Hace casi tres años, exactamente el 13 de mayo de 2019, Embiid vio como Kahwi Leonard encestó un tiro imposible desde la esquina de la cancha, para llevarse el séptimo juego de las finales de conferencia y desatar un pandemonio en Toronto.
El líder de los Philadelphia 76ers quedó inmortalizado en las imágenes de aquel hito, pues hizo lo imposible por taponear a Kahwi, quien lanzó como pudo y el balón, cómplice, «decidió» entrar por el aro tras un rebote angustiante.
A la postre, los Raptors fueron campeones de la estadounidense Asociación Nacional de Baloncesto (NBA) y las lágrimas de Embiid mostraron el lado más vulnerable -y humano- de un jugador provocador, poco dócil y dado al «troleo», tanto en la cancha como en las redes sociales.
El tiempo pasó, y la corona sigue esquiva para el equipo cuya construcción fue bautizada como «El Proceso», pero la consagración de Embiid, la salida del tóxico Ben Simmons y la llegada de Doc Rivers y James Harden, justifican el optimismo.
De hecho, Embiid se convirtió en el primer pívot que lidera la NBA en anotación desde que Shaquille O’Neal lo hiciera con Los Angeles Lakers en la temporada 1999-2000.
Embiid promedió 30.6 puntos, 11.7 rebotes, 4.2 asistencias, 1.1 robos y 1.5 tapones en los 68 partidos que disputó esta campaña, cifras que lo convierten en un fuerte candidato al premio al Jugador Más Valioso (MVP) de la liga.
Más allá de los números, ver jugar al camerunés es una gozada: imponente en la pintura, fluido desde el perímetro, hábil con el dribble y capaz de construir sus encestes con entradas dignas de un base.
La única razón por la que Embiid no es hoy día el mejor centro en la NBA, es porque le ha tocado compartir época con el griego Giannis Antetokoumpo y el serbio Nikola Jokic, ganadores del MVP en las dos temporadas previas.
Pero si los Sixers llegan a discutir el título, e incluso lo ganan, nadie dudará que Embiid es un grande con su lugar asegurado en el Salón de la Fama de la NBA.
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