Según la creencia popular, un par de riatazos de estos demonios de sotana roja bastan para purgar un año de pecados, por eso muchos acuden a esa localidad del departamento Santa Ana en busca de perdón y diversión.
Los talcigüines (del náhuat «taltzikwini», saltador de la tierra) salen cada Lunes Santo a repartir latigazos redentores a quien se topen en el camino, una costumbre arraigada, pero dolorosa.
Impuesta por los colonizadores españoles en sus retorcidas recreaciones de la Biblia, esta costumbre no hacía mucha gracia a los nativos, pero con el tiempo la adoptaron y hoy identifica a Texitespeque.
El propósito es recordar las tentaciones de Jesús en el desierto, mediante una danza ejecutada al solitario tañer de una campana por los talcigüines, término nahuat que significa «hombre endiablado».
El proceso comienza al amanecer, cuando los elegidos acuden a confesarse en la parroquia de San Esteban, donde recuerdan a quienes mantuvieron vivo este patrimonio cultural de Texistepeque, y se disfrazan.
Luego se desperdigan por todo el pueblo, persiguiendo a la gente para pegarles con sus aciales de cuero trenzado y para tentar al Nazareno, quien los humilla y exorciza con una cruz y el sonido de una campanita.
Esta recreación de la lucha entre el Bien y el Mal involucra a varias generaciones de devotos, que transmiten la pasión de padres a hijos, y se preparan con rigor para pegar sin hacer daño al pecador azotado.
En Texistepeque existe una Asociación de los Talcigüines que exige a sus miembros ser católicos practicantes, originario del municipio y pasar por los diferentes niveles para alcanzar el privilegio de salir a dar riata.
La jornada termina, faltara más, con el triunfo de Jesús y los demonios tendidos bocabajo en las calles de un municipio que cada Lunes Santa atrae la atención nacional por una tradición autóctona y dolorosa.
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