Declarado persona non grata por las autoridades nigerinas, el embajador rehusó abandonar la capital, apoyado por declaraciones de su presidente, Emmanuel Macron, quien restó autoridad al gobierno castrense del país africano para adoptar decisiones oficiales.
Francia se atrincheró en la demanda de la reposición en el poder del presidente Mohamed Bazoum, derrocado el 26 de julio con un golpe militar incruento y alentó la amenaza proferida días después por la Comisión Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) de reinstalarlo por la fuerza militar.
Con el paso de los días y la alineación de Mali, Burkina Faso y Guinea junto a los flamantes autoridades de Niamey, además de los cautelosos, pero firmes mensajes de Argelia y Chad sobre su oposición a una operación militar, los ruidos de sables disminuyeron y, al presente, existen indicios de distensión regional.
Detrás de las tensiones bilaterales subyacía la decisión del nuevo gabinete de decretar la expulsión de las tropas francesas acantonadas en el pequeño país africano en el cual París tiene intereses sustanciales con el uranio y el oro en lugares protagónicos.
Además de un factor sicológico: la noción de que la influencia gala en África decae a un ritmo acelerado después que Mali, y Burkina Faso, demandaran la evacuación de las tropas francesas con lo que ello representa en términos de presencia e influencia en el occidente africano, otrora patio trasero parisino.
Retornado el embajador y estabilizada la situación interna nigerina con la designación de un gabinete con civiles, Francia pierde pie en su exigencia de reponer al expresidente Bazzoum y la planeada operación de rescate de la Cedeao pasa a un limbo gaseoso.
Sin embargo, el tema en modo alguno está agotado pues en ese escenario convulso se inserta un elemento combustible, la insurgencia islamista, cuya inferencia en África, continente en ebullición, resulta imposible medir de inmediato.
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