La noticia llegó como un tsunami en medio de un torrente de emociones encontradas, en que la posibilidad de ser portadora de la Covid-19 era cada más evidente en la medida que los síntomas tomaban fuerza, pese a los deseos de que el malestar fuera solo un fuerte estado alérgico.
Mientras, en su interior una voz se resistía a la posibilidad del contagio y su organismo luchaba por contrarrestar los deseos de sucumbir ante los brazos de Morfeo debido a la fiebre alta, la tos y el dolor de cabeza intenso, que hasta las ideas nublaban.
De poco sirvieron los cuidados al salir de casa, la higiene constante y las medidas extremas de bioseguridad que durante poco más de un año contempló la descontaminación de todo, pues para este coronavirus cualquier desliz resulta suficiente para atacar y corroer el organismo, al estilo de la más voraz piraña.
Tras la confirmación del diagnóstico llegó la pregunta que todos se hacen una y otra vez: ¿cómo y dónde me contagié?; pero también la incertidumbre sobre la manera en que reaccionaría el indeseable virus al enfrentar las defensas del cuerpo y la posibilidad del contagio entre los seres más queridos.
A diferencia de algunos de sus entrevistados, esta reportera logró campear el temporal en casa, al igual que los dos miembros de su ‘burbuja familiar’, quienes en forma de cascada cayeron ante los embates del ‘bicho maldito’, como muchos llaman al causante de tanto sufrimiento en el mundo.
Durante 14 días la soledad se apoderó de todos bajo el mismo techo; la distancia ganó terreno y esfumó los abrazos; la mascarilla anuló los besos y la espera de una pronta recuperación pareció una eternidad, en medio del encierro forzado y la angustia que provoca sentirse mal.
Cada jornada vencida sin contratiempos al SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, fue un aliento de esperanza que muchos infectados no logran alcanzar a pesar de sus buenos deseos y la entrega sin límites de doctores y enfermeras, porque la posibilidad de la muerte es la realidad más aterrante dentro del mar de noticias que a diario invade la siquis.
La solidaridad de los amigos fue una bocanada de aire, que ningún respirador sofisticado puede superar, porque el mejor oxígeno es el que llega desde el corazón, aun cuando ello signifique poner en riesgo sus propias reservas.
Y qué decir de los médicos cubanos, quienes al amanecer de la nochebuena de 2020 dejaron la calidez del hogar y el disfrute en familia para enfrentar a un enemigo insaciable, que en tierras panameñas hacía entonces de las suyas en una incontrolable segunda ola de contagios, hospitalizados y fallecidos que puso en jaque al sistema nacional de salud.
Solo la presencia de ellos, su pericia y el sentido humanista de la medicina que profesan, trasmitieron la tranquilidad y seguridad necesarias para enfrentar a este inesperado hospedero, que tiene de cabeza al mundo.
Pero, después del desasosiego, cuando la salud recuperó su brío, llegaron los agradecimientos, los abrazos y besos que estuvieron en pausa y el certificado más esperado: ser sobreviviente a la Covid-19, algo que todos saborean como el más exquisito manjar, pero que también nos recuerda el valor de la vida, la solidaridad y la familia.
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