Albear intervino en la realización de unas 200 obras entre las que figuran faros, muelles, carreteras, edificios y fuentes de agua públicas.
Durante su gira por Europa tuvo contacto con notables científicos, presenció maniobras militares, visitó instituciones científicas y aprendió detalles sobre la construcción de puentes.
Con tales conocimientos se embarcó con destino a Cuba en Burdeos, Francia, y arribó al puerto de La Habana el 10 de abril de 1845.
Fue parte de la instalación de las primeras líneas telegráficas que existieron en la isla, el proyecto de ensanche y reformas del Jardín Botánico de La Habana.
También trabajó en un edificio para el Observatorio Meteorológico, la construcción de la casa de la Junta General de Comercio y Lonja Mercantil y la de la Cátedra de Agronomía.
Varias fuentes señalan que además participó en la elaboración de un proyecto de carretera central, estratégica para el país.
Debido al deficiente servicio de agua con que contaba la Ciudad de La Habana hasta el siglo XIX, se le encomienda a Francisco de Albear la tarea de ejecutar el acueducto que llevaría su nombre.
Para 1858 se aprobaría el proyecto presentado por el ingeniero, pensado para conducir las aguas de los manantiales de Vento hasta la ciudad.
Luego, en 1861, se le daría inicio bajo la dirección de Albear, pero la obra se desarrolló con extrema lentitud y no fue hasta 1893 que concluyó.
Hasta hoy el acueducto de Albear –con una capacidad total de 302 mil 800 metros cúbicos por día- es la infraestructura más importante de Cuba en el siglo XIX.
Recibió Medalla de Oro en la Exposición Universal de París en 1878, donde lo vieron como una obra maestra y actualmente es considerada una de las siete maravillas de la ingeniería en la nación antillana.
npg/joe