Al decir de los expertos, aunque poco conocida, la relevancia de su nombre para la historia del arte es incalculable, tanto que algunos aseguran que sin ella, posiblemente, nadie conociera hoy la grandilocuencia del pintor de Los Girasoles (1888).
Nacida el 4 de octubre de 1862 en Ámsterdam, Johanna fue la quinta de siete hijos de una familia de clase media y amante de la música, lo cual le despertó desde epqueña simpatía por el piano y le permitió tocar el instrumento con destreza.
Profesora de inglés en una escuela interna para chicas, la devenida editora trabajó, además, como traductora y vivió una parte de su vida en la ciudad de Londres, lugar que moldeó sus convicciones políticas.
Durante esta época en la capital de los Países Bajos conoció a quien sería su esposo, Theo van Gogh, marchante de arte y hermano del autor de La Noche estrellada (1889), pintor conocido por muchos primero por mutilarse el lóbulo de la oreja izquierda y luego por su brillantez con el óleo sobre lienzo.
Johanna se encauzó en saldar la deuda que el mundo tenía con Vincent, quien abandonó su forma física sin el reconocimiento artístico tan perseguido por su hermano Theo, también digno de este tributo.
La revisión de la sistemática correspondencia sostenida entre ambos fue el principio del camino a la resurrección. Según estudiosos, las cartas revelaron con precisión narrativa las reflexiones de Vincent sobre su arte, técnica y pinceladas que moldeaban su obra y, quizás sin pretensión alguna, exponían su complejidad, inestabilidad mental e ingenio.
La albacea de Van Gogh supo valorizar las creaciones y profundizar en un patrimonio marginado. No dejó de cumplir el sueño del artista de hacer un arte popular y se encargó de posicionar sus colecciones, también, en grandes museos para el disfrute del público. La primera exposición que logró Johanna con su perseverancia y esfuerzo aconteció en 1892, la cual abrió puertas a futuros trabajos con otras galerías, elevó el valor artístico de las pinturas y las colocó en manos de especialistas y críticos de arte deslumbrados con sus creaciones.
Más adelante, en 1905, el Museo Stedelijk de Ámsterdam acogió la mayor retrospectiva de la obra de Vincent, considerada emisora de la esencia vangoghiana pues generó repercusión en Europa y atrajo el interés de grandes fortunas y galerías que constituyen en la actualidad baluartes de su legado.
Johanna murió en 1925 con 63 años y en plena faena traduciendo la correspondencia de Van Gogh para llevarla al público estadounidense, lo cual se consolidó dos años después de su deceso.
‘No puedo hacer nada al respecto si mis cuadros no se venden. Sin embargo, llegará el día en que la gente verá que valen más que el coste de la pintura y mi subsistencia, muy exigua de hecho, que ponemos en cada uno de ellos’, escribió Vincent a Theo, el 25 de octubre de 1888.
Johanna Van Gogh-Bonger fue la mujer que hizo posible aquella certeza.
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