El retratista del ser humano, fallecido el 10 de marzo de 1999, descansa bajo la sombra del pino que él mismo sembró, donde quedó inmortalizado, junto a gran parte de la obra de su vida y en compañía de su gran amigo Jorge Enrique Adoum y de su esposa Marujita Monteverde.
Orgulloso de su ascendencia indígena, el Pintor de Iberoamérica mostró a través de su extensa obra pictórica, reconocida mundialmente, los temores, dolores, vejámenes, esperanzas y luchas de los pueblos y los sectores más desposeídos.
El sufrimiento de los pueblos aborígenes de América, desde México hasta la Patagonia, quedó recogido en su primera serie de 103 pinturas denominadas «Huaycayñan o El Camino del Llanto».
Una segunda entrega, titulada «La Edad de la Ira», denuncia la violencia del hombre contra el hombre en el siglo, XX al reflejar guerras, los campos de concentración nazis, dictaduras y otros hechos y masacres.
Como colofón, «La Edad de la Ternura», con un acercamiento a la relación entre madres e hijos, el amor, el dolor, la protección, la esperanza y la fuerza.
Retratos de importantes figuras de la política, la música y la intelectualidad mundial forman parte de su quehacer artístico, marcado además por su colección de piezas precolombinas y la realización de esculturas y murales.
Los líderes revolucionarios cubanos, Fidel Castro y Raúl Castro, el rey Juan Carlos de España y la princesa Carolina de Mónaco, François y Danielle Mitterrand, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Rigoberta Menchú, Mercedes Sosa y Paco de Lucía, son algunas de las personalidades llevadas al óleo por el artista.
Su obra mayor fue la Capilla del Hombre, complejo que aunque no logró ver finalizado, se exhibe hoy desde la altura quiteña como un símbolo al ser humano y un espacio de reflexión sobre la necesidad de la paz y el entendimiento para la prevalencia de la especie.
A 23 años de su muerte, la obra de Oswaldo Guayasamín prevalece como el grito de quienes luchan por un mundo mejor y más equitativo.
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