El 20 de mayo de 1902 la nación caribeña ponía fin a la ocupación militar de Estados Unidos, estrenaba gobierno y Constitución, pero la historia demostró que nada de eso significaba la independencia por la que su pueblo había luchado durante más de 30 años.
Aquel martes, muchos cubanos festejaron la nueva república y ponían sus esperanzas en ese nombre; otros, como el patriota Juan Gualberto Gómez, eran conscientes de las ataduras que Washington había impuesto a la isla y alertaban sobre ello.
‘Más que nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí (José Martí)’, escribió ese propio día en la revista El Fígaro.
¿Por qué este hombre vinculado a la gesta libertadora de 1895 hablaba de esa forma? La respuesta contempla más de un hecho y se remonta a la intervención de Estados Unidos en la lucha por la independencia de España en 1898, con el pretexto de la explosión del acorazado Maine en la bahía habanera.
La metrópoli española no podía sostener la guerra ni desde el punto de vista militar ni del económico, lo cual aprovechó el gobierno norteamericano para escamotearle el triunfo al Ejército Libertador cubano, al cual fingió ayudar y luego no le permitió entrar en las ciudades liberadas, como Santiago de Cuba.
El golpe final lo dio el 10 de diciembre del propio 1898, cuando tuvieron lugar las negociaciones del Tratado de París, que ponía fin oficialmente al colonialismo español en la isla caribeña, pero de las cuales fueron excluidos los cubanos.
La nación antillana quedó bajo la ocupación militar estadounidense y fueron ellos quienes prepararon todo el proceso de instauración de la república, para que respondiera a sus intereses.
Así lo hicieron con las elecciones de 1900 y 1901, durante las cuales las órdenes militares dejaron fuera de la votación a buena parte de la población, además de permitir la aplicación de medidas coercitivas y fraudes para garantizar que fueran electas aquellas personas que representaban los intereses de Washington.
Los comicios presidenciales de 1901 fueron el más vivo ejemplo, cuando los generales Máximo Gómez, quien condujo las fuerzas independentistas cubanas; y Bartolomé Masó, igualmente vinculado a la contienda, retiraron sus candidaturas debido a las distorsiones del proceso, y resultó electo Tomás Estrada Palma como presidente.
Apenas el 7 por ciento de los cubanos acudieron a las urnas entonces, un escenario dibujado por los interventores para convertir en presidente al hombre que disolvió el Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí para luchar por la independencia.
Al tiempo que aseguraban las personas de su confianza, un apéndice constitucional reafirmaría el dominio absoluto de Estados Unidos sobre Cuba: la Enmienda Platt, impuesta a la carta magna de la isla caribeña bajo la amenaza de que era la única vía para el cese de la ocupación militar.
Sus artículos establecían el derecho de la nación norteña a intervenir militarmente en el país cuando lo considerara pertinente; además de obligar al arrendamiento de terrenos para estaciones navales norteamericanas y carboneras, que dio lugar a la base naval en Guantánamo que permanece hoy contra la voluntad del pueblo cubano.
Asimismo, Cuba no podía establecer tratados o convenios con otro gobierno que el estadounidense, y tampoco adquirir deudas públicas.
La verdadera realidad de la naciente república la expresó el saliente gobernador militar norteamericano, Leonard Wood: ‘A Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es la anexión (…). Es bien evidente que está absolutamente en nuestras manos (…)’.
El 20 de mayo marca una fecha que, como dijera el pasado año el canciller cubano, es festiva solo para quienes guardan pretensiones de dominación imperialista sobre la nación caribeña: ‘Revísese la historia’.
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