Aunque se trata de una apertura gradual, tal y como lo indicaron las autoridades, muchas familias viven esperanzadas desde este sábado la posibilidad cierta de retomar sus vidas de la forma más parecida posible a la normalidad, en medio de cifras todavía altas de contagiados con el mal.
En ese contexto alentador resultó favorable el número de 169 enfermos registrado por el territorio en la más reciente jornada, que se ubica entre los más bajos de los últimos meses en que un fuerte rebrote los elevó en cotas cercanas a mil.
Por ello, la ocurrencia de los dos temblores vino a ensombrecer el buen ánimo y a disparar alarmas en quienes no acaban de acostumbrarse a la idea de pisar una tierra que los puede sacudir en cualquier momento.
Pasado el susto inicial por los remezones la ciudad y sus gentes retomaron la calma y confían en que prevalezca la tranquilidad, esa que debe permitir llegar al lunes con las expectativas por una etapa nueva y crucial en el enfrentamiento a la pandemia.
A la par, cobran vigor sobre el tapete de la realidad cotidiana las disímiles previsiones para asimilar los peligros y vulnerabilidades ante los terremotos, esa espada de Damocles que pende especialmente sobre las cabezas de los habitantes de la mayor zona sismogeneradora de Cuba.
Aunque, como tendencia, la mochila que aguarda en algún rincón del hogar pasa inadvertida con su carga valiosa para hacer frente a los sismos, al igual que los numerosos carteles con esas advertencias en lugares públicos, lo vivido en esta mañana de domingo vuelve a ponerlos en primer plano.
Así, se mantendrán de moda junto a la obligación de usar el nasobuco, lavarse las manos frecuentemente, mantener el distanciamiento y tantas reglas de oro más para alejar los contagios con el SARS-CoV-2 y mantener esa luz que ya se aprecia al final del túnel pandémico.
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