Desde sus instantes fundacionales, el bloque extrarregional contó con los buenos oficios de las naciones de este entorno geográfico para asumir su presidencia rotatoria con una firme apuesta por el multilateralismo.
Antes de 1987 el término de la presidencia correspondía a la apertura de las sesiones de la Asamblea General de la ONU hasta su cierre un año después. Con ese diseño, la primera nación latinoamericana en ocupar la presidencia pro témpore del bloque fue Perú (1971-1972).
A esta le siguió México (1974-1975); el pequeño estado insular de Jamaica tomó las riendas entre 1977-1978; Venezuela la encabezó posteriormente (1980-1981), y México asumió un segundo mandato (1983-1984).
Centroamérica se estrenó con Guatemala (1987), marcando aquí el inicio de los periodos correspondientes a un año calendario para la presidencia del Grupo de los 77. Asimismo, Bolivia dirigió el ente en 1990; Colombia lo hizo en 1993 y Costa Rica en 1996.
Guyana representó al bloque integrador en 1999, y Venezuela repitió en 2002; de igual forma en 2005, la presidencia volvió a ser de Jamaica y, más tarde, en 2008, Antigua y Barbuda condujo los destinos de aquel concierto de naciones.
Casi una década transcurriría para que otra nación latinoamericana, Argentina, asumiera la presidencia pro témpore en 2011; posteriormente, el bloque tendría como timonel, en 2014, al primer presidente indígena de la historia, el del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales.
Más tarde, en 2017, le siguió Ecuador, y en 2020 retornó Guyana, con el inicio de un periodo pandémico que descontinuó el ejercicio rotatorio de la dirección del grupo, que reúne a 134 países y representa el 80 por ciento de la población mundial.
Con Cuba como epicentro del cese definitivo de hostilidades en esta área geográfica – proclamada Zona de Paz aquí, en enero de 2014- las naciones latinoamericanas y caribeñas integrantes del bloque extrarregional encaran los grandes retos del presente y los desafíos del mañana.
La reunión de La Habana, este 15 y 16 de septiembre próximos, significa para la isla caribeña y su política exterior -como afirma un experto- “un grito de 133 voces diciendo que Cuba es un país respetado dentro de la comunidad internacional, al que se le reconocen capacidades de liderazgo y ponderación”.
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