Sin embargo, lo que está pasando con la Covid-19 me lleva a estar triste, o más bien desganado, para la reseña frívola. Así que, a cambio, aprovecharé para exponer acerca de Fumetsu no Anata e y su particular búsqueda de una respuesta a una pregunta eterna: qué nos hace humanos.
Ciertamente, escribir de esta serie implica ir más allá de unos dibujos animados porque se trata ante todo de un viaje filosófico.
No, no exagero. A veces hay aromas tan intensos que parecen sabores. A veces hay autores que narran una travesía tan bien que, sin darnos cuenta, creemos ser parte de ella. Y a veces –muy poquitas– hay historias de ficción tan palpables que evocan la vida misma, con sus conflictos, con sus lecciones, con esa honda reflexión que solo consiguen dejarte, de rato en rato, las obras maestras.
Repito: no exagero. Fumetsu… en ese plano alcanza la misma dimensión que el teatro griego, gracias a la pericia con que la mangaka Yoshitoki Oima nos cuenta la historia de Fushi, una misteriosa forma de vida inmortal que llega a la Tierra sin emociones ni conciencia, pero que es capaz de tomar la forma de todo aquello que toca, con una condición: si se trata de un ser vivo, este debe haber muerto.
Primero, se convierte en una roca; luego, en musgo, hasta que un lobo moribundo se desploma a su lado. El lobo, revivido, tiene dueño: un chico solitario que intenta escapar de la tundra fría y aislada donde habita y se convierte en la primera persona que el protagonista conoce. Al final del primer episodio el chico muere.
A partir de ahí la trama de Fumetsu… avanza con ritmo pausado, casi melancólico, y nos va presentando nuevos personajes y sus circunstancias; mientras Fushi en su desarrollo bebe de cada uno. Aprende con cada paso que da, aunque sea confuso, y cada miniarco se salda con una muerte, singular, arbitraria y dolorosa. Como lo son, invariablemente, todas las muertes.
En ese sentido, Fumetsu… desnuda lo frágil y fugaz que llega a ser la existencia humana. Y en la medida que lo hace nos deja con los ojos vidriosos y húmedos, poniéndonos frente al espejo de lo que somos nosotros mismos: todos sentimos dolor; todos tenemos sueños y aspiraciones; y todos deseamos, en general, lo mejor para nuestros seres queridos.
No. Llegados a este punto, no voy seguir hablando de los otros personajes ni de la historia, tampoco del apartado técnico, que corre en esta ocasión a la cuenta del estudio Brain’s Base, ni de lo bueno y necesario que sería que todos vieran este anime.
Simplemente, acabaré con una idea.
A veces un libro o una serie de televisión es mucho más que eso. Es una obra de arte, un antídoto, una forma de crecer y pensar, con espanto y lucidez, en esos tópicos desgastados por el uso.
Que estamos aquí de paso; que solos no somos nada (o apenas un poquito más que nada), y que únicamente mediante la solidaridad y la empatía –rasgos tan, pero tan indefectiblemente humanos– podremos avanzar todos juntos y salir por fin, con algo más de suerte, de esta horrible pandemia.
(Tomado de Orbe)