Sus elevaciones miden entre 30 y 120 metros de altura y algunas tienen formas cónicas que emergen entre la vegetación exuberante en medio de la selva. Se estima que se trata de unas mil 260, repartidas en más de 50 kilómetros cuadrados.
De acuerdo con criterios de geólogos, datan de millones de años y sobre su origen existen varias teorías.
La leyenda local involucra a personajes mitológicos, pues cuenta que dos gigantes lucharon entre sí de manera encarnizada y violenta mediante el uso de rocas, las mismas que conforman el singular paraje.
Otra versión, quizás las más romántica, sostiene que un gigante enamorado de una mortal lloró cuando ella falleció y las lágrimas derramadas se convirtieron en dichas montañas.
Sin embargo, los estudios científicos aplicados a estos montículos explican que los restos de coral y moluscos acumulados durante siglos cuando el mar cubría la zona fueron adoptando esa forma con el paso del tiempo.
Resulta un relieve característico de los paisajes kársticos, surgidos a partir de una combinación de la disolución de la roca por efecto de la lluvia, las aguas superficiales y las subterráneas.
Según la estación del año, la hierba que recubre los montes cambia de color, y en la temporada seca -de diciembre a mayo- adquiere tonos marrones, de ahí su nombre. El mejor lugar para disfrutar de este espectáculo es el pueblo de Carmen, donde existe un gran mirador con distintas plataformas a las que se llega ascendiendo 214 escalones. La impresionante postal que se admira, especialmente al amanecer y al atardecer, hace que el esfuerzo valga la pena.
(Tomado de Orbe)