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Chrystia Freeland, la aparente heredera de Justin Trudeau

La Habana (Prensa Latina) La crisis política en Canadá no aminora, en opinión de expertos, que ven a la vice primera ministra, Chrystia Freeland, como la aparente sucesora de un Justin Trudeau aún preocupado por sanar las heridas electorales acaecidas en octubre pasado.

Trudeau sabe que los liberales son alérgicos a los gobiernos minoritarios, como el que ahora dirige.

Probablemente tendrá una oportunidad más de ganar la mayoría pero si no lo hace, puede que deba caminar en la nieve y renunciar como lo hizo Pierre, su padre, una vez, o arriesgarse a la humillación de ser expulsado.

Cuando el mandatario se vaya, voluntaria o involuntariamente, su sucesor ya habrá sido ungido, si los medios corporativos de Canadá pudieran emitir el voto decisivo, considera el analista Andrew Mitrovica.

La atractiva historia de amor entre Chrystia Freeland y sus muchos pretendientes está en exhibición desde que la periodista se convirtió en político.

Según Mitrovica, la excanciller explota ese afecto casi incondicional para elevar su perfil a nivel nacional con una visión determinada de que algún día se le llame a ser primera ministra.

Para los observadores, el estatus de Freeland como la «elegida» fue evidente después de su ascensión a la diestra de Trudeau en noviembre último.

En las semanas posteriores a su promoción, periódicos y programas noticiosos en la televisión comenzaron a llamarla «reconocida por sus habilidades con la ciudadanía», «la del toque mágico», con un currículum «irreprochable», y hasta le fue conferido el calificativo de «indispensable».

De acuerdo con el citado estudioso, estas chucherías son prueba de que muchos periodistas están dispuestos a abandonar cualquier pretensión de ejercer las facultades críticas que supuestamente poseen, para realizar una hagiografía predecible y vergonzosa.

El escritor, radicado en Toronto, indica además que esos dulces fabricados por los medios también son un recordatorio de cómo estos mismos escribas ungieron a Trudeau, un santo que, en palabras y hechos, surgió como la refrescante antítesis de Donald Trump en la escena internacional.

Pero la fantasía cargada de sacarina se evaporó después que se descubriera que el primer ministro había violado la ley para lograr sus objetivos políticos e incluso salieran a la luz tintes racistas de su personalidad.

Al igual que Trudeau, Freeland es experta en autopromoción. Y, al igual que su jefe, nunca dejó pasar la oportunidad de promocionar su marca efervescente cuando un micrófono o una cámara la obligan, refiere el politólogo Sanders Martin.

No obstante, Martin apunta que un examen superficial del registro público de Freeland es suficiente no solo para torpedear ese mito, sino para establecer que la heredera comparte principios maleables y egoístas en el país y en el extranjero con el mandatario, su mentor.

El analista puntualiza que el Acuerdo Comercial entre Estados Unidos, México y Canadá (Usmca), uno de los logros definitorios de la política exterior de Freeland, celebrado por sus crédulos fanáticos dentro y fuera de la prensa, está repleto de cuestionamientos.

Así, añade, los elogios a Trump, que incluyen hacerse de la vista gorda ante declaraciones racistas y medio fascistas del presidente estadounidense, lograron que la Casa Blanca diera el visto bueno tan rápido al Usmca.

Lo patético para el experto en política canadiense es que la complicidad silenciosa frente a tal fanatismo flagrante e ignorancia asombrosa es una virtud diplomática para ser aplaudida y, si es necesario, convenientemente olvidada, en lugar de denunciada.

Otro tema que también ayudó a sellar el mandato de Freeland fue su «iniciativa personal» para armar una coalición con el objetivo de promover supuestamente la democracia en Venezuela y detener el flujo épico de refugiados, manifiesta Mitrovica.

«Democracia, ¿eh? Tontamente, deduzco, que Freeland, trabajando mano a mano con ese brillante avatar del liberalismo al estilo Alexis de Tocqueville, el presidente de Brasil, Jair Bolosonaro, intentó, sin éxito, diseñar un golpe de estado en Venezuela e instalar allí un títere agradable aprobado por Washington», agrega.

En su opinión, al contar como amigos y socios de negocios a charlatanes incoherentes, Freeland renuncia a cualquier reclamo por ser considerada una «progresista».

De cualquier forma, para los estudiosos, quizás el engaño más deslumbrante provocado por los aliados amnésicos de Freeland es la afirmación de que sus credenciales feministas y de derechos humanos son, como su currículum, «irreprochables».

«Recuerdo cuando, no hace mucho tiempo, abandonó a su colega del gabinete, Jody Wilson-Raybould, mientras Trudeau y su oficina organizaron una campaña para desprestigiar, degradar y finalmente despojar a un ministro de justicia de inicios de su gestión», argumenta Mitrovica.

¿Cuál fue la transgresión fatal de Wilson-Raybould?, recuerda el escritor.

«Afirmó su independencia constitucionalmente protegida y defendió el estado de derecho frente a la presión implacable de Trudeau y sus acólitos no elegidos para que interviniera con el fin de hacer desaparecer el enjuiciamiento penal de una poderosa empresa de ingeniería con sede en Quebec».

A pesar del veredicto condenatorio del Comisionado de Ética de Canadá de que el primer ministro «utilizó diversos medios para ejercer influencia sobre Wilson-Raybould», Freeland eligió la conveniencia política sobre el principio, según una porción de la opinión pública.

¿Los defensores de los derechos humanos se contentan con decir y no hacer nada mientras decenas de palestinos, incluidas mujeres y niñas, son asesinados sumariamente por francotiradores israelíes por oponerse pacíficamente a su ocupación, similar al apartheid?, cuestionan Martin y Mitrovica.

En el cálculo de Freeland, las ejecuciones de palestinos podrían haber ocurrido en otro planeta, todas víctimas de alguna entidad desconocida y extraña, bromean.

Pero el 14 de mayo de 2018, el recuento de palestinos asesinados fue tan notorio que la entonces ministra de Exteriores se vio obligada de mala gana a salir de su coma autoinducido para escribir un tuit de 45 palabras.

Sí, un tuit, en el que dijo que estaba preocupada y entristecida «por las muertes y lesionados de las últimas semanas»; nunca identificó a los perpetradores.

Los confederados de Freeland están deliberadamente ciegos u ocupados reescribiendo esta historia miserable mientras plantan un halo sobre la cabeza de su estrella en ascenso, concluyen los analistas.

arb/lb/rrj

*Periodista de la Redacción Norteamérica de Prensa Latina

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