En diálogo con la historia de la ciudad, María Antonieta Jiménez (Ñeñeca) esta asegura que la mayoría de sus joyas constructivas se agrupan en la zona colonial, alrededor de unas mil instalaciones -entre viviendas, palacetes, centros sociales y educativos- representativos de las diversas épocas.
Entre estos exponentes sobresalen la Parroquial del Espíritu Santo (1680); el Palacio Valle o Casa de las 100 puertas (Museo de Arte Colonial) y el edificio de dos plantas frente al parque Serafín Sánchez, casa familiar de hacendados locales.
Explicó que en esta zona se encuentran la otrara Sociedad El Progreso (Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena), así como el Museo Provincial General en una casona, más al occidente el Palacio de las Águilas (Tribunal Provincial), entre otras emblemáticas residencias.
Detalló la especialista que gracias a la protección del patrimonio aún se atesoran exponentes de la carpintería y la creatividad de los artesanos que se remonta al siglo XVII y XVIII, se conservaron lo aprendido de sus ancestros mudéjares de la península ibérica.
En los techos de los palacetes de la villa Monumento Nacional se conservan los nombres de los dueños de las viviendas e incluso el de los ebanistas, sus ejecutores, fechas de inicio y terminación.
Son muy significativas observar escritas e incluso talladas en la madera oraciones para proteger y alejar a los malos espíritus, en especial el Güije -dice la leyenda de un negrito de ojos saltones que habita en los ríos- y otros hechizos o maldiciones.
Con el decursar del tiempo, de fuertes transformaciones locales, se llega al siglo XIX con una arquitectura de indiscutible influencia morisca y los inmuebles se caracterizan por contar con un solo nivel o planta, de acuerdo al abolengo de los dueños.
Otra de las características son sus aleros, decorados con motivos florales como guirnaldas o con imitación al mármol, las amplias puertas de tipo española, verjas que dan luz y refrescan el ambiente hogareño, mientras el patio central es un jardín de flores y plantas ornamentales.
Balcones, puertas y muros son ataviados con disímiles elementos como los portafaroles, las aldabas -con creaciones donde aparecen manos, león y hasta rostros de mujer- y bocallaves con el empleo de hierro o bronce, mientras las argollas aparecen decoradas con hojas de laurel.
Caminar por sus viejas calles empedradas, la mayoría llegan al río Yayabo, símbolo de la ciudad, con el único puente de cinco arcadas de Cuba, es revivir el pasado y donde la población es guardiana del patrimonio de sus ancestros, aun cuando la emigración dio cabida a nuevos vecinos.
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