Antes de completar un giro de 180 grados en su trama individual bajo la bandera de los cinco aros, ‘La Sombra’, uno de sus epítetos en el arte de Fistiana, fracasó en el intento de clasificar a la cita de Beijing 2008, pese a la confianza depositada en su figura en dos torneos eliminatorios.
Cuatro años más tarde en Londres 2012, y ya con el título de campeón de los 81 kilogramos en el mundial de Bakú 2011, el estelar pugilista tuvo un día para el olvido y cedió sin cuestionamientos ante el brasileño Yamaguchi Falcao, a quien, para colmo, había vencido en torneos regionales.
Parecía, entonces, que el azar le jugaba siempre en contra en torno al magno evento deportivo, porque luego ratificó su maestría en los programas universales de 2013 y 2015, incluso después de observar la muerte de cerca, al recibir en enero de 2014 un disparo en el abdomen.
Mas, todo formaba parte del guion escrito por el destino, que lo cubrió de gloria en Río de Janeiro 2016, un resultado que La Cruz anhela reeditar en esta capital, en una categoría diferente (91), porque su sed de grandeza continúa insaciable, aunque el cuerpo y los reflejos no respondan igual a los 31 años de edad.
‘Solo pienso en la medalla de oro. Quiero ser bicampeón olímpico. Entreno para ganar, así me enseñaron’, soltó a la velocidad de su jab en el comienzo de una conversación con Prensa Latina.
Las declaraciones de La Cruz llegan meses después de un golpe de fortuna. La posposición de estos Juegos hizo que el estilista pudiera tener ahora la oportunidad de cumplir otro anhelo.
‘Me dio varicela antes del clasificatorio en 2020’, rememoró agradeciéndole a la vida y antes de parafrasear un versículo bíblico: ‘Dios reune a todos sus hijos en un mismo lugar y el tiempo de Dios es perfecto’.
‘Tuve esa suerte y aquí estoy: mejor preparado que en 2016, adaptado al nuevo peso y listo para dar lo mejor de mí’, apuntó el varias veces rey panamericano y centroamericano entre las 12 cuerdas.
Técnicamente superdotado, con una velocidad inusual en divisiones pesadas, el cubano llama la atención por su estilo poco ortodoxo, tan sui generis que gusta de bajar la guardia, inclinar su postura hacia delante, desproteger su mentón y recorrer el ensogado como si huyera de los golpes.
De él y su boxeo destacan, además, la capacidad de resistencia, los reflejos de felino y la seguridad en sí mismo, incluso cuando desde las gradas caen los abucheos en señal de poca aceptación de su accionar en el ring.
Pero La Cruz obvia los murmullos o gritos, y justifica su fin con elegantes movimientos hasta ver su mano en alto y ratificar que por ganar, ha ganado todo en un deporte que tiene su rúrbica en el firmamento olímpico.
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