La relevancia de ese caldo está marcada por sus ingredientes, modo de preparación y finalmente porque logra reunir a familias o grupos durante largas horas de preparación y luego alrededor de la mesa en un período de recogimiento, oración y unidad.
«Somos mestizos y el resultado de 500 años de historia, de herencia indígena y española, mixtura africana y de las migraciones que se han venido dando, lo que da lugar a una mezcolanza que también se lleva a la gastronomía», dijo a Prensa Latina Juan Carlos Sánchez, del restaurante San Ignacio, en el centro histórico de quiteño.
Sánchez, ingeniero de carrera y actual administrador de dicha instalación gastronómica, define la receta como un plato barroco, por ser como ese período cultural y artístico: sobrecargado y exuberante, pero bien hecho y con mucha elegancia.
El sincretismo en la fanesca lo da la inclusión de elementos traídos de España como el bacalao, en un caldo típico de los indígenas, que mezcla varios granos y se cocina tras la cosecha, en reconocimiento a la Madre Tierra por su provisión de alimentos al hombre.
Varios son los mitos sobre el origen del nombre del plato, así como de su significado en el orden religioso, pues vincula los 12 diferentes granos con los apóstoles que acompañaron a Jesús en Jerusalén, en la última cena antes de su crucifixión.
Incluso algunos historiadores identifican cada elemento (habas, arvejas, choclo o maíz, garbanzo, lenteja y otros frijoles) con alguno de los discípulos y consideran que el bacalao representa a Jesús de Nazaret.
El potente guiso cocinado con calabaza, maní y hierbas como cilantro y orégano se completa con queso, empanaditas o bolitas de masa de harina y es acompañado por un puré cremoso de papas (molo) y como postre arroz con leche o higos con queso.
Los estudiosos coinciden en que el potaje es típico de Ecuador e independientemente de su raíz, el ritual para la elaboración de la Fanesca une alrededor de la cocina a las familias, en un momento especial de agradecimiento.
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