Con más del 90 por ciento de los votos contados, la agrupación de Netanyahu, 71 años y acusado de corrupción administrativa, el Likud, puede sumar tres decenas de escaños en la Knéset (parlamento unicameral) de 120 miembros, lejos de los 61 necesarios para tener la mayoría.
El pronóstico del recuento de votos indica que tras Likud se ubica con 18 asientos Yesh Atid (Hay Esperanza, en hebreo) del magnate de las comunicaciones Yair Lapid, opositor a ultranza de Netanyahu, al que califica de racista y homófobo.
Alejados, aunque no por ello menos decisivos a la larga están Shas, con nueve lugares; Azul y Blanco, con ocho, y siete de Judaísmo Unido de la Torá, Yamina y el Partido Laborista, este último otrora fuerza dirigente en Israel, devenido segundón por el auge de la ultraderecha sionista.
Con seis, aparecen Nueva Esperanza, Yisrael Beitenu (Israel Nuestra casa, en hebreo), Sionismo Religioso y la Lista Árabe Conjunta, escindida de la agrupación Raam, de Mansur Abbas, quien podría apoyar a Netanyahu a cambio de participar en el gabinete, eventualidad desestimada por los integrantes del bloque derechista.
Ante ese rechazo, Abbas declaró a la prensa que llegado el caso, podría apoyar a Lapid o sentarse a negociar con cualquiera de las agrupaciones en liza con opciones de formar gobierno.
La atomización del espectro político israelí, capitalizada por los pequeños partidos religiosos que en más de una ocasión han sido decisivos en la integración de gobiernos, desde hace tiempo es una constante en los comicios israelíes, lo cual se repite y explica que estas sean las cuartas elecciones en ese país en menos de dos años.
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