Hace 70 años, el líder guerrillero que organizó el intento de toma sorpresiva de esas dos fortalezas castrenses en el oriente cubano, se convirtió de acusado en acusador de la tiranía del dictador Fulgencio Batista (1952-1959) a la que denunció por sus crímenes y desmanes contra el pueblo de la isla.
Luego del asedio a dichos cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, el 26 de julio de 1953, el líder revolucionario enfrentó atrocidades del gobernante de entonces que ordenó asesinar a 10 prisioneros por cada soldado muerto en la acción armada.
Esa orden se cumpliría con celeridad y acabaría con la vida de más de 50 revolucionarios que fueron torturados y ultimados en los calabozos del Moncada, en sus áreas exteriores y en los alrededores de la ciudad.
Bajo presiones del régimen batistiano, intentos de intimidación, censura a la prensa y actos violatorios de la legalidad, Fidel Castro asumió su autodefensa en el juicio de la Causa No.37 de 1953, la que se identificaría para siempre por la frase final de su alegato: “…la Historia me Absolverá”.
Los argumentos del guerrillero cubano desmontan la realidad del país de entonces en el orden económico, político y social, que revelaba los colosales problemas de la sociedad.
En ese escenario, el jefe de la acción armada describió lo que a su juicio serían seis problemas fundamentales que debían atenderse con prontitud una vez logrado el triunfo revolucionario: tierra, vivienda, salud, educación, desempleo e industrialización.
Asimismo, esbozó las cinco leyes que debían implementarse tras el éxito del movimiento 26 de Julio. En resumen: devolver la soberanía y proclamar la Constitución de 1940; conceder la propiedad intransferible de la tierra a todos los colonos, subcolonos, arrendatarios que ocupasen parcelas de tierra de cinco o menos caballerías (fomento de las cooperativas).
A ello añadió el otorgamiento a los obreros y empleados del derecho de participar del treinta por ciento de las utilidades de las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, lo que incluía a los centrales azucareros.
Además de conceder a todos los colonos la participación del 55 por ciento del rendimiento de la caña y una cuota de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos.
En su autodefensa Fidel Castro, enuncia la confiscación de bienes a todos los malversadores, medida radical que se sustentaría con una Reforma agraria, reforma integral de la enseñanza, y nacionalización de los consorcios eléctrico y telefónico.
Ese arsenal de verdades, dichas con aplomo y elocuencia, trascendería hasta nuestros días como el Programa del Moncada, donde quedarían determinadas las causas, objetivos, principios y métodos de lucha de la etapa que se avecinaba.
Para lo posteridad quedó registrada la frase conclusiva de su memorable alegato, como expresión de su disposición de resistir los peligros que sobrevendrían en prisión: “…Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
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