Con la proverbial elegancia escandinava Estocolmo recibió a dos
mil 547 deportistas de 28 naciones, de los cuales 57 fueron mujeres,
muchas de ellas para inaugurar la era de las pruebas femeninas en la
natación.
Esta inclusión fue considerada entonces un signo de emancipación
de las féminas en el deporte, aunque ya antes intervenían en
arquería, tenis y patinaje.
Los suecos no sólo se esmeraron en eficiencia organizativa, sino
también en las magníficas instalaciones construidas al efecto para el atletismo y la natación y clavados.
Una figura emergió de esta edición como el mejor atleta -muchos
dicen que el más completo de todos los tiempos-, para después convertirse en la figura más relegada del movimiento olímpico: el
estadounidense Jim Thorpe.
Indio de pura cepa, Thorpe venció con relativa facilidad en las
agotadoras jornadas del pentatlón y el decatlón, en las cuales fue
primero en cada uno de sus componentes, además de ocupar los lugares
cuarto y séptimo en los saltos alto y largo, respectivamente, en los
eventos del calendario oficial.
Pero al año siguiente fue revelado que había participado en varios encuentros de béisbol semiprofesional en su país, por lo que le retiraron las medallas y borraron su nombre de los libros. Thorpe fue reivindicado en 1982, cuando se cumplían 29 años de su
fallecimiento. En estos Juegos también saltó a la palestra mundial la excepcional capacidad de los finlandeses para las carreras de largo aliento, que después sería una constante.
Hannes Kolehmainen conquistó el estrellato -sólo disputado por
Thorpe- al ganar las pruebas de cinco mil y 10 mil metros, así como
la de cross country.
Kolehmainen hubiera podido ceñirse un cuarto título a no ser por
la falta de respaldo de sus compañeros en la carrera por equipos de
tres mil metros.
El talentoso atleta abrió la posta en las eliminatorias
estableciendo récord mundial, pero los restantes tres corredores no
pudieron mantener el ritmo para acceder a la final.
En el capítulo de los hechos curiosos clasifica la premiación de
la categoría ligero pesada de la lucha grecorromana, cuando el finés
Ivar Bohling y el sueco Anders Ahlgen recibieron sendas medallas de
plata.
Ellos fueron los finalistas de esa lid y tras pelear durante nueve horas, el combate fue declarado empate. Sin embargo, no fueron
otorgadas preseas de oro a ambos porque el reglamento vigente
entonces no lo permitía.
En la propia disciplina, en los pesos medianos, se estableció el
récord del enfrentamiento más largo, protagonizado durante 11 horas
hasta que el ruso Max Klein derrotó al finés Alfred Asikainen en
semifinales.
Después de una prueba tan extenuante, Klein declinó presentarse
por el oro ante el sueco Claes Johansson y dijo estar conforme con
llevarse a casa la plata.
Algo tan simple -pero vital- como un vaso de agua se convirtió en
Estocolmo en el elemento decisivo en la carrera de maratón.
Los sudafricanos Charles Gitsam y Kennedy McArthur iban en la
punta, codo con codo y con ventaja amplia, cuando el primero se
detuvo para reponer fuerzas con el preciado líquido, con la esperanza -según explicó después- de que su compatriota hiciera lo mismo para esperarlo.
Sin embargo, McArthur prosiguió su bregar y entró primero a la
meta 58 segundos antes que Gitsam, quien le reclamó por su ‘desleal’
actitud. Arrogante, el triunfador respondió que el agua no le
interesaba, sólo el champagne, del cual derramó sobre sus hombros una buena dosis tras su victoria.
Un hecho trágico se produjo en esa propia lid cuando un
concursante portugués, a quien sólo se le recuerda por Lázaro, se
desplomó casi al final del trayecto y murió al siguiente día en el
hospital al cual fue conducido.
La primera titular olímpica de la única prueba individual -100
metros estilo libre- del debut femenino en la natación fue la
australiana (entonces se competía por un equipo conocido por
Australasia) Fanny Durack.
Esta antecesora de la pléyade de excelentes ondinas de la isla-continente no sólo triunfó fácilmente, sino que su tiempo de
1:22,2 minuto fue idéntico al logrado por el húngaro Alfred Hajos
para ganar esa prueba en Atenas 1896.
La ceremonia de clausura, efectuada el 14 de julio, culminó con
una gran fiesta que incluyó una cena gigante en el propio estadio para cuatro mil jueces, dirigentes y competidores, extendida hasta
horas tempranas del día siguiente, amenizada por un concierto coral
de dos mil 500 voces y con fuegos artificiales.
El Comité Organizador sueco mostraba así su satisfacción no sólo
por su eficiencia, sino también por el triunfo colectivo de los
deportistas anfitriones al sumar 23 medallas de oro, 24 de plata y 17 de bronce.
yas/jf