia.
Estoy a favor de la descriminalización de las drogas y de la aprobación de su uso controlado, siempre que todo el proceso, desde la fabricación hasta el consumo, sea administrado por la salud pública y tenga como objetivos liberar al usuario de la dependencia y erradicar el narcotráfico.
Entre tanto, quiero retomar aquí lo que les dije en Salvador a cerca de mil 500 profesionales del Servicio Único de Asistencia Social el 14 de agosto, durante el 230 Encuentro Regional del Nordeste de Consejos de Secretarios(as) Municipales de la Asistencia Social (CONGEMAS).
Una de las medidas erróneas adoptadas por el poder público de São Paulo fue alojar a los consumidores en hoteles. Esas personas viven en la miseria. Y necesitan dinero para alimentar el vicio. Resultado: los hoteles fueron saqueados: arrancaron los lavamanos de los baños, las lámparas del techo, las sillas de las habitaciones para venderlas y obtener recursos. Si las autoridades tuvieran un poco más de conocimiento sobre la historia de la asistencia social sabrían que en la década de 1950, en la Cruzada São Sebastião de Rio, habitantes de favelas trasladados a edificios de Leblon “desmontaron” los apartamentos para hacer dinero.
¿Cuál es la solución? Una de ellas reside en el factor pedagógico, en el rescate de la autoestima de quienes frecuentan Cracolandia. ¿Cómo los trata la policía? Como indeseados, viciosos, vagabundos y asquerosos. ¿Y los comerciantes y vecinos? Del mismo modo que la policía, como un estorbo. ¿Cómo los trata la asistencia social? Como seres anónimos, invisibles, meros objetos despreciables de un trabajo burocrático.º
Pero se trata de un grupo de personas. Allí, cada ser humano tiene un nombre, familia, historia de vida. No merece que se le considere un mero “vicioso” o, como canta Chico Buarque, “Y tropezó en el cielo como si fuera un borracho / Y voló en el aire como si fuera un pájaro / Y acabó en el suelo como un paquete flácido / Agonizó en medio del paseo público / Murió a contramano, perturbando el tráfico”.
Si se drogan es porque no soportan su realidad, como sucede con toda persona dependiente de productos químicos. Todo drogadicto es un místico en potencia. Alguien que ha descubierto la verdad: la felicidad es una experiencia subjetiva. No es resultado de la suma de placeres, como intenta convencernos la sociedad de consumo. Ni de una cuenta bancaria crecida o de los títulos que ostenta la persona (y a los que se agarra como garrapata al pellejo), pues al perder los títulos o el cargo se deprime por carecer de suficiente autoestima. Necesita adornos para que resplandezca su presencia en el mundo, como hacen innumerables políticos. Son escasos los que, como Fidel Castro, tienen la osada humildad de plasmar en su testamento la expresa prohibición de que se les dé su nombre a calles y avenidas, universidades y hospitales, o que se le dediquen estatuas, placas y monumentos.
La diferencia entre el místico y el drogadicto es que el primero entra por la puerta del Absoluto y el segundo, por la del absurdo.
Quien trata con personas en situación de calle necesita capacitación pedagógica. Debe saber dirigirse a ellas respetando su dignidad, sus derechos humanos, su condición de hijos e hijas de Dios. Es necesario tener paciencia, saber escuchar, dejar que cada uno cuente su historia familiar y profesional, y exprese sus sueños y deseos. Solamente mediante ese proceso “terapéutico” paulofreireano es posible ayudarlas a adoptar la iniciativa de someterse a tratamiento, abandonar el vicio y cambiar de vida.
Es gracias a la autoestima que una persona se siente feliz y realizada, sea empleado de limpieza, astrofísico, operador de maquinaria o portero de edificio. La persona necesita emerger de la invisibilidad, sentirse socialmente reconocida, útil, en resumen, ciudadana. La política del descarte y la represión no hace más que agravar los sentimientos de rebelión y humillación.
Las Cracolandias no pueden ser tratadas como casos de policía: son casos de política.
rmh/fb
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido teólogo de la liberación. Educador popular y autor de varios libros
